Cuando el perro acorralado finalmente muerde

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Aún no termino de entender por qué como sociedad aguantamos tanto. Una cosa es ser resilientes, pero otra muy distinta es esa sádica capacidad nuestra de aguantar abusos, mentiras y vejámenes con total pasividad, obediencia y hasta indiferencia. 

A lo mejor es porque nos sometemos a los gobernantes de turno “porque no hay autoridad sino de Dios y el que resiste a la autoridad, recibirá condenación porque los gobernantes no son motivo de temor”, como advierte la próxima presidenta del Congreso, citando la Biblia y acariciando los Q120 millones que ha recibido por ser contratista del Estado; o porque el desencanto hacia todo lo público y la urgencia por sobrevivir a esto que llamamos país, nos hace concentrar nuestras energías únicamente en lo que nos concierne a nosotros mismos y nuestro círculo cercano. 

Pero la paciencia de la “noble” sociedad guatemalteca, a decir de algunos románticos, ha demostrado tener su límite cuando los abusos tocan su cotidianeidad, o bien, como sucedió con los expatrulleros, se burlan descaradamente de sus necesidades.

El descontento empezó a fortalecerse con un tema donde la ciudadanía tiene la mecha corta. Las policías de tránsito no son precisamente instituciones que generen simpatía, no solo por nuestra pobre cultura vial, sino porque han sido protagonistas de constantes arbitrariedades con la imposición de multas y por el trato abusivo, violento, prepotente e insensible hacia la gente. 

En estos días los enfrentamientos entre agentes municipales y vecinos en el perímetro de la capital se agudizaron. El espíritu arzuísta que impera en la Municipalidad de Guatemala jamás le permitirá reconocer un abuso o imponer sanciones hacia los efectivos ediles que actuaron, cual turba de adolescentes vengativos con el suéter del colegio amarrado a la cintura, contra un vendedor de huevos que solo necesitaba un tiempo para descargar su mercadería. 

Y este es solo uno de múltiples hechos, debidamente documentados, donde se demuestra que la PMT ha reaccionado con violencia y premeditación contra los vecinos a los cuales, se supone, debe servir, orientar y proteger. 

La gente que sale a trabajar tiene justificadas razones para estar cansada de ser abusada por la codicia de los policías municipales. Pareciera que su único fin es incrementar los ingresos de la comuna por concepto de imposición de cepos y multas fantasmas, estas últimas cobradas con intimidación y agresividad cuando por mala fortuna un automovilista cae en las redes de cualquier retén, y es obligado a pagarlas ahí mismo a cambio de no confiscar el vehículo que, en muchos casos, constituye su herramienta de trabajo. 

En medio de ese escenario, los expatrulleros, empoderados y apadrinados por los diputados afines al Pacto de Corruptos, salieron nuevamente a las calles a demandar un resarcimiento por demás irreal y absurdo. Como en teoría no representaban amenaza al poder establecido, existía nula presencia policial en los alrededores del edificio del Congreso. 

Sin embargo, cansados de ser engañados y manipulados, tanto por políticos oportunistas que los buscan únicamente para conseguir sus votos, y por la elite empresarial que los utiliza como perros de batalla, descargaron su ira contra las instalaciones del Legislativo, creando pánico y destrozos. 

Resulta irónico que este nuevo incidente haya provenido de los “protegidos” por las mafias instaladas en el Congreso. Como sea, los expatrulleros, -aun cuando quienes exigen ser compensados poco o nada tuvieron que ver con el enfrentamiento armado interno-, viven en condiciones de pobreza y no tienen oportunidades de desarrollo. Naturalmente, están peleando por un ofrecimiento que les hicieron, pero que, a todas luces, es imposible de cumplir. 

Se cansaron de ser los tontos útiles de los diputados y las élites. El hastío provocó el estallido.

Mientras más agresiva, cínica e indiferente sea la reacción de las autoridades, mayor será la rabia. Ya lo decía James Robinson, multipremiado economista y politólogo británico, al hablar sobre la importancia que las protestas tienen en este momento coyuntural para América Latina: “La gente está desesperada y la gente desesperada busca soluciones desesperadas”.

¿Cuál puede ser la “solución desesperada” para el abuso constante del poder hacia las y los guatemaltecos? 

Yo solo veo dos salidas: O se da un nuevo estallido social debido al hartazgo ciudadano, pero esta vez más doloroso por lo violento que puede llegar a ser; o bien esperamos una inclinación del voto popular en las próximas elecciones hacia una opción radical, que obligue a este país a transformarse desde sus estructuras y que nos ponga a tambalear a todas y todos, ya sea de emoción o de miedo. 

Sea cual fuere, la población está dando muestras de que empieza a moverse, no necesariamente inspirada por un ideal ciudadano, sino porque cada vez está más acorralada y la dejaron sin opciones. Quizás no será la forma que muchos quisieran -ya saben, debemos “guardar las formas”-, pero es lo que nos queda esperar cuando el perro, cansado de estar arrinconado y reprendido, finalmente avienta un par de buenas mordidas.

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