El ejercicio de tomar el pulso del corazón que somos es un deber esperanzador. Aunque sabemos que no son evidentes ni obvias, sabemos que existen vías para transformar la realidad local a la que pertenecemos y que nos configura de alguna manera. Hemos aprendido que la política debe ser cada vez menos monopolio de los partidos políticos actuales, de los políticos que se niegan a resolver las problemáticas de los barrios y vecindades, y que debemos devolvernos la política a nosotras, a quienes tenemos todo el derecho a decidir cómo queremos vivir y a ser parte de las respuestas.
La tarea de restituir la política a quienes viven en un territorio y deben decidir sobre él y sus dinámicas diarias, tiene como premisa de partida reconocernos desde una concepción del poder-hacer, es decir, desde asumir nuestro poder y hacerlo valer. El latido vive en las personas que nos hemos encontrado en las zonas, en las proyecciones, en el teatro, en los encuentros de pensamiento, en todas las conversaciones que hemos tenido para reconocer que la política define cada uno de nuestros días, en preguntarnos quiénes somos y cómo quiere el poder corrupto de este país que seamos, silenciosos y con miedo. Existe el pulso en el equipo que se cuestiona el cuidado, la solidaridad y qué significa ser comunidad en la Ciudad de Guatemala, o en abrir la casa para recibir a desconocidos que quieren escuchar cómo se vivía antes. Ahí recordamos que la política es, ante todo, un hacer desde nuestra humanidad.
Desde ese gesto humano de compartir el latido, con la cercanía de la palabra y la escucha, para hablar de otros horizontes posibles, se va construyendo y amarrando las posibilidades de encontrar fisuras para vivir en dignidad. Desde los corazones que resisten y arden, se encuentra el camino para florecer juntas. El destino es esa gran Avenida Comunidad que podemos ser, y que nos reta a encontrar otras maneras de ser en esta Ciudad, de pensarnos a la par de otras personas y de descifrar rutas de transformación real para nuestro día a día.
Nuestro pulso es el de un corazón que se mantiene firme para cuidar la vida y la dignidad, haciendo frente a la corrupción y la impunidad, a la desigualdad, al racismo, y al desconocimiento inducido como estrategia que resulta en la indiferencia. Cuando una es parte de ese pulso, difícilmente puede dejar de serlo. Son la frecuencia y la sintonía de las luchas por una mejor vida, las que se convierten en nuestra apuesta común, y que echan raíces en las calles que caminamos. Todo corazón tiene un ritmo, una manera de latir, un pulso.
Que nunca se deje de escuchar el pulso del Instituto 25A.