El cubo Rubik de nuestra identidad: ¿Por qué son los ojos ajenos quienes determinan quién soy?

Mi sexo asignado al nacer fue femenino. Cuando llegué al mundo me colocaron un brazalete rosado y en la cuna del hospital, en el área de la maternidad, me pusieron un rotulito también rosado con la inscripción: “Soy una niña” (aún lo conservo).
Ilustración: Herbert Woltke

Mi sexo asignado al nacer fue femenino. Cuando llegué al mundo me colocaron un brazalete rosado y en la cuna del hospital, en el área de la maternidad, me pusieron un rotulito también rosado con la inscripción: “Soy una niña”. Aún lo conservo. 

Ya para los 4 o 5 años de edad me identificaba como niño, me metía a las filas de niños y jugaba con los varones. En fin, la construcción de mi identidad de género es masculina. A los doce años me enamoré por primera vez de mi maestra (sé que a muchos nos pasó igual y ella fue mi amor platónico durante mucho tiempo). Desde mi experiencia pensé y me dijeron que era una lesbiana masculina, es decir una mujer que gusta de las mujeres y tiene expresiones masculinas. 

Sin embargo, algo no me cuadraba. Mi identidad de género quería expresarse. Así fue como me reconocí como una persona transgénero a los 21 años. Las personas trans somos aquellas cuya identidad de género difiere del sexo que se nos asignó al nacer.

En aquel entonces tenía una pareja (mujer), desde hacía 5 años, pero a medida que yo habitaba mi identidad masculina ella se incomodaba y se reconocía “no lesbiana”. Me manifestó que nombrarse lesbiana era algo por lo que había luchado mucho tiempo y por eso sentía que era mejor terminar.  

Pasó el tiempo y me enamoré de nuevo. Esta vez de una chica que se nombraba heterosexual, a quien le fue muy difícil entablar la relación conmigo porque mencionaba que en sus círculos le cuestionaban si era lesbiana. Recuerdo que una vez, en su confusión, me dijo: “¿Es que tú no sos hombre-hombre, pues?”. 

Por fortuna no lo soy. Las imposiciones de la socialización masculina también son duras de cargar, la represión emocional, la virilidad, la competencia excesiva, etc.  Hombre no es mi identidad, porque entre trans masculino y hombre hay una gran diferencia conceptual. 

En otro momento me cuestioné la posibilidad de explorar mi sexualidad y quizás intentar de nuevo con algún chavo cisgénero. Conocí a un chico que me dijo: “si estoy contigo quiero seguir siendo gay”. Creo que su reclamo era a solicitar mi comportamiento masculino. Entonces dije: no. No soy hombre y creo que ser gay es cosa de hombres. 

Lo que cuento de momento quizás es la vivencia de muchas personas trans. Al final las identidades no son casillas, son los puntos desde donde nos posicionamos para ver el mundo. Para muchos será un: “a vos que no te importe, lo que te haga feliz y ya”. Pero no se trata solo de mí, se trata de lo que ocurre a nuestro alrededor y las narrativas que hilamos en este sentido. 

Definir mi orientación sexual es difícil. A mí me gustan las mujeres y me nombro en masculino, pero no quiero nombrarme heterosexual porque no quiero asumir un rol heteronormal. Además, aunque me considero trans masculino no me identifico como hombre. La etiqueta de lesbiana no me incomoda en el amor y la sexualidad. Descontracturar el sexo, el género, la identidad de género y la orientación sexual, es una tarea que aún nos queda pendiente. 

¿Por qué son los ojos ajenos quienes me dicen quién soy? Yo hablo desde lo que vivo porque es lo único que puedo solventar como verdad. Las vivencias desde las identidades trans son complejas. Los quiebres entre el sexo, el género, la identidad y expresión de género, así como lo orientación sexual son aspectos que aún son difíciles de entender. Aún cuesta comprender cómo estas categorías convergen de manera diversa en una misma persona. Pareciera ser, más bien, que estamos armando un cubo de Rubik. 

Hasta aquí yo solo hablo por mi diferencia

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