Foto: Gobierno de Estados Unidos

El abuelito alcahuete

Lejos quedaron los días en que el Pacto de Corruptos temblaba ante los Estados Unidos. Aquellos tiempos en donde el crimen organizado y la élite depredadora estaban de rodillas y sudando frío porque la cárcel de Mariscal Zavala aparentaba ser su único destino, son solo bonitos recuerdos.
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Después del gobierno de Barack Obama, las cosas aquí también empezaron a cambiar. La esperanza que se alimentó tras las históricas jornadas ciudadanas del 2015, comenzó a desmoronarse cual castillo de naipes, tras la elección de Jimmy Morales como presidente. Era predecible, cierto es, que con Donald Trump esta gente iba a tener un respiro y obtener algunos apoyos. Sin embargo, incluso esa administración fue más eficiente contra los depredadores y saqueadores, que este último gobierno demócrata.

En nuestra historia reciente, no habíamos visto a un presidente de Guatemala rebelarse y desafiar al imperio con tanto descaro y perfidia, como lo ha hecho Alejandro Giammattei ante el gobierno norteamericano. Ese es un paso admirable que requiere de valentía y entereza. Lástima que no es por la dignidad o la “soberanía” del país, sino por su profundo apego a las coimas y los privilegios. Él y sus cómplices demostraron estar dispuestos a todo: se arriesgaron, enfrentaron al gigante y ganaron.

Hoy, Estados Unidos ha quedado como ese abuelito que parece estricto, pero que en el fondo es tremendo alcahuete. Por respetar las formas y la institucionalidad democrática, ha solapado toda clase de humillaciones y se ha transformado en la principal columna de hormigón que sostiene del derrumbe a uno de los gobiernos más nefastos de los últimos años.

Lo salvó ante la pésima administración de la crisis del COVID-19 a través de la donación de vacunas, cuando el gobierno enfrentaba tremendo desgaste por el negocio efectuado discrecionalmente con las Sputnik. La embajada sigue acompañando y apoyando instituciones cuestionadas, a pesar de que existe el deseo de expulsar a la USAID del país, por su “agenda indigenista”.

Biden ha tolerado infinidad de desplantes y tratos prepotentes por parte de su homólogo guatemalteco, y a pesar de ello, nuevamente es Estados Unidos quien salvará al gobierno, haciéndose cargo del desplome de la ruta al Pacífico, cuya causa, sino la principal pero sí protagónica, es la corrupción con la que los aliados municipales de Giammattei han administrado la obra pública.

Para el Pacto de Corruptos y sus porristas, la lista Engel es un chiste; quitarles la visa un poco más. No les preocupa, porque tienen lo suficiente para garantizarse su vida y la de varias generaciones.

Claro, los guatemaltecos somos agradecidos y entendemos que la intención de estas acciones es apoyar a nuestra endeble democracia. Sin embargo, también es obvio que las mismas robustecen a los gendarmes que ostentan el poder, en detrimento de la ciudadanía misma.

Cada dólar en apoyo al gobierno de Giammattei significa un paso más en la erosión de esa institucionalidad democrática, que tantos insisten en romantizar. Significa también más guatemaltecos expulsados hacia el norte en busca de otras oportunidades. Ya perdimos el país, y Estados Unidos, indirectamente, se está convirtiendo en cómplice una vez más, como sucedió en 1954.

Si cambiaran su enfoque estratégico y se animaran con firmeza a someter a los depredadores – vaya si no pueden hacerlo-, quizás sufriríamos un tiempo como sociedad, pero está claro que combatir la corrupción es el único camino para que los puentes no se sigan cayendo, las carreteras colapsando, el dinero perdiéndose y los infames gobernando.

Vamos abuelito. Vos podés hacerlo.

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