Con el pasar de los años y con seria dificultad, he caído en la cuenta de que no soy una persona a la cual se le haga fácil hacer amistades debido a que no hablo mucho. En la adolescencia, esto era una presión para mí, pero ahora en la adultez es una característica mía que abrazo y comprendo con paciencia. Ha sido un camino largo de aprendizaje. A pesar de ello, debo decir que me encanta hacer amigos y amigas en los espacios en los cuales me desarrollo, como en el trabajo.
Soy asalariada desde que cumplí dieciocho años, y en los pocos pero diversos lugares en los que he trabajado, tarde o temprano termino haciendo amistades (algunas episódicas, otras para largo). Podría ser por todas las cosas que tenemos en común, por todo el tiempo que paso con estas personas, o bien, por aquel sentimiento de compañerismo al estar coexistiendo en un mismo sistema de reglas y obligaciones.
Sea cual sea la razón, creo que siempre terminamos formando vínculos agradables con, al menos, algunas personas con las que trabajamos. El sentimiento de solidaridad que forman estos vínculos, aún en lugares en los cuales muchas veces no estamos a gusto, puede ser una vía de ayuda y apoyo en situaciones de hartazgo o monotonía. La verdad es que ni siquiera puedo imaginar cómo sería trabajar en un lugar en el cual no confíe en nadie, ni sea escuchada por alguien que sé que muchas veces puede sentirse igual que yo frente a algún reto laboral.
Es un hecho que las condiciones laborales en Guatemala le fallan a quienes trabajamos allí, especialmente a estudiantes. Como parte de este grupo, me he encontrado con bajos salarios, horarios complicados, o el cruce de tareas y cosas del trabajo. Esto desemboca en un desgaste emocional pesado y en nula motivación en mi cotidianidad. Quienes hacen las dos cosas a la vez, pueden dar fe de lo fácil que es pensar en rendirse, y lo difícil que puede ser muchas veces seguir bajo estas condiciones.
Además, debido a la pandemia, no convivo ahora con mis amigas de la universidad y, por ello, mis relaciones presenciales se limitan a las del trabajo. Así es como ocurre que cuando he tenido semanas difíciles debido a esta presión, muchas de mis compañeras se acercan a preguntarme cómo estoy al notarme extraña, y de inmediato me ofrecen un momento de escucha y comprensión desde el amor y la solidaridad.
La ternura en lugares de trabajo, es reparadora y transforma. Varias veces he tenido que repasar y asentar esta idea en mi cabeza, porque en ocasiones pareciera impensable: las rutinas y ambientes laborales son crueles. Esto es lo común; más aún en un país en donde la mayoría de trabajos están diseñados para que las y los empleados compitan entre sí. La competencia, casi siempre, nos lleva a ser hostiles.
Estoy segura de que se puede repensar el trabajo como un espacio no hostil. He estado en lugares en donde las y los jefes pueden ser de lo peor, pero entre las personas en las mismas posiciones que yo, he encontrado refugios en donde resistir contra viento y marea dentro del área laboral. Estoy segura que mi vida sería muy distinta si no hubiese conocido a estas personas en mi trayecto.