Ahora que revisito las lecturas que me acompañaron, tomé de nuevo este libro. Había olvidado que agarré todas nuestras fotos y las guardé en él. Recién lo abrí y coincidentemente quedaron en una de las páginas en las que Annie habla sobre su experiencia con el cáncer y cómo narrarlo era una forma de ser transparente. “Escribir sobre el mío participa de ese desvelamiento”, dice.
Ahora mismo, yo estoy haciéndome transparente en la medida en que narro sobre mi dolor.
¿Qué hace una cuando se va lo que hasta entonces era la vida que conocía? A mí se me hizo necesario describir ese momento con las palabras de otras, porque entonces las mías no salían. Y no sería la primera vez en la que la literatura me acompañaría. “Solo mis libros me pueden salvar. Sólo mis libros me van a salvar en todos los sentidos. No habrá amor ya”, escribiera José Sbarra.
A mí me salvaron esas escritoras y escritores, muchas hasta entonces desconocidas. Me sostuvieron a través de sus palabras. Pero también me hicieron darme cuenta y hacer una relectura de algo aún más importante.
No lo dimensioné hasta que encontré un fragmento en Todo lo que sé sobre el amor de Dolly Alderton en el que las amigas de la protagonista hacen mil y una cosas para distraerla de su separación. “Hace falta un pueblo entero para curar un corazón roto”, acierta la autora.
En mi duelo, mi pueblo eran ellas. Mis amigas con quienes hablaba y conforme lo hacía me reconstruía.
¿Cuántas veces nos detenemos a pensar en la importancia de ese pueblo que son nuestras amigas?
Valorar el amor entre mujeres nos hace darnos cuenta de que en verdad no estamos solas. Ni en las más amargas etapas de la vida. Durante todo este tiempo me he preguntado mucho sobre lo que estamos construyendo. Mucho nos han dicho sobre vivir el dolor en silencio y en soledad, pero hay quienes necesitamos hacerlo acompañadas. De personas, de libros, de música…
Si bien respeté mis espacios a solas para escucharme y consolarme, nunca me vi completamente abandonada. Al menos no por ese gran pueblo. Y, después de todo, pese a que con mi ex pareja fuimos esas dos soledades que se acompañaban, de las que habla Rilke, ambas necesitaron, conscientemente o no, regresar al espacio original. A la comodidad del ostracismo. Y, aun así, mi espacio a solas para sanar el dolor nunca fue brutalmente invadido. Al contrario, incluso en la primera noche del duelo, mis amigas permanecieron a mi lado en silencio. Como quien vela el sueño de la otra.
Han pasado varios meses ya y sigo pensando en las narrativas con las que atravesamos el dolor. Y con las que construimos el amor. No exclusivamente el de pareja, sino el amor hacia ese pueblo que está antes y después de todo. Sigo sin entender mucho, y como diría Gabriela Mistral “estaré llorando hasta que el alma comprenda”.
Atravesar el dolor, escribirlo y soltarlo es solo una parte más de lo natural de la vida. “Menos mal que no morí de todas las veces que quise morir” escribió Maria Do Rosário. Y menos mal yo tampoco lo hice, pues así como disfruté del amor, ahora me atrevo a narrar mi dolor y sanar con esa narración a veces desdibujada.