Álvaro Colom. Foto: Luis Echeverría

El presidente que conocí

Era mi tercer empleo. A los 20 años, con un par de semestres de la universidad encima, me aceptaron como monitor de medios en una institución del Estado. Un mundo nuevo se me presentaba. Pasaba de hacer periodismo a incursionar en el campo de lo público, algo totalmente desconocido para mí.
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Mi trabajo consistía en monitorear medios masivos. Sintetizaba en un breve informe las noticias más importantes del día, clasificadas por temas, para entregarlo a primera hora al director de la entidad. Tarea tediosa, pues implicaba grabar diariamente los noticieros más importantes de radio y televisión.

Un par de reproductores VHS y docenas de casetes estaban a mi disposición. Mi jornada comenzaba a las seis de la mañana y, aunque salía temprano, me tocaba continuar en casa grabando los noticieros de la noche. No encontraba tráfico en las madrugadas, mientras conducía mi Nissan Sentra modelo 86.

Siempre fui bueno para escribir, así que con un poco de práctica logré tener el resumen de noticias matutino en pocos minutos. Mientras hacía el trabajo, afuera del despacho se formaba una fila de visitantes: campesinos e indígenas habían viajado toda la madrugada para poder hablar a primera hora con el ingeniero, quien mantenía abierta la puerta de su oficina, para atender sin necesidad de cita a quien lo necesitara.

Se volvió usual entonces que los primeros trabajadores en estar en el edificio todos los días, aparte de los miembros de la seguridad, eran el director ejecutivo de FONAPAZ y yo, el patojo monitor de medios.

Así inició mi historia con Álvaro Colom, mi maestro, mi mentor. El tipo más justo y noble que yo he conocido, caracterizado por su humildad, sabiduría y serenidad que me marcaron el resto de la vida.

A los meses mis responsabilidades cambiaron. Me encargaba ya no del aburrido trabajo de monitoreo, sino de la redacción de comunicados y manejo de prensa. Aprendí a tomar fotografías, así que empecé a visitar los departamentos, en concreto los más afectados por el enfrentamiento armado interno, región conocida como la ZONAPAZ.

Por Álvaro Colom incursioné en la cosmovisión maya, con lo cual me abrí a una espiritualidad que, para un joven ladino citadino de mediados de los 90, era desconocida. Y, sobre todo, pude comprender la magnitud de la desigualdad que predomina en este país, algo que él tanto le dolía.

Lo admiraba y respetaba profundamente. La primera vez que llegué Chajul me impresionó encontrarme con una escuela de párvulos, cercana a la iglesia, bautizada con su nombre. Las comunidades indígenas lo querían, confiaban en él. Álvaro Colom llevó a estas regiones escuelas, centros de salud y proyectos productivos, cuando antes lo único que recibían del Estado eran balas.

Al momento que Alfonso Portillo tomó el poder, Colom ya había dejado FONAPAZ. Yo no aguanté tener a Arístides Crespo como jefe, así que renuncié. Le perdí la pista, hasta que me enteré que sería candidato a la presidencia por la Alianza Nueva Nación, coalición de izquierda integrada por la URNG, el Frente Democrático Nueva Guatemala y el partido DIA.

Para la izquierda, las elecciones de 1999, con Álvaro Colom como presidenciable, fueron un éxito. Alcanzó un tercer lugar con un trabajo electoral de tan solo tres meses. Sin embargo, con la izquierda es difícil trabajar. Son brillantes para la retórica, pero muy malos para aterrizar y darle seguimiento a los procesos políticos -o al menos fue así mientras estuve con el ingeniero Colom en aquél intento fallido llamado Encuentro Democrático de Izquierda-.

Le perdí la pista de nuevo, hasta que un día, caminando por el centro, su asistente me llama para pedirme que me hiciera presente a su oficina en la 6ª. calle, para firmar el acta constitutiva como miembro fundador de la Unidad Nacional de la Esperanza. En aquel tiempo no existían teléfonos celulares y la comunicación no era muy fluida. Sin embargo, el ingeniero nunca dejó de incluirme en sus decisiones y acciones. Por él, terminé metido en la política.

Me tenía confianza y cariño, que nunca perdió, espero yo, hasta su último día.

Álvaro Colom en una reunión con periodistas. Foto: Gobierno de Guatemala.

Lo acompañé en dos campañas electorales: la que perdimos contra Óscar Berger y la que le ganamos a Otto Pérez Molina.

Para el 2007, yo estaba de lleno en la labor electoral; Ronaldo Robles, amigo de toda la vida, era parte del staff del PNUD, mientras que Carlos Menocal y el Pancho (Francisco González) tenían unas prominentes carreras como periodistas. Animados por la visión de Colom, se atrevieron a dar un salto al vacío: hicieron a un lado un futuro de relativas certezas, para adentrarse en el universo incierto pero utópico de la comunicación política.

Se incorporaron cuando arrancaba la segunda vuelta electoral, y creamos un equipo tan creativo, comprometido, propositivo y capaz, que el ingeniero Colom se empatinó con nuestras ideas. A los meses, Roberto Alejos nos puso el mote de “Los Peludos”, una ocasión que nos vio salir del despacho del presidente recién electo.

Álvaro Colom conocía la importancia de los simbolismos. Desde el 14 de enero de 2008, ordenó que en Palacio Nacional y las demás instituciones del Estado ondearan tres banderas: la de Guatemala, como símbolo de unidad nacional; la de las Provincias Unidas de Centroamérica, para destacar la aspiración de una integración regional más profunda, y la de los Pueblos Mayas, para recordarnos en todo momento la naturaleza multiétnica y multicultural de este país.

En su toma de posesión, el sonar ceremonioso del tun y la chirimía antecedieron sus pasos, previo a recibir la banda presidencial. “El Rey Quiché”, imponente son tradicional, sustituyó a La Granadera, y se incluyó además la entonación del Himno de Centroamérica junto con el Himno de Guatemala, en los actos oficiales.

Ha sido uno de los pocos presidentes que pudo salir a caminar por las calles, y ser ovacionado por la gente. Pasó en al menos dos Semanas Santas, cuando le animé a que me acompañara el Viernes Santo a recibir el paso del Señor Sepultado de Santo Domingo frente a Catedral. Era cercano, amable y sensible, aunque también bastante tímido. Jugaba solitario en la computadora cuando se sentía estresado, y si se enojaba, era cosa seria.

Preparativos para la exposición de Gloria Victoria, obra de Diego Rivera que retrata una parte dolorosa de la historia de Guatemala. Foto: Gobierno de Guatemala.

Creía en las buenas ideas. Y nosotros las teníamos. El presidente se atrevió a dejarnos actuar, a dejarnos hacer. Gracias a esa confianza, pudieron impulsarse acciones que aún resuenan, como aquellas gigantes mantas en el frontispicio de Palacio Nacional que reivindicaban la Revolución de Octubre, los actos de perdón del Estado que no tienen parangón, o la exposición del mural de Diego Rivera, que permitió a muchos jóvenes conocer la verdad de un episodio tan estigmatizado de nuestra historia reciente.

El autoatentado de Rosenberg fue un desafío para todos. No existe manual de manejo de crisis política que recomiende acciones al momento que un imbécil decide volarse los sesos, no sin antes grabar un video responsabilizando al presidente por su muerte. Yo creo que, si las redes sociales hubiesen tenido la mitad del impacto que hoy han logrado en nuestras vidas, probablemente lo hubieran derrocado.

Me convertí en disidente de la UNE antes de terminar el gobierno. Sandra me había mandado al congelador desde hace ratos porque no le gustaban las opiniones adversas. Días después de haber entregado el poder, el presidente Colom me llama a su casa, para encomendarme la comunicación de la bancada, que tenía amplia mayoría en el Congreso. Literalmente le dije: “presidente, si usted me pide que vayamos a cuidar monos a la selva, yo me voy a cuidar monos a la selva con usted. Pero no me pida seguir apoyando a esa señora, porque no puedo hacerlo”.

Desde FONAPAZ, mi relación con él se caracterizó porque yo procuraba advertirle de cosas, situaciones o personas que no me generaban buena espina. Algunas veces lo hacía con temor, otras con seguridad y certezas. Pero esa última fue con hastío y frustración. A lo mejor me excedí de sincero. Lo cierto es que, tras esa ocasión, el presidente dejó de buscarme por cuatro años.

Antes de la segunda vuelta electoral entre Jimmy Morales y Sandra, vibró mi teléfono y en la pantalla apareció su nombre. Con total normalidad, como si tan solo hubiesen pasado unos días desde la última vez que supe de él, me invitó a almorzar a su casa con su hija y su yerno.

Me recibió con cariño. “Te llamé porque quería decirte que tenías razón. Me equivoqué con Sandra y no hay nada que hacer por el partido, pero sigamos trabajando juntos”, se limitó a decirme. No supe qué responder. Sin más, nos sentamos a comer.  

El presidente çlvaro Colom inaugur— el el programa presidencial Uniformando la Solidaridad en el departamento de Quetzaltenango. Foto Presidencia/Luis Echeverr’a.

El presidente resistió con hidalguía y humildad todos los embates que la vida le interpuso. Era capaz de reconocer sus errores y tender una mano conciliadora. Siempre tuvo un jovial sentido del humor, un placer inexorable por el tabaco y una obsesión con los Quijotes.

Por lo que pude atestiguar, fue también un papá ejemplar. Crio en solitario a dos de sus tres hijos, con quienes parecía ser más un buen amigo que un padre estricto, de esos que imponen, controlan o condicionan.

Traté de estar con él en las buenas y en las malas. Lo fui a ver a Mariscal Zavala cuando fue procesado por el caso Transurbano. Si algo he de recriminarle a la CICIG, es que se dejó llevar por las presiones de los sectores tradicionales. El trillado: ¿¡Y la UNE para cuándo?! llevó a la cárcel a un inocente, junto con varios miembros de su gabinete que fueron incriminados por una firma. No merecían cárcel, sino ser citados y escuchados.

Hablar de sus logros, aciertos y errores en su gestión, ya se han encargado muchos antes que yo. Y también lo hará la historia, que no dudo le otorgará el lugar que realmente le corresponde.

A mi no me queda más que sentirme afortunado por haber tenido el privilegio de caminar y aprender al lado de un buen hombre: el mejor presidente de Guatemala de los últimos tiempos. Nada de qué avergonzarme; mucho de qué sentirme orgulloso y agradecido.

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