El falso consuelo de que aún no somos Guatepeor

Si alguien cae rodando por un barranco probablemente morirá antes de llegar al fondo. Ese es el problema de confiar nuestro destino a la idea de que un día habremos de caer tan bajo que la única opción será levantarnos (o que nos levanten).
Foto: Pia Flores

Repasemos algunas noticias puntuales:

  • Persiguen a extrabajadoras de CICIG por el simple hecho de ejercer su defensa o por haber investigado a los poderosos.
  • Se pierden más de un millón de vacunas contra el covid porque el gobierno no tiene interés alguno en aplicarlas.
  • Documentos filtrados demuestran que una minera rusa presionó al gobierno para que reprimiera a sus propios ciudadanos.
  • Los diputados se ensañan contra las ONGs, las mujeres que puedan perder un embarazo y contra las personas LGBTIQ+.

Todas esas noticias son del último mes. Todas serían propias de un Estado bajo control de una dictadura. Y aún así hay quienes se empeñan en defender las instituciones y la supuesta democracia. Un discurso que, como un chicle largamente masticado, ya no sabe a nada.

Ni la inclusión en la Lista Engel de Consuelo Porras, su secretario y sus jefes de la Fundación Contra el Terrorismo, han impedido que cada vez el hoyo en que sepultan la institucionalidad sea más profundo.

En la época de CICIG la esperanza ciudadana radicaba en que pronto hablaría Marllory Chacón, El Fantasma o Mario Estrada; que pronto saldría un megacaso; o que pronto ganarían los demócratas en Estados Unidos. 

Nuestro futuro confiado a un mesianismo. Nuestro futuro resignado a que las cabezas que ruedan en este circo romano solo son el preludio de un tiempo mejor, de un “somatón” definitivo sobre la mesa o de un pliego enorme de solicitudes de extradición. 

A las voces que en 2015 les importaba hacer elecciones en cualesquiera que fueran las condiciones, no parece preocuparles mucho que la Corte Suprema de Justicia se prorrogue ahora de manera indefinida en sus funciones. Tampoco que Jimmy Morales y Giammattei cumplieran el sueño de Sinibaldi y Baldizón: una transición pactada.

También hay quienes reclaman que el Estado no meta sus manos en la economía pero están cómodos viendo cómo meten las manos para decidir sobre la educación de nuestrxs hijxs y sobre nuestros cuerpos y familias.

Somos carne fresca para un Estado que se alimenta de matar esperanzas y moler disidencias. Un Estado que aplica toda su fuerza contra sus ciudadanos mientras se convierte en guardián de una mina.

Creer que se puede caer más profundo es restar gravedad a la persecución y exilio de exfiscales, a la criminalización de manifestantes, a las amenazas contra juezas, al acoso contra periodistas; a las muertes por desnutrición, covid y violencia que produce la ineficiencia y corrupción estatal, al simple hecho de que todos nuestros derechos están a merced de una élite corrupta. 

Un rabino, citado por Walter Benjamín, decía que para establecer un nuevo reino no sería necesaria un gran evento que transformara todo, en cambio se requería de pequeños movimientos. Movimientos que aunque pequeños, son difíciles de hacer. 

Quizás lo primero que necesitamos hacer es reconocer que hace mucho que tocamos el fondo, que nuestra institucionalidad ya no existe y que la supuesta democracia que nos queda es un zombie. Reconozcamos que también fallamos para consolidar los logros de 2015. Superemos el duelo y la nostalgia. Como sucede con los vicios, el primer paso para salir del hoyo, es aceptarlo.

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