La ciudad que atraviesa mi mirada

En el bus del colegio que recorría un largo trecho de la ciudad antes de llegar a mi destino, buscaba sentarme cerca de la ventana para ver cómo se desplegaba frente a mí, una ciudad que cambiaba de paisajes rápidamente.
En una ciudad que está hecha para la soledad y el sálvese quién pueda, coincidir es un pequeño acto de rebeldía.
En una ciudad que está hecha para la soledad y el sálvese quién pueda, coincidir es un pequeño acto de rebeldía.

De Jardines de la Asunción -el lugar de casas paches, con estacionamientos frente a las puertas de entrada y un arriate amplio que separaba las vías-, desaparecía de un momento a otro para dar paso al parque Navidad y a unas cuantas de las 1,700 casas que fueron entregadas a obreros de la Ciudad de Guatemala en los primeros años del gobierno de Juan José Arévalo. “20 de octubre”, se llama la colonia.

Luego, a la vuelta, al lado de una ceiba tristona tristona por esta época, está esa bella escultura de Rafael Yela Gunther, de dónde salen cientos de trabajadores camino al parque central cada 1 de mayo. Pasando el Campo Marte, ese lugar que para noviembre acogía a niños y barriletes, entrábamos a Vista Hermosa. Un arriate más grande con muchos árboles nos daba la bienvenida.  Eran colonias con casas todavía más grandes y más abiertas, con banquetas anchas donde cabían pequeños jardines engalanados con flores esbeltas y atletas amateurs de la mañana. Mi imaginación infantil buscaba historias entre esas calles y bulevares, entre las casas todas iguales y las que tenían portones abiertos. 

Hoy sigo buscando historias. En principio, la historia de esta ciudad que es la mía y la de tantos y tantas. La historia de esta ciudad es la historia de cómo vivimos y, creo, es una historia que me debe muchas respuestas.¿Por qué no todas tenemos la alegría de salir de la casa y ver un árbol? ¿Por qué hay zonas que son adornadas con paseos de esculturas y otras que no?¿Por qué hay lugares sin banquetas, como buscando que nadie que no pueda llegar en carro camine por ahí?¿Por qué si queremos conocer nuestras zonas debemos pagar parqueo en un centro comercial para visitar una alcaldía auxiliar?¿Por qué esta ciudad no genera una identidad local -que implica iguales accesos a agua, a calles seguras, a parques abiertos, por ejemplo-, y sigue siendo un lugar de tantas fronteras invisibles? ¿Por qué esta ciudad nos grita que unas personas valen más que otras? 

En una ciudad que está hecha para la soledad y el sálvese quien pueda, coincidir es un pequeño acto de rebeldía. Las palabras, que van haciendo nuestras historias con pláticas que abrazan el corazón es cómo vamos construyendo puentes rebeldes entre nosotras y que desafían la desconfianza impuesta por la condiciones de inseguridad y miedo en las que vivimos. En esos puentes, que son nuestros espacios de encuentro, vamos poco a poco siendo conscientes del acto de humanidad que significa vernos en quién cuenta su historia, que también es nuestra historia. 

Desde el Instituto 25A decidimos apostarle a la cotidianidad para ponerle pausa un momentito al bullicio de la ciudad y sentarnos a platicar y escuchar a Olguita, don Tin, y Azalia, sentados en un acera, riendo cuando recuerdan los salones de baile de la zona 11.

También nos reconocemos en las risas que surgen detrás de las mascarillas en el parque Navidad, con jóvenes mujeres estudiantes del CUM y estudiantes que iban por la tarde al famoso Matos Pacheco de la Chácara.

E inevitablemente pensamos en todos los problemas que hemos enfrentado y seguimos enfrentando en esta ciudad: cómo quieren callar a líderes sociales -por ejemplo, los que eran de los sindicatos de la Aguilar Batres, repetía doña Azalia-, o el acoso que encierra a las mujeres jóvenes en sus casas, la falta de oportunidades de estudiar en la universidad, la violencia, el desconocer quién vive a la par.  

Entre las preguntas y coincidencias, se encuentra la ciudad que atraviesa mi mirada. Puedo ver otra ciudad, me la imagino y lo que se imagina puede ser realidad. No soy la única que se imagina otra ciudad, una que provea agua a todas y no deje en el olvido por más de 25 años a zonas enteras. O en donde el pago del transporte alcance casi lo que una persona gana. Estoy convencida que pueden existir otras calles por donde caminar, otras opciones públicas para seguir coincidiendo. No solo lo pienso yo, lo pensamos muchas y muchos, y de ahí la necesidad de nombrar la verdadera ciudad que queremos para nuestro futuro.  Ojalá nos encontremos pronto, ustedes que leen y nosotras que queremos escucharles, para compartir la historia que queremos para esta ciudad.

En el Instituto 25A, soñamos con construir en comunidad y una historia desde lo que necesitamos para ser en plenitud y que no es más que nuestro derecho de vivir nuestra vida en dignidad.

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2 comentarios
  1. Comparto con la autora ese sueño de construir una ciudad en donde disfrutemos de servicios básicos para toda la gente y espacios verdes para que niñas, niños jóvenes y personas adultas puedan caminar por las mañanas o las tardes, jugar y escuchar el canto de los pájaros sin la angustia de que podemos ser víctimas de violencia.
    Propongo que todo ese espacio que es reserva militar ( totalmente inútil) debería unirse al campo de Marte y transformarse en un parque como existe en otros países.

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