la conjura de los cínicos

Esta crónica urbana es un anticipo del libro Miniaturas absurdas del Salvaje Triángulo Norte, del autor guatemalteco Camilo Villatoro. En ese mapa literario, el Triángulo Norte de Centroamérica se convierte en un territorio de enunciación irreverente, como podrá notarse en este encuentro con el artista visual Erick Boror.
Mural en la Escuela de Ciencias Políticas, Universidad de San Carlos de Guatemala. Erick Boror, 2022

Tuve un encuentro chapinlandés del tipo hedónico con Erick Boror. Ocurrió de noche, en la oscurana de un bar del Centro Histérico de la Nueva Chapinlandia de la Asunción.  Confluímos ahí por azar, o eso pensaba. Como haya sido, si estoy escribiendo esto es porque sé muy bien que el azar sólo existe si lo invocamos.

Quiero suponer que Erick Boror es una especie de personaje universal: que en Dinamarca o China tienen a su propio Erick Boror y que estos equivalentes regionales dibujan dragones chinos o monstruos acuáticos en las paredes diseñadas como sostén del arte gráfico que nunca falta en las instituciones culturales que pueblan los Centros Histéricos del mundo (justo ese mismo día, más temprano, había divisado a nuestro Erick Boror rayando paredes en uno de estos recintos, pero olvidé mencionárselo).  

Omitiré varios pasajes de la conversación que tienen sentido únicamente para las tres personas que departimos en esa tertulia dionisiaca. 

Luego de pensar a Erick Boror como personaje universal, ahora tengo antojo de imaginarlo como un personaje ficticio que sólo tiene importancia para esta narración. Planteada la dualidad entre el ser universal y el particular, al lector no le quedará más remedio que salir a buscar a su propio Erick Boror, como quien busca zompopos debajo de la tierra, guiado por un hambre imaginaria disfrazada de apetito.

¿Existe en realidad Erick Boror, o me lo acabo de inventar?

Supongamos que él mismo no quiere existir y que su hipotética versión me ha encomendado la misión de hacer su entrada enciclopédica en la Wikipedia del futuro próximo, que será, calculo, un futuro más o menos distópico.

Ixchel: Geometría Sagrada y Reinvención Contemporánea, Erick Boror.

No sé nada de Erick Boror, pero lo conocí hace algunos años. Coincidimos él, yo y un amigo que había compartido con Erick cursos o algo así en la carrera de Arquitectura. En ese entonces el  hipotético artista estaba empezando a hacerse notar en el medio, o esa impresión me daba a mí.

Más tarde descubrí su obra pictórica ilustrando la hoy extinta Revista de la Universidad de San Carlos, en la que colaboré en distintas ocasiones. Por la emblemática universidad han pasado un sinfín de cerebritos consumados, mártires estudiantiles, premios nóbeles, Erick Boror, por supuesto, y hasta yo. Hoy sabemos que el alma máter está dejando de existir poco a poco, representando un progreso significativo en la historia general de los retrocesos significativos. Dieciocho millones de chapinlandeses y la única universidad pública en vías de privatización… ¿Lo pueden creer?

Volviendo a la historia perimetral de la arquitectura, más allá de que es evidente la influencia del trazo arquitectónico en la obra del Boror universal, a mí nunca me ha hecho sentido dar grandes pajas teóricas al respecto. Eso es válido, por supuesto, y hay todo un contingente de especialistas en pajística comparada para enriquecer el análisis de una obra desde perspectivas de alto vuelo académico, contrastando, por ejemplo, al Erick Boror de China con el Erick Boror del Lago Ness, y sus desavenencias estilísticas con el Erick Boror de Guanajuato. 

En cambio, mi Erick Boror es único y sólo importa para el microverso creado en la atmósfera de aquella sobremesa dionisiaca. En lo pictórico y en cualquier arte, a mí me interesa el imperio de los sentidos, y cómo las sensaciones tienen una potencia poética que aflora en situaciones siempre disímiles.

Luego de cuestionarnos sobre lo que pensábamos de nuestro oficio (a mí y a la otra contertulia y artista chapinlandesa), Boror prácticamente nos obligó a declararnos la mamá de Tarzán en nuestras correspondientes disciplinas. El lema de este Erick Boror netamente chapinlandés valía como statement para la obra de cualquier artista: «A la berghain la sinceridad». Creo que un artista es un mentiroso profesional; incluso más que un diputado, que hace más bien demagogia. Si lo que el artista expresa es verdad o mentira, no depende de él, sino del criterio del observador. Es decir: los principios de la física cuántica manifiestos en las pasiones más viscerales y creativas. 

Y yo no sé si el Erick Boror en aquella oscurana era consciente de lo que estaba diciendo, o si era el grado de emoción etílica, pero sus palabras tenían un trasfondo de conjura. El arquitecto in fieri ha diseñado su propio destino artístico. Si en la duda está el error, las posibilidades infinitas del arte tienen en Erick Boror un prototipo mesiánico. 

En la era del Tik Tok y demás calaña inmediatista, el arte sólo tiene oportunidad si con él asoma la sombra luminosa de la voluntad de poder, la que procede a equivocarse miles de veces antes de lucir con orgullo la linda cara de un boxeador apaleado. 

Debe existir un arrojo, una potencia decisiva que hay que tener sí o sí. Puede que el arte sea más bien un deporte de contacto; si el artista se derrota de antemano, no merece subir al ring. 

Cuando la tierra muerde el cielo. Mural efímero en el lobby principal del Centro Cultural de España en Guatemala. Erick Boror, 2025.

Para que esto no parezca un tratado de autoayuda (o sea, una dicotomía contradictoria), voy a terminar diciendo que, de cualquier forma, el arte es un ejercicio de matices. 

Daria, el personaje de la caricatura de MTV, decía algo así como que puedes lograr todo lo que te propongas, a menos que la lógica y la experiencia te indiquen lo contrario. 

Pues sí, una cosa es mandar deliberadamente al caño la sinceridad sabiendo que ésta es una ilusión ególatra, y que a fin de cuentas el universo mismo es una ilusión —no digamos las convenciones sociales—; y otra es ignorar completamente ciertos criterios estéticos que todo humano absorbe, sintetiza y reproduce.

Mi criterio, por ejemplo, me conduce a percibir que la obra de Erick Boror no es original (nada lo es), sino una refracción de la memoria visual de la pictórica maya integrada a la geometría del mundo contemporáneo. Es por esa hibridación que sus temas no se agotan en la mitología ancestral, sino que entablan un diálogo con la caótica semiosfera actual. Es decir, sus fractales suelen integrar ambos mundos; no son un reclamo identitario —que es lo que, no con poco racismo, la gente espera del nuevo arte hecho por mayas—, sino un llamado, desde la imagen, a símbolos y trazos de un tiempo que aún no existe. 

Me encanta repetir tonterías que uno cree que todo mundo conoce… A fuerza de haber creado y destruido ya bastante, la gente de mi edad suele saber que el mejor criterio conlleva un buen cúmulo de experiencias de diversa naturaleza (entre más adversas, mejor). Todo aquello que responde a las cosas visibles e invisibles del mundo suele aportarnos algo, pero hay que saber observar. Además es deseable saber qué estamos buscando.

La cosa apunta a que el Boror de esta dimensión ha sido suficientemente golpeado por la vida como para tener más o menos definido su criterio estético, y que eso lo ha llevado a afianzar una postura sólida respecto al arte. Para mí su conciencia artística está ahora en un estadio donde ya no busca más un nicho en cual encajar, sino interlocutores diversos para discutir, entre iguales, las posibilidades del arte y demás experiencias estéticas.

Uno llega a cierta edad en la que hay cosas que realmente sabe, aunque las sepa rodeadas por un mar de incertidumbres. Digo esto porque siento que me pasa algo parecido cuando me veo reflejado en ciertos semejantes. Espero que no sea una alucinación…

El público puede conocer la obra de Erick en varios espacios actualmente activos. Participa en una colectiva organizada por Galería El Attico en el Museo Ixchel, y también exhibe en Galería Punto D Contemporáneo, donde comparte sala con otros artistas. Además, forma parte del ciclo dedicado al arte instalativo en Proyecto Poporopo, el cual permanecerá abierto hasta febrero. Finalmente, su presencia más destacada se encuentra en el nuevo portal de la Sexta Avenida, en el marco de la Bienal de Arte Paiz.  

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