“Sin los hechos no hay verdad, sin verdad no hay confianza, y sin éstas la democracia está muerta”. Es algo que reiteradamente y en distintos espacios ha señalado la periodista filipina María Ressa, galardonada recientemente con el Nobel de la Paz 2021.
Vivimos una época compleja y difícil, en la que no somos tan libres como pensamos. Las mentiras han desplazado a los hechos. Pocas ideas con apariencia de verdad se repiten continuamente, una y otra vez, hasta que acaban en convertirse en verdad. No importa el costo que esto suponga para la reputación y la credibilidad de las personas y de las instituciones, y peor aún, para la democracia misma. En nombre de la libertad de pensamiento y de expresión se dice hoy cualquier cosa pero no todo. Y ese esfuerzo destructivo y malicioso, se premia. “Si puedes hacer que la gente crea que las mentiras son los hechos, entonces puedes controlarla”, dice Ressa.
Las redes sociales se convirtieron en las plataformas tecnológicas ideales para esparcir estas mentiras con rapidez y a gran escala. Comentarios incendiarios o información fragmentada que generan odio, miedo, desconfianza y confusión están a la orden del día. Haciendo uso de muy pocos caracteres y gracias a la repetición, construyen relatos verosímiles con los que logran convencernos para que actuemos en consecuencia. Es terrible el nivel de manipulación y más terrible su eficacia. Por eso decía antes que no somos tan libres como pensamos.
Para protegernos tendríamos que comenzar por acudir a fuentes que gocen de confianza, respeto y credibilidad –en todos los temas de nuestro interés- y ser más cuidadosos con otras, incluso con esas con las que simpatizamos y nos sentimos cómodos porque confirman nuestras propias creencias, pero que en el fondo, podrían alejarnos de la verdad al presentarnos solo fragmentos de la misma. En la variedad está la clave y, por supuesto, en el rigor.
No me cabe duda que en este contexto la labor periodística se torna aún más difícil. Exige aún más rigor y menos activismo, un mayor compromiso con los hechos y con la verdad, saber más, estudiar más. “Nunca antes el periodismo ha sido una necesidad tan urgente e imprescindible”, asegura Mónica González Mujica, reconocida periodista y escritora chilena, fundadora del Centro de Investigación e Información Periodística –CIPER- y defensora del lector del periódico El Faro.
Hay que defender la verdad, estar dispuesto a entregarlo todo por defenderla. Como dice Mónica González “se necesitan buenos periodistas, que tengan convicción de servicio público, que entiendan que son el último eslabón válido para un ciudadano sordo y ciego, desprotegido”.
No es tarea sencilla. El periodismo de calidad está bajo asedio. Le temen y por eso buscan asfixiarlo, acallarlo. Como dice María Ressa: “el periodismo nunca ha sido tan importante como ahora y sin embargo es muy difícil hacer el trabajo”.
Octavio Enríquez, editor y reportero nicaragüense, reconocido con el Premio Ortega y Gasset y el Premio Rey de España dice en su columna Día sin descanso en Nicaragua: “Al silencio que se quiere imponer, el periodismo puede responder haciendo su trabajo con estándares altos, que ni el más abyecto dictador pueda opacar, aunque cada vez que llegue la noche nos encontremos con noticias más terribles”.
Ese periodismo crítico, serio, profesional, de calidad, íntegro es precisamente el que debemos defender del acoso y los abusos de quienes ejercen el poder. La academia sueca destacó que “el periodismo libre, independiente y basado en hechos sirve para protegerse contra el abuso del poder, las mentiras y la propaganda de guerra”.