Cuando Alba* pinta se olvida de todo. Sus pensamientos se pierden en los tonos oscuros sobre el lienzo. Es buena terapia, dice la jóven de 18 años. Cuando era niña, también le pusieron a dibujar o pintar en la escuela, pero no le llamaba la atención. Tal vez porque tenía que pintar lo que decían las y los maestros. Ahora pinta lo que siente.
Los colores claros no le gustan mucho, tampoco los amaneceres. Sus motivos favoritos son la noche y los atardeceres. Las estrellas, la luna, niñas y mujeres. A veces lágrimas.
“Los atardeceres son como el estado de una persona. Porque si uno está mal, cae. El sol también cae. Y cuando llega el siguiente día el sol se vuelve a levantar, y las personas también deberíamos hacer así”, dice con sabiduría. Sus ojos son grandes, oscuros y expresan cierta melancolía.
Comenzó a pintar por consejo de la psicóloga que la acompaña desde que hace tres años denunció que fue violada. El agresor de 45 años, no solo es vecino del municipio donde vive Alba con su familia. Era su maestro.
El modus operandi de un depredador
El día de Alba comienza temprano. Se levanta y ayuda a su madre con las ventas de comida y de tortillas. Al mediodía, cuando ya bajó el frío matutino del municipio altaverapacense se baña para estudiar en la tarde.
La escuela como tal no le gusta, dice, pero sí le encanta aprender. Lee mucho y los números le fascinan. Tanto que su maestra de matemáticas dice que “está enamorada” de ellos. Como alumna, fue abanderada y siempre se destacó por sus calificaciones positivas.
Por eso le sorprendió a Alba cuando en 2017 reprobó una materia. En ese entonces tenía 14 años. El maestro, L.L., le ofreció la oportunidad de ganar la clase si le ayudaba a calificar tareas. La citó en su casa. Cuando Alba llegó, L.L. le ofreció una bebida y ella se sentó a trabajar. Poco después comenzó a sentirse raro. Mareada, desorientada y debilitada, L.L. la violó.
Aprovechó para sacarle una foto que utilizó para amenazar a la adolescente. Si denunciaba o si se negaba a llegar a su casa, L.L. publicaría la foto en redes sociales. Así la coaccionó para seguir abusando de ella. Mientras tanto, en las reuniones de familias de la escuela, él alertaba sobre la necesidad de cuidar más a las niñas en Guatemala.
“No se le veía que era un hombre así, un violador. Hablaba bien, de buenos temas, aparentaba bien”, dice Elida*, madre de Alba.
L.L. es conocido en el municipio donde reside, a poca distancia de la casa Elida y Alba. Aparte de ser maestro, L.L. se beneficia del sistema educativo con su empresa. Es dueño de una serigrafía que provee materiales y uniformes a las instituciones educativas, públicas y privadas, del municipio.
Elida se enteró un jueves de 2018. Se fue directo a la serigrafía. Quería confrontar al hombre que violaba a su hija. Regresó varias veces, pero L.L. nunca le dio la cara.
“¿Por qué hizo daño a mi hija? ¿Qué pensaba él? Pensaba que porque soy una persona pobre e ignorante, jamás le podría hacer daño él por lo que está haciendo. Él pensó que yo jamás me iba a levantar”, relata Elida sin titubeo.
Llevó a su hija al hospital en Cobán y presentó la denuncia.
Tres años de luchar por la justicia
Hoy, tres años después, se tiene programada la audiencia de sentencia contra L.L.
Elida tiene esperanza de que él pague por el daño que hizo a Alba y que termine en la cárcel.
Es el segundo caso que ha llegado a juicio en 2021. Son 22 casos de niñas y adolescentes que fueron violadas por maestros del sistema de educación pública y que reciben la asisntentencia legal del Bufete Jurídico de Derechos Humanos con Enfoque Feminista (BJFEM).
El pasado 14 de septiembre, en una sentencia emblemática, “El Profe”, Armando Filiberto Vaidez Juárez, fue condenado a 27 años y 8 meses de prisión por violar y abusar sexualmente a una niña desde que tenía 12 años.
Desde 2010, L.L. imparte clases en un instituto de diversificado en un municipio de Alta Verapaz, afirma Liliann Vasquez, abogada del BJFEM. Señala que existen indicios de una alianza estratégica entre agresores en el sistema educativo en Alta Verapaz.
Pese a la denuncia en su contra, L.L. no fue suspendido por el Ministerio de Educación. Simplemente lo cambiaron de la jornada vespertina a la matutina, y continuó teniendo contacto directo con las alumnas que tienen de 13 a 15 años.
El patrón que se repite en los casos de violencia sexual por parte de maestros y directores, es el uso de la cercanía y el poder que gozan sobre las alumnas, y la manipulación, el engaño y las amenazas que utilizan para controlar a las víctimas.
Solo entre enero y julio de 2021, 44 maestros que trabajan en escuelas públicas han sido denunciados por delitos de violencia sexual, según datos del Ministerio de Educación. 13 de ellos en Alta Verapaz. El segundo departamento con más denuncias es Guatemala, con 4.
La diputada por la Bancada Semilla, Ligia Hernández, realizó una citación a las autoridades del Ministerio de Educación (Mineduc) el pasado 28 de septiembre, allí dio a conocer que
- 27 de los maestros denunciados por violación y/o agresión sexual, siguen activos.
- 40 maestros que figuran en el Registro de Agresores Sexuales no fueron destituidos por el Mineduc pese a tener sentencias por delitos sexuales.
- 19 de estos maestros dejaron de trabajar en las escuelas públicas solamente porque no se presentaron a sus labores, ya sea porque fueron encarcelados o porque se fugaron pero no por la gravedad de los delitos por los que los acusan.
- Los restantes 21 continúan cobrando sus salarios del Estado.
Hernández señaló la negligencia del Mineduc en no tomar un papel proactivo para asegurar que las aulas sean espacios libres de violencia, así como la falta de un proceso de acompañamiento de alumnas víctimas de violencia sexual. Lamentó que el ministerio proteja más a los agresores que las niñas y adolescentes.
La justicia; un nuevo atardecer para Alba
Elida comenzó su tortillería hace 16 años y trabaja día y noche para sacar adelante a sus 8 hijos. Aún así, hay veces que pasan hambre porque los Q150 que gana por día no siempre alcanzan para todos los otros gastos. Por eso le enorgullece y le despierta esperanza saber que sus hijos rinden bien en los estudios.
Elida también fue víctima de violencia sexual en su infancia. “Yo sí les tengo miedo a los hombres”, dice. Nunca pudo denunciar y la dejó con una herida abierta. Una vida que no quiere para Alba.
“Uno queda muy mal. Se queda sin ganas de crecer, eso pasa cuando a uno le violan de chiquita”, dice.
Alba cambió. Adelgazó. Ya no dormía y lloraba mucho. Se retractó. Ya no le gustaba usar redes sociales y casi no respondía los mensajes que recibía. Se mantenía en su cuarto, donde encontraba paz para pintar o para leer.
“Prefiero estar sola, me siento mejor así”, dice Alba mientras jala las mangas del suéter para tapar sus manos. Es friolenta. Con la tarde ya comienza a bajar la temperatura.
Poco a poco Alba se ha ido reencontrando de nuevo. No le gustan las injusticias, ni los prejuicios. Sueña con irse lejos. Conocer nuevas personas, lugares diferentes. Dejar todo atrás. Todavía llora pero “llorar todos los días no es bueno”, dice.
Y todavía pinta, las noches y atardeceres, las estrellas, las mujeres.
Una sentencia contra el hombre que la violó, la justicia, es necesaria. Pero independientemente de la resolución de la corte hoy, Alba, ya va hacía adelante.
“Yo siempre he dicho que las personas deberíamos aprender como el sol a levantarnos con más esplendor el siguiente día. Eso significa para mí”, dice Alba.
*Alba y Elida, son nombres ficticios para proteger la identidad de la adolescente y su madre.
** El titular original de esta nota era: “Alba pide justicia contra el maestro que la abusó, este atardecer podría cumplirse”. Se cambió para evitar confusiónes.