Arte: Eduardo Rodríguez

¿Autoridades o servidores públicos?

En muchos casos hemos visto riñas, peleas y conflictos con agentes de policía municipal, o Policía Nacional Civil en todo el territorio del país. De alguna forma y en algún momento de la historia el uniforme dejó de verse con admiración y respeto o como un signo de auxilio, ayuda y apoyo, en cambio empezó a verse con desprecio, enojo, frustración e incluso miedo, principalmente miedo.
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Muchos agentes se han tomado la libertad de hacer un uso indebido del uniforme que llevan puesto, como si al portarlo también se vistieran de inmunidad bajo el “alto en nombre de la ley”. ¿Cuántas veces los vemos cometiendo infracciones o cometiendo actos contrarios a las normas por las que ellos si se toman el libreto bajo el brazo para amonestar y reprender?

Dicho lo anterior y pensando en la preservación del orden, el control, la aplicación de normativas y regulaciones, pongo sobre la mesa varias preguntas. ¿Necesitamos autoridades o simplemente basta con servidores públicos? ¿Las multas son efectivas?¿Las medidas coercitivas realmente funcionan? ¿Hay otras formas de corregir el comportamiento?

Todo, absolutamente todo, empieza con la educación porque la educación que recibimos influye naturalmente sobre nuestro comportamiento. Aprendemos en la cotidianeidad del hogar y en nuestras interacciones sociales inmediatas.

Por la ambigüedad de la definición y la gran cantidad de matices que tiene y porque va a responder a la calidad de educación que recibió, no es fácil decidir si alguien es o no mal educado. La forma adecuada de medir esta educación es tomarla desde el punto de vista humano, de relaciones interpersonales y de sociedad.

Tenemos claro que existen normas naturales de convivencia que deberían predominar para hacer que la vida en sociedad se lleve de la mejor manera posible y que podamos resolver conflictos con algo tan básico como el diálogo. Para esto es primordial que tengamos algunas cosas muy claras, ya que son básicas y lamentablemente solo se aprenden en la infancia, lograr un cambio de conducta es una labor faraónica si no está desarrollada apropiadamente desde temprana edad.

Las acciones coercitivas, las multas y otro tipo de medidas son todas correctivas, lo cual está bien dentro de un contexto en el que no se haya aplicado nunca una medida de mitigación o de prevención. 

Estamos muy acostumbrados a hacer mal las cosas y luego “ver que hacemos” para solucionarlo, arreglarlo o hacer como que nada pasó, pero ante esto solo puedo decir que somos el resultado de nuestras acciones, pero con mayor relevancia de nuestras acciones cuando nadie nos está observando.

El problema con que los uniformados sean los únicos responsables de velar por el cumplimiento, es que se crea un ciclo de poder y sometimiento y cuando se le otorga poder a una persona sobre cualquier otra muy probablemente terminará abusando, como lo dejó evidenciado Stanley Milgram en lo que se conoce como “El experimento de Milgram” que hiciera en 1963 en la Universidad de Yale. 

En paralelo se debería trabajar en las otras dos medidas, preventivas y mitigadoras, porque el castigo no es la única forma de educar, a mi gusto es el último recurso y debe usarse exclusivamente en caso de emergencia. En otras sociedades más longevas y desarrolladas, la convicción funciona por sí sola, el buen comportamiento y cumplimiento de lo normado es algo que se da por plena conciencia y los uniformados son vistos con otros ojos, porque se dedican a servir, no a castigar.

Ningún uniformado debería llamarse autoridad, ninguno de ellos vale ni más ni menos que cualquiera de nosotros, la diferencia es que ellos son servidores públicos que están para eso, para servir a la población, pero lejos estamos de cambiar esta percepción en una sociedad donde el autoritarismo va ganando terreno mientras los valores y la sana convivencia importan cada vez menos.

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