La campaña de la primera vuelta electoral se terminó. Las vallas, los carteles y el resto de materiales que usaron los partidos para contaminar son ahora menos visibles. Sin embargo, los rezagos de su campaña quedan. Los discursos de odio, -que cual rezo de novenario repetían-, siguen generando ecos y llenando de estigmas las vidas de personas LGBTIQA+ en Guatemala.
En el seno de las presentes elecciones en el país, numerosas son las lecciones que como sociedad podríamos decir que ya las tenemos aprendidas. No obstante, la historia nos ha demostrado que constantemente se repiten patrones y viejas piedras con las que tropezamos cada cierto tiempo. Por lo que mi intención con este texto va más hacia la fuerte necesidad de abismarnos en la reflexión de algunas prácticas políticas que articulan nuestro presente.
Hay una sensación generalizada de que el proceso electoral de 2023 en Guatemala está caracterizado por la desconfianza y sobre todo por la desesperanza. Esta sensación no es exagerada.
Si alguien cae rodando por un barranco probablemente morirá antes de llegar al fondo. Ese es el problema de confiar nuestro destino a la idea de que un día habremos de caer tan bajo que la única opción será levantarnos (o que nos levanten).