9 vidas más en una patria de huérfanos

Es 15 de septiembre y llueve. Han pasado 24 horas desde que 9 personas murieron por una avalancha humana, en medio de un concierto para celebrar la independencia patria.

Y todo siguió normal. Hubo coronación de la reina, desfiles, bombas y otros conciertos. Discursos y banderas pulcras ondeando. 

En medio de todo eso el silencio sepulcral de las autoridades, de Cervecería Centro Americana, y de las bandas que habrán estado pensando encómo solidarizarse con las víctimas sin faltar a sus relaciones comerciales. Gran problema. 

Quizás algún consultor cínico habrá recomendado silencio porque en este país todo se olvida. Y sí, en el fondo quizás tiene razón.

Ya nadie, más que algunos de sus compañeros, habla de los trabajadores de Empagua que murieron arrasados por una correntada.

Hace una semana una señora murió en Antigua Guatemala porque un muro le cayó encima. El muro era un peligro, pero el Consejo no aprobaba su demolición por ser vestigio histórico.

Hoy es la indignación por una niña que muere por una bala perdida, por alguien que desaparece, por la víctima de una negligencia médica… y mañana esa indignación será sustituída por otra.

O bien, aparecerá una explicación en la que intentaremos descargar la pena. Que si estaban vinculados con extorsión o que si la víctima pertenecía a una pandilla, o que nadie los obligó a un concierto. 

Nos acostumbramos a vivir bajo el sonido de los disparos; a ver retazos de cinta amarilla; a buscar atajos porque, como si fuera una llanta pinchada, hay un cuerpo bloqueando el tráfico.

Nuestro paisaje más triste son esas banquetas cuyas cruces recuerdan a alguien que no llegó a casa. ¿Cuántos no llegaron a ver a sus hijos crecer? ¿Cuántos huérfanos hay al final de cada día?

Las y los huérfanos de la guerra, del Stan, el Mitch y el Ágatha; del Cambray y del Volcán de Fuego; de los accidentes a manos de conductores ebrios; de la falta de medicamentos en hospitales públicos; de la creciente de asaltos; de los padres y madres que desaparecieron en la frontera.

Millones de proyectos de vida truncados, de vidas rotas y de duelos inconclusos porque la justicia nunca llegó. Eso somos, un país de huérfanos. Ya lo decía Camus: “no se puede llamar patria. ¿Verdad?, a esa tierra densa, privada de luz, donde seremos alimento de animales ciegos”.

¿Cómo trascendemos la espiral de la indignación? ¿Cómo hacemos para que entre tantos, no se nos olvide que hay 9 cuerpos que esperan justicia? ¿Cómo de la justicia, pasamos a demandar garantías para que las tragedias no se repitan? 

¿Cómo construyen los huérfanos un país? Enorme dilema.

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