Ilustración: Herbert Woltke

Necesitamos seguridad para todas y en todos los ámbitos

La pandemia de covid-19 nos ha hecho pensar la seguridad en todos los campos de nuestra vida y desligarla de su vínculo con la guerra y el crimen. La experiencia nos ha demostrado que en nuestros países no estamos seguras.
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La pandemia agudiza nuestros viejos miedos y estos carcomen aún más nuestra incertidumbre sobre el futuro. Hemos aprendido que sentirnos seguras no solo implica contar con acceso a servicios de salud, sino también gozar de un estado de tranquilidad para disfrutar nuestras libertades y derechos en las calles y en las casas. 

Desde que en 1994 el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo —PNUD— reconociera que la seguridad tiene ocho dimensiones: sanitaria, ambiental, personal, de género, comunitaria y política; hemos procurado centrar la atención y garantía de la seguridad en las personas, sin embargo, los Estados tienen una deuda pendiente con nosotras. 

El tema de la seguridad es tan amplio porque existe una inmensa diversidad de amenazas hacia el bienestar y los derechos de las personas. Es insostenible que cada gobierno intente justificar los aumentos presupuestales al sector militar con la justificación  de la seguridad, cuando es un hecho que los derechos y libertades se ven amenazados y amenazadas justamente por su papel en la sociedad.

En un informe publicado en octubre de 2020 por el Instituto Centroamericano de Estudios Fiscales —ICEFI—, se estimó que el impacto de la pandemia azotó gravemente el mercado laboral guatemalteco con la reducción de empleos informales, un sector que no cuenta con afiliación a seguridad social ni cumplimiento de la legislación laboral. 

Entonces, no hay seguro social, ni seguridad en el empleo. Además, en el país existe una amplia brecha de género en el acceso a afiliación al Instituto Guatemalteco de Seguridad Social —IGSS—, pues solo el 34.1% de las personas afiliadas son mujeres.

Otra de las amenazas a las que nos hemos enfrentado las mujeres ha sido la violencia machista que no solo incrementó en las esferas públicas y privadas físicas, sino también se extendió hacia los espacios digitales. Han pasado ya casi dos años de pandemia y seguimos sin tener respuestas pertinentes por parte del Estado.

En el ámbito medioambiental, hemos podido reflexionar sobre la rapidez con la que el calentamiento global nos rebasa y cómo la escasez de recursos vitales expone la insostenibilidad del modelo económico dominante y de las formas en las que nos hemos relacionado con el medioambiente y otros animales. Esto ha provocado que se comprometan las necesidades de las generaciones futuras.

Muchas lecciones podemos extraer del contexto actual que vivimos, pero varias se resumen en la inminente necesidad de transformar el concepto de seguridad. 

Es inconcebible un sistema de seguridad limitado en el que se obvie las categorías de clase, sexo y etnia y las diferentes esferas de la vida en la que necesitamos estar seguras. Esto nos permitiría evitar el aumento de las brechas de desigualdad en contextos similares a futuro. No habrá seguridad completa hasta que estemos todas incluidas en ella.

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