– ¿Mirás esa casa?, dijo *Yasmín a su mamá.
Señaló hacía la cima de una cuesta que colinda con la colonia donde creció. Ahí arriba, una casa grande, con fachada amplia de vidrios, engalana la vista. Es muy distinta de la casa de tres metros de ancho y doce de largo, sin ventanas, donde ella, sus dos hermanas, su abuela y su mamá compartían dos camas bajo el techo de lámina.
– Así va a ser la casa que yo te voy a hacer. Vas a estar sentada ahí y vas a tener quien te cuide. Yo voy a ser la última que me voy a quedar contigo en tu vejez, le dijo la adolescente a su mamá.
Fue uno de esos momentos que a veces pasan desapercibidos. Un día como cualquier otro, que ahora su mamá añora por volver a vivir.
*Yasmín desapareció pocos meses después, a mediados del 2022.
Los ojos de *Vilma se llenan de lágrimas al recordar la promesa de su hija o al imaginarse su rostro, su voz y su sonrisa cuando se ponía a copiar los bailes de los videos que miraba en Tik Tok.
Quería ser maestra y estaba determinada a estudiar para salir de la pobreza y devolverle a su mamá los sacrificios y el esfuerzo que como madre soltera hizo por sus hijas.
Pánico: qué pasa cuando desaparece una hija
Es julio de 2022. Han pasado apenas días desde esa tarde en que Yasmín salió para comprar un chocobanano y ya no regresó a su casa, en una colonia de la zona 18. En la voz de *Vilma se nota el caos emocional que vive. Es errática. El miedo y la confusión pelean con la esperanza y las preguntas que atormentan su mente.
¿Dónde estaba Yasmín cuando envió el último mensaje de Whatsapp antes de que alguien apagara su celular? ¿Quién se llevó a su hija? ¿Nadie de la vecindad la vio? ¿Por qué la Policía Nacional Civil (PNC) no activó la alerta inmediatamente cuando lo reportó? ¿Dónde está?
“Tal vez se fue con algún familiar”, le dijo el agente, cuando Vilma acudió a la PNC por primera vez para alertar la desaparición. Las llamadas ya no entraban a su celular y pese al fuerte aguacero, común de la época del año, la adolescente no regresó a la casa. Vilma la buscó en cada rincón de la colonia pero sin éxito.
Cuando llegó a la subestación, empapada y angustiada, ya llevaba más de dos horas sin saber de su hija. Pero la PNC no activó la alerta Alba-Keneth en la madrugada..
Cada año, se activan miles de alertas Alba-Keneth, el mecanismo a cargo de la coordinación de búsqueda y registro de niñas, niños y adolescentes desaparecidos. Pero el problema no afecta con la misma recurrencia a todas las personas, ni en todo el país.
Yasmín pertenece al grupo que según las estadísticas están en mayor riesgo de desaparecer; por ser mujer y por su edad.
Más del 67% de las desapariciones son de niñas y mujeres adolescentes. Entre ellas, las que se encuentran entre 13 y 17 años de edad son las que tienen la probabilidad más alta de desaparecer. Solo en 2022, de las 4,689 niñas, niños y adolescentes que desaparecieron, el 16% tenían 15 años, como Yasmín.
Así comenzó para Vilma la peor pesadilla de una madre. Le tomaron declaraciones, una muestra de ADN por si el cuerpo de su hija apareciera sin vida, y le hicieron preguntas y más preguntas dolorosas. Todo para ser registrado en otro expediente del sistema.
“Me llama un investigador, después otro y otro. Solo me hacen más preguntas, si me han venido a dejar una nota o así, pero nunca dan respuestas”, dijo Vilma frustrada.
Y hay otra cosa. Pese a los días transcurridos, la alerta por la desaparición de Yasmin aún no aparecía ni en las redes sociales ni en la página de la Unidad Operativa de Alba-Keneth, entidad que coordina el registro y la búsqueda de desapariciones de niñez y adolescencia en Guatemala.
A la madre nadie le explicó por qué. Llamó a la Unidad Alba-Keneth para preguntar y le informaron que el Ministerio Público “no autorizó su publicación, porque podría poner en riesgo a la menor”. No dieron más explicaciones, pero sí la recomendación de que la familia no hiciera publicaciones en redes sociales.
Confusión: ¿quién decide sobre las alertas?
Pasaron 27 días hasta que la alerta por la desaparición de Yasmín por fin se publicó.
Quorum consultó a Alba-Keneth, una dependencia de la Procuraduría General de la Nación (PGN), y al MP sobre el motivo por el retraso. Sus respuestas se contradicen.
Alba-Keneth indicó que la publicación de la alerta “es una decisión que toma el MP”.
Aunque indican que la divulgación del boletín en casos de alto riesgo depende de la autorización del Ministerio Público, no aclararon cómo determinan si una desaparición es más riesgosa que otra.
El MP niega lo anterior. “No es facultad del Ministerio Público decidir si se publica o no, un boletín de Alerta Alba-Keneth”, respondió Juan Luis Pantaleón, jefe de Información y Prensa del MP.
Agregó que Alba-Keneth consulta al MP si en la investigación y seguimiento de la alerta existen indicios de que se trate de un delito, y que en base a esa información la unidad evalúa si es procedente o no la publicación.
Es importante resaltar que Alba-Keneth aclaró que con o sin la publicación, siempre se realiza la coordinación de la alerta y la búsqueda con las instituciones que forman parte del sistema.
El problema es que esa comunicación y coordinación no incluyó a la familia de Yasmin.
Vilma, quien llevaba días sin dormir ni comer por la angustia de su hija, solo recibió la información porque ella llamó. Y ya era tarde para advertencias.
Sin el boletín, la familia había subido una foto con el número de teléfono de Vilma a redes sociales con la esperanza de que alguien la hubiera visto. Recibieron dos llamadas de hombres que aseguraron tener a su hija secuestrada y con amenazas exigieron sumas grandes de dinero a cambio de devolverla con vida. Era dinero que Vilma nunca en su vida tuvo y que tampoco podría conseguir.
En una ocasión, los investigadores de la policía se encontraban en su casa y escucharon la llamada. Incluso, uno de ellos fingió ser el tío de Yasmin para hablar con los malhechores. Concluyeron que eran imitadores, que ellos no tenían a Yasmin, sino que se aprovecharon de la información que circulaba en redes sociales para extorsionar.
Angustias que la madre se hubiera ahorrado, si las instituciones la hubieran mantenido al tanto.
Aislamiento: el efecto contagioso del miedo
Septiembre de 2022. Yasmin sigue desaparecida. Vilma respira cada palabra como si se estuviera ahogando. Lo poco que sabe de los avances en la investigación sobre la desaparición de su hija, se debe a las veces que fue a la PGN y al MP acompañada de una abogada de La Alianza.
Si ella no consultara, nadie le diría nada.
Logró ver la grabación de las cámaras que captaron cuando Yasmin salió de la casa y caminó tranquilamente hacia las canchas de la colonia donde creció.
Vilma recuerda que ese día, bajo la lluvia, rogó a las y los vecinos del área que tienen cámaras de vigilancia, que la dejaran revisar las grabaciones. Quizá alguien se acercó a su hija aquel día. Tal vez la llevaron a la fuerza.
Nadie quiso hacerlo. Mucho menos después cuando llegó con los investigadores de la PNC. Vilma no los culpa. Es una zona que desde hace décadas quedó abandonada a la violencia, y en la que cada día aparecen cadáveres. ¿Quién se atrevería a aportar las pruebas que pudieran identificar a los responsables del secuestro?
“Así es aquí. Alguien dice algo y al otro día aparecen tirados”, comenta Vilma con resignación.
Después de la desaparición de su hija, la gente se alejó de ella. Como si su casa hubiera sido el foco de contagio de alguna enfermedad. Vilma siente que las personas susurran en las esquinas, que juzgan a su familia o que asumen que su hija desapareció porque “en algo andaba metida”.
Fue la misma sensación de prejuicio que percibía en las preguntas de las autoridades desde el momento en que denunció la desaparición. Le insistían que no ocultara nada, que les dijera todo. “Sentía que me iba a morir, yo nunca supe nada”, exclama Vilma.
Hace poco, en una de las tantas idas al MP, le informaron que vinculan el caso con las pandillas, pero no le explicaron los indicios que les llevaron a esa hipótesis.
Vilma y Yasmin siempre fueron muy unidas. Compartían todo, hasta la talla de zapatos. Pasaban la mayor parte de su tiempo en casa, juntas. La madre conoce bien los peligros que atormentan esa colonia urbana y casi nunca dejaba que Yasmin saliera sola. De rutina revisaba su celular porque sabía que incluso en los espacios digitales acechan depredadores.
Nunca tuvo razón para sospechar que algo estaría pasando a su hija.
Zona de guerra
“La situación en la zona 18 es complicada”, comenta David Boteo en tono serio. Sabe bien que la descripción queda más que corta comparada con la verdadera complejidad de uno de los lugares más afectados por la violencia en la capital del país.
Durante sus más de 20 años de carrera en la PNC, Boteo trabajó gran parte en la zona 18. Cuando lo entrevistamos, aún era jefe de la División Especializada en Investigación Criminal (Deic) de la PNC. Poco después fue nombrado Subdirector General de Operaciones.
Aseguró que las pandillas generan un contexto que no se debe ignorar al momento de investigar fenómenos como las desapariciones en esa zona, especialmente si son niñas y mujeres adolescentes.
No se sabe cuántas niñas, niños y adolescentes desaparecen en la zona 18 cada año, ni si afecta de manera diferente a distintos grupos de edad y género. Aunque Alba-Keneth sí registra esa información, la retiene y solo hace disponible la cantidad de alertas (que no corresponde con la cantidad de víctimas).
Solo sabemos que se activaron 5,922 alertas en 2022. 2,283 en el departamento de Guatemala, y 1,086 en el municipio cabecera.
Las pandillas reflejan la misma misoginia normalizada en la sociedad de la que surgen. Con excepción de muy pocos casos, las mujeres no gozan del mismo poder en las clicas como los hombres, ni de la oportunidad de obtenerlo, explicó Boteo.
Existen clicas que operan en varias partes del país y Boteo conoció casos de mujeres jóvenes con alerta Alba-Keneth que se localizaron en otros departamentos porque fueron llevadas a escondites cerca de las cárceles donde son explotadas sexualmente.
“Mandan a las adolescentes a los centros preventivos a tener relaciones sexuales con los jefes de clica. A veces por una deuda. Si alguien dentro tiene necesidad de dinero y un homie le presta, le ponen una fecha. Si no lo paga, ellos investigan y le dicen -qué preferís, ¿que te matemos o nos mandás a tu prima o tu hermana?”, relató el oficial.
Existe otro tema del que nadie habla. Según Boteo hasta el 60% de las y los jóvenes que terminan involucrados con las pandillas podría ser por reclutamiento forzado. Si se niegan a integrar corren riesgo de que los maten. Si ceden ante las amenazas y luego intentan alejarse, también.
“A muchas adolescentes las han matado porque se niegan o se arrepienten. Si dicen que ya no van a ir a visitar a los privados de libertad, o no van a ir a entregar un teléfono, o cobrar una extorsión, es seguro que las mandan a asesinar. Ya están condenadas”, explicó.
Resignación: sin rastro
Ya son más de cinco meses. Pronto finalizará noviembre, otro mes que se irá sin noticias.
Las cosas de Yasmin están exactamente donde las dejó. En un estante en la pared está la carta que la adolescente hizo para Vilma el último Día de la Madre. Sus zapatos están apilados en el piso, y sus playeras, licras y vestidos están guardados en las repisas de un pequeño armario en esa casa angosta. Vilma saca una prenda rosada.
“Era de Yasmin”, dice mientras la abraza y rompe en llanto.
Darse cuenta que inconscientemente ha comenzado a referirse a su hija en tiempo pasado, la quiebra.
La desaparición de Yasmina impactó la salud de Vilma. Comenzó a padecer taquicardia, presión baja y fuertes hemorragias. Las condiciones de vida de ella y su otra hija, que ya eran precarias, se hicieron más difíciles. Pasó semanas sin poder trabajar, sin ingresos para la comida y mucho menos para un examen médico.
Sobre la investigación es cada vez menos lo que se entera. No tiene para comprarle saldo a su celular y tampoco ha ido a indagar, porque cada ida implica un gasto fuerte. Después de la pandemia, las líneas de bus nunca se restablecieron.
Cada día le cuesta más aferrarse a la esperanza. Pero se resiste en creer que Yasmin estuviera involucrada con las pandillas. Nunca le encontró dinero, y la adolescente se mantenía en casa.
“Era muy callada. Muy reservada”, dice Vilma, “Y yo siempre la tenía acá en la casa, porque lo que me daba miedo eran los patojos, que aquí es muy peligroso y uno no sabe con quién está hablando. Siempre le decía —no quiero que te andes metiendo en problemas—”, llora.
Duelo: la casa maldita
Hasta el fondo de una llamada se escuchan los gritos. Son de Vilma, del dolor más profundo de su alma. Es enero de 2023.
“Nos llamaron del Inacif”, explica una voz golpeada.
Dos semanas antes, el 15 de diciembre, una casa abandonada en Lomas de Santa Faz, zona 18, llamó la atención del país entero por un terrible hallazgo en su interior.
Desde afuera no se distingue de las otras casas de la colonia. Muros de block debajo de una capa delgada de pintura verde. Techo de concreto con las vigas de construcción salidas. Portón y puertas negras de metal que dan hacía la calle angosta de un barrio popular urbano. Y rejas metálicas frente a las ventanas. Características de la arquitectura del terror.
Adentro, debajo del piso de cemento, los bomberos localizaron siete mujeres asesinadas. Tres adolescentes y cuatro adultas jóvenes. Todas tenían alerta por desaparición. En 2022, 19 niñas y adolescentes con alerta Alba-Keneth fueron localizadas sin vida.
Desde que supo del hallazgo, Vilma no descansó. La casa queda cerca de las canchas donde desapareció Yasmin y pese a que mantenía la esperanza de volverla a ver con vida, temía lo peor. Un sistema que revictimiza no ayuda. La madre apenas respiraba cuando el Inacif la citó para hacerle otra prueba de ADN, pese a que ya le habían hecho una cuando Yasmin desapareció.
Le tocó esperar varios días hasta que en algún momento, el martes 3 de enero, le entró la llamada del Inacif. Una voz lejana confirmó lo único que no esperaba escuchar: el cuerpo de Yasmin estaba entre las mujeres asesinadas.
Según el Inacif, se pudo determinar que las víctimas tenían diferentes tiempos de fallecimiento. Con la excepción de una, las autoridades confirmaron que las víctimas fueron asesinadas de entre tres semanas hasta dos meses antes de la exhumación.
Yasmín llevaba más de 6 meses desaparecida. ¿Dónde estuvo entonces durante sus últimos meses de vida?
¿Aceptación?
En la fiscalía, a Vilma le siguieron cuestionando. Siempre las mismas preguntas, nunca las respuestas. ¿Cómo desapareció? ¿Cómo era su hija? ¿Si de verdad nunca había visto algo raro?
Fue demasiado para la madre. Informó en la fiscalía que sería la última vez que llegaría.
“Quedé muy mal de los nervios, ya no quiero seguir el caso. Por temor, más por mi nena, la que se quedó”, dice Vilma.
No hay nada en Guatemala que le garantice que por perseguir respuestas no se expondrá a que le pase lo mismo a ella o a su otra hija.
En el MP le ofrecieron apoyo psicológico sin costo, pero Vilma no tiene ni para las tortillas, mucho menos para el transporte. Por lo mismo, la tumba de su hija en el cementerio general, sigue sin lápida.
Ya no duerme. La ansiedad y la paranoia la mantiene deambulando por las noches. “Como si estuviera esperando a mi hija, que ya va a regresar”, dice.
Siente que las autoridades no ponen la atención necesaria al problema de las desapariciones, ni a las familias de las y los jóvenes. Tampoco a las familias de los victimarios.
“Algo sucedió, que generó esa dureza en su corazón”, lamenta.
Piensa en las otras madres. ¿Qué les diría a partir de su experiencia?, le pregunto.
“Que hablen. Todo lo que pueden. Que no pierden ni un momento. Que estén atentas a sus hijas. Yo lo hacía, pero no pensé que hasta para ir a la tienda. En los tiempos que estamos, revisen sus celulares. A nadie se lo deseo”, responde Vilma.
Después de seis meses, lo que comenzó como la historia de la desaparición de una adolescente, terminó en el testimonio de otra madre sin hija. Otro femicidio en la impunidad. Vilma está resignada, ya no le quedan fuerzas para exigir justicia.
“Hay veces que quisiera que todo haya sido un sueño, pido fuerzas para seguir adelante, por mi otra hija”, concluye.
Cuando la tristeza supera la vida
A veces, hasta los relatos más duros son incluso peor de lo que parecen.
Este 15 de marzo de 2024, Vilma falleció. Tenía 43 años.
Hace poco más de tres meses, cuando publicamos este reportaje sobre la desaparición de su hija adolescente, nos reservamos algunos datos para protegerla a ella y su familia.
Con el permiso de su familia, agregamos esta nota con más elementos que puedan dar a entender el dolor que enfrentaba Vilma.
El día de la desaparición, en junio de 2022, Yasmin no estaba sola. Junto con ella iba su hermana, Leslie y su pequeño sobrino. Las hermanas de 15 y 27 años, respectivamente, habían salido juntas para llevar al niño a comer un chocobanano.
Horas después, en la madrugada, mientras Vilma angustiada buscaba a sus hijas y nieto en cada callejón de la colonia en zona 18, una llamada entró a su celular. Localizaron al niño, dijo la voz de una funcionaria. Alguien lo había abandonado cerca de la estación de bomberos en la zona 3, al otro lado de la ciudad. No había rastro de Yasmin y Leslie.
Ninguna de las dos volvieron a casa. Ese día, Vilma perdió no solo a una hija sino a dos.
Desde que sus hijas desaparecieron le invadieron la angustia y la tristeza. Un sufrimiento lento y doloroso que se acompañó de quebrantos de salud. Vilma luchaba por la hija que le quedaba y por su nieto, y por sobrevivir en condiciones de extrema pobreza urbana. No tenía fondos para costear exámenes médicos o medicamentos, ni siquiera para el transporte privado para ir al hospital porque no había transporte público.
Sus problemas de salud aceleraron cuando supo que Yasmín y Leslie estaban entre los cuerpos de las siete mujeres asesinadas que fueron localizadas en diciembre de 2022 en una casa en Lomas de Santa Faz.
Ante la ausencia total de justicia y respuestas sobre qué les pasó a sus hijas, Vilma sufría cada vez más de los nervios, de insomnio, de sangrados.
La familia de Vilma la recuerda “con un baño en la cabeza yendo a entregar dobladitas calientes y escuchando su risa a cuadras”. Como una mujer que nunca dejó de luchar.
No le quedan dudas: la tristeza y la violencia estructural desgastaron a Vilma. Le superó ese profundo dolor que recae una y otra vez sobre las más desprotegidas, las más invisibilizadas, las más olvidadas en un estado que sigue sin responderles.
Agregado el 19 de marzo de 2023: Cuando la tristeza supera la vida A veces, hasta los relatos más duros son incluso peor de lo que parecen. Este 15 de marzo de 2024, Vilma falleció. Tenía 43 años. Hace poco más de tres meses, cuando publicamos este reportaje sobre la desaparición de su hija adolescente, nos reservamos algunos datos para protegerla a ella y su familia. Con el permiso de su familia, agregamos esta nota con más elementos que puedan dar a entender el dolor que enfrentaba Vilma. El día de la desaparición, en junio de 2022, Yasmin no estaba sola. Junto con ella iba su hermana, Leslie y su pequeño sobrino. Las hermanas de 15 y 27 años, respectivamente, habían salido juntas para llevar al niño a comer un chocobanano. Horas después, en la madrugada, mientras Vilma angustiada buscaba a sus hijas y nieto en cada callejón de la colonia en zona 18, una llamada entró a su celular. Localizaron al niño, dijo la voz de una funcionaria. Alguien lo había abandonado cerca de la estación de bomberos en la zona 3, al otro lado de la ciudad. No había rastro de Yasmin y Leslie. Ninguna de las dos volvieron a casa. Ese día, Vilma perdió no solo a una hija sino a dos. Desde que sus hijas desaparecieron le invadieron la angustia y la tristeza. Un sufrimiento lento y doloroso que se acompañó de quebrantos de salud. Vilma luchaba por la hija que le quedaba y por su nieto, y por sobrevivir en condiciones de extrema pobreza urbana. No tenía fondos para costear exámenes médicos o medicamentos, ni siquiera para el transporte privado para ir al hospital porque no había transporte público. Sus problemas de salud aceleraron cuando supo que Yasmín y Leslie estaban entre los cuerpos de las siete mujeres asesinadas que fueron localizadas en diciembre de 2022 en una casa en Lomas de Santa Faz. Ante la ausencia total de justicia y respuestas sobre qué les pasó a sus hijas, Vilma sufría cada vez más de los nervios, de insomnio, de sangrados. La familia de Vilma la recuerda “con un baño en la cabeza yendo a entregar dobladitas calientes y escuchando su risa a cuadras”. Como una mujer que nunca dejó de luchar. No le quedan dudas: la tristeza y la violencia estructural desgastaron a Vilma. Le superó ese profundo dolor que recae una y otra vez sobre las más desprotegidas, las más invisibilizadas, las más olvidadas en un estado que sigue sin responderles.