Solidaridad y protesta, la respuesta ante la catástrofe de la salud pública

Las autoridades indígenas y manifestantes llevan más de dos meses en protesta permanente frente al Ministerio Público. Resistir requiere más que convicción e insumos. Dejar el entorno familiar y estar al intemperie, es un sacrificio que implica exponer la salud. Por eso, un grupo de ciudadanas y ciudadanos crearon el centro de ayuda humanitaria que ofrece asistencia médica gratis.
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A un costado del Ministerio Público, Enma Rosales espera pacientemente mientras aprieta con su mano un pequeño papel con el número 34 escrito con marcador rojo. Es la última en la fila, pero este día pocas personas esperan a ser atendidas en los servicios de salud. Solo dos personas van antes que ella, mientras otras dos ya están narrando sus síntomas bajo el toldo.

Es el turno de Enma Rosales para ser atendida en el “centro de asistencia humanitaria”. Surgió a principios de octubre, cuando comenzó el paro nacional convocado por las autoridades indígenas y ancestrales.

Un grupo de profesionales de la salud, de hospitales públicos y privados, y manifestantes se organizaron de forma voluntaria para ofrecer consultas médicas y medicamentos gratuitos, como una manera de apoyar al plantón de protesta permanente que se instaló alrededor del Ministerio Público.

Granitos de maíz por la salud

“Todos somos importantes. Como una mazorca del maíz, cada grano es importante y los médicos están aportando de buena voluntad lo que tienen”, dice Diego Ceto, el primer alcalde indígena de Nebaj, Quiché.

La atención del equipo médico en el plantón samaritano ha sido vital porque entre las autoridades indígenas y ancestrales hay personas de la tercera edad o con algún problema de salud, explica Ceto.

“Yo veo que vienen otras personas, que quizás nada que ver (con la manifestación), porque nunca han tenido acceso a una pastilla o a una pomada. Entendí al principio que era para autoridades indígenas, pero somos Guatemala”, enfatiza Ceto.

En un país sin acceso adecuado a servicios de salud para la población, rápidamente las filas crecieron más allá de participantes en la manifestación. Durante los últimos dos meses, en este pedazo de calle, entre ventas callejeras, enmarcado por un toldo, unas mesas desplegables, un par de banquitos, el equipo voluntario ha recibido a más de 5 mil personas.

“Lo que me ha encantado de esa experiencia es que nos volvimos los médicos familiares del Barrio Gerona y de La Limonada”, comparte Carlos Díaz, uno de los integrantes del centro de asistencia humanitaria.

Es un médico general, de 32 años y que practica en un sanatorio privado. Para él, el plantón se convirtió en una comunidad donde todas y todos se cuidan entre sí. Esto, el cariño como un acto político, desmiente los señalamientos para descalificar a las y los manifestantes de que reciben dinero por estar ahí:

“No necesita haber dinero de por medio. Los que vienen aquí a dejar su salud, su vida, sus días, merecen nuestro respeto, nuestro acompañamiento, que los defendamos, merecen todo. Eso me movió a mí. Y puedo hablar por mis compañeros también, a ellos les trajo lo mismo, un gran deseo de ayudar”, afirma Díaz.

La solidaridad, una piedra en el zapato del pacto

Mujeres y hombres con vara en mano, personas con pancartas, vuvuzelas o silbatos colgados en el cuello, comerciantes con delantales, accesorios para celulares u otras mercancías a la venta acuden al centro. Con dolores del cuerpo, problemas respiratorios, deshidratación, hipertensión, diabetes o incluso golpes por caídas durante las jornadas de protesta.

Cualquier persona con necesidad de atención médica es bienvenida. Así como es bienvenida Enma Rosales.

―¿Comió hoy?, le pregunta la doctora antes de medirle el azúcar. Es casi la 1 de la tarde.

− No, esta mañana no comí porque hoy no llegó agua a mi casa, responde la señora de 65 años.

―¿Y a qué hora tomó su medicamento?, consulta la salubrista.

− No lo he tomado porque se me había terminado, dice la paciente, apenada.

Enma Rosales trata de no hablar mucho. Le da taquicardia, dice. Fue una vecina de la zona 6 quien le contó del centro de asistencia humanitaria porque llevaba algunos días con malestar y sin medicina. Padece de diabetes e hipertensión, en medio de condiciones de vida que hacen casi imposible enfrentar el día a día en Guatemala.

Desde hace 20 años enviudó y vive con su hija y sus nietos. Su hija también es viuda. Perdió a su esposo durante la pandemia de la Covid-19 que golpeó al país en 2020, el primer año del Gobierno de Alejandro Giammattei. La familia apenas tiene acceso a agua dos días por semana, y a veces tres. Los medicamentos son caros y los ingresos escasos.

Esas condiciones de vida también son consecuencia de la corrupción, que impulsaron a las protestas en todo el país, pero principalmente afuera del Ministerio Público, y motivaron a crear el centro de atención médica para las y los manifestantes.

Así, el plantón visibiliza, en plena calle, el incumplimiento del Estado en su obligación de prestar servicios básicos y las carencias históricas del sistema de salud pública. Eso no es del agrado de todas las personas y por eso la iniciativa ha sido objeto de ataques en redes sociales.

Especialmente Napoleón Méndez, uno de los médicos voluntarios, es hostigado cuando se pronuncia sobre la crisis política. Es jefe de emergencias del Hospital General San Juan de Dios y durante años ha sido una figura visible en las luchas cívicas.

Lo que incomoda al “pacto de corruptos”, dice, es que la atención médica fortalece la resistencia y genera un encuentro social que no le conviene al sistema.

“Ellos (hombres y mujeres de los pueblos originarios) están dando un servicio a la población y nosotros estamos siguiendo su ejemplo. Ellos son el pueblo, nosotros somos el pueblo.

Entonces hay esa interacción bonita, que no somos sectores aparte, no. Que es con lo que nos tratan de confundir. Es una sola lucha”, dice Méndez.

Con su sombrero de fieltro, una señora con labios pintados de rojo fija su mirada en el doctor Méndez hasta que interrumpe su entrevista. En sus manos trae una caja usada para zapatos. Abre la tapadera levemente. Le explica que juntó diferentes medicamentos y que los quiere donar al centro.

Méndez resalta la amplia diversidad social en las personas que apoyan y participan en las protestas. Recuerda que una noche que se le acercó una persona, en pants, sudadera con la capucha puesta y lentes de sol. Hasta que se presentó de nombre, el médico supo quién era e inmediatamente comprendió su atuendo. Bajo las circunstancias, y riesgos actuales, no podía dejarse reconocer. Aportó con una donación de insumos de alto valor al centro.

Esa rearticulación de la población es la amenaza que perciben los sectores del país que se oponen al cambio. La resistencia que comenzó en octubre de 2023, liderada por las mujeres y los hombres de los pueblos indígenas, “es una educación cívica de cómo tiene que rescatarse un país. Con dignidad, con altura, con conocimiento de causa. Todos aquí estamos convencidos de lo que debe ser Guatemala, y de lo que no debe ser”, dice Méndez.

Hasta el 14 de enero… o hasta cuando sea necesario

Durante la tarde, una mujer de unos 80 años llega al centro llorando y con mucha ansiedad. Explica que no duerme y que ha perdido peso. El médico que la recibe, considera que sufre de depresión severa. Pero para la paciente, quien trabajó toda su vida como enfermera, el tratamiento psiquiátrico que necesita está fuera de su alcance por el costo que implica.

Ese día, salió de su casa para ir al MP y consultar sobre los avances de una denuncia que presentó por un delito del que fue víctima. Para su decepción, le informaron que la fiscalía decidió desestimar el caso. Al salir, se fue directo al centro de ayuda humanitaria.

La tarde avanza y la cantidad de pacientes baja. El equipo comienza a empacar las cosas.
La jornada cierra con 101 pacientes atendidos, afirma Edgar Paredes, al terminar de contar los números del día. Es locutor profesional y actor, y se encarga de las tareas prácticas en el centro, como recibir a cada paciente y asignarle su turno.

Pareciera que el equipo ya llevara años trabajando de forma coordinada , aunque se conocieron hace apenas dos meses, durante los primeros días del paro nacional en las protestas frente al Ministerio Público.

Es una alianza inusual entre personas muy diversas, explica Paredes, de abogadas y abogados, comunicadores y comunicadoras, ingenieros, doctores y doctoras de lo privado y lo público. Son personas de todas las edades y con ganas de aportar más allá de las consignas.

Alejandra Rodríguez es una de las personas que se convirtieron en el motor que hace que la dinámica fluye en el centro. La “doc” le dicen de cariño algunas de las personas cuya rutina diaria gira alrededor del MP. No es médica, y la gente lo sabe. Surgió por ser la mente y el corazón a cargo de la logística del centro. Rodríguez organiza las jornadas, los horarios, el programa de turnos y las tareas prácticas, como la revisión y el sorteo de los medicamentos. Es estricta, resaltan sus compañeros, y afirman que sin su mano firme, las jornadas no fluirían.

Para la comunicadora, de 31 años, las experiencias en el centro de ayuda humanitaria han sido intensas y agridulces. Lo describe como una montaña rusa. Es positivo ver la unión de la gente, dice, pero también le causa tristeza que surge porque todas y todos comparten el dolor y la crisis por la falta de un sistema de salud digno.

“Tenemos historias de muchas personas que han donado el medicamento de sus seres queridos que murieron, la mayoría de ellos por una atención tardía a su salud porque están colapsados los hospitales, los centros de salud”, explica Rodríguez.

Apoyar y participar activamente en las protestas ha implicado confrontaciones en su vida personal con personas que no comparten la causa, o no concuerdan con la necesidad de cambios en Guatemala.

“Por favor, cuando hablamos de privilegios no sean de esa gente que piensa que es porque se los quieren quitar. No, al contrario. Que bueno que los tienes, que bueno que puedes estar seguro. No queremos que tú pases por las inclemencias y estos casos que hemos visto”, aclara Rodríguez.

La lucha consiste, dice, en generar cambios para que las condiciones básicas dejen de ser privilegios para pocos, a ser derechos garantizados para toda la población.

El acompañamiento médico no es solamente una manera de apoyar a la resistencia, sino también otra manera de resistir y participar. Forma parte de lo que el líder indígena, Diego Ceto, celebra como una nueva articulación rural-urbano.

“La lucha no es solo de los indígenas, es de los llamados cuatro troncos, los cuatro pueblos. El pueblo maya, garifuna, xinka y mestizo”, dice.

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  1. Guau! Hermoso reportaje. Gracias Pia y Javier por contarle a Guatemala que con amor al prójimo podemos iniciar un cambio tan necesario.

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