Forastera

Al hablar de territorio, cuando pregunto de dónde son originarias mis amigas y amigos, la gran mayoría responde que crecieron en la ciudad, pero su madre, padre o abuelos se fueron asentando conforme las necesidades o emergencias les dictaba. Otras historias que he conocido, son de personas que están de paso, como yo.
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Mi nombre es Ketzali Pérez, soy maya poqom de Palín, Escuintla. Ante la falta de descentralización de la educación media y superior, tuve que migrar desde hace siete años a esto que le llamamos “la capital” o “la ciudad” de Guatemala. 

Según las proyecciones del Instituto Nacional de Estadística, en la Ciudad de Guatemala habitan 1,213,651 personas, de estas el 60% son mujeres y la mayor parte de la población son jóvenes y adultos jóvenes entre los 20 a 34 años de edad. Además, se estima que 1.7 millones de personas ingresan y salen de la ciudad porque trabajan o estudian (yo también estuve así  por cuatro años previo a mudarme a la capital). 

Esto quiere decir que en la Ciudad de Guatemala se movilizan alrededor de tres millones de personas.

Son tres millones de personas que sostienen este territorio a través de la economía formal e informal, a través de la creación de pensamiento, música, arte,  cine… 

Son tres millones de personas que le dan vida día a día a esta pequeña burbuja urbana. 

Somos tres millones de personas que merecemos condiciones dignas para habitar y transitar esta ciudad. Porque, curiosamente, también es de los departamentos más violentos, y que registra más femicidios a nivel nacional. 

Cuando comencé a habitar la ciudad, sentía que no tenía derecho a exigir nada, que tenía que conformarme a las condiciones de vida que se me presentaban, que yo no era quién para exigir garantías. Al final del día era una forastera, no soy capitalina, vine a habitarla por necesidad: primero por interés académico y luego laboral. 

Con el paso de los años, fui comprendiendo que tengo derechos universales y que estos no los puedo abandonar aunque salga del país, o simplemente me mude a otro departamento. Existen garantías con las que contamos para exigir vivir en dignidad, felices y con la posibilidad de cumplir nuestros sueños. 

Aquí explicaré mi insistencia en el por qué creo que esta ciudad debe ser digna para sus habitantes y sus transeúntes. Sé que la realidad de los otros departamentos muy difícilmente cambiará y, en especial, será engorroso para muchas niñas, adolescentes y mujeres quererse proyectar ahí, por lo que en algún momento de sus vidas tendrán que visitar la ciudad. Deseo que ellas no tengan que pasar por la violencia, pésimas condiciones de trasnsporte público, racismo y discriminación que en algún momento yo he vivido. 

Deseo que la experiencia de cada persona, sea digna. Por eso estoy en el Instituto 25A, porque creo fervientemente que si compartimos la importancia de exigir nuestros derechos como personas que habitamos y transitamos la ciudad, haremos cambios importantes, por nosotras y nosotros y por las que vendrán. 

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