Travesura de cucuruchos periodistas

Quizás no lo sabían, pero Ronaldo Robles en algún momento fue cucurucho. De hecho, aunque estudiamos la primaria en el Colegio Loyola, no fue sino hasta en plena adolescencia, mientras formamos parte del coro de la Hermandad del Señor Sepultado de Santo Domingo, que nuestra amistad echó raíces.

Adentro tuvimos una trayectoria reconocida. Además de ganar algunos torneos inter hermandades con el coro, integramos el primer escuadrón de Caballeros del Señor Sepultado, del cual fuimos parte de la segunda camada de “bedeles”. Ahí andábamos el Viernes Santo, con capa y hábito dominico; uniforme que, aunque hermoso, no me trae recuerdos tan agradables. Ese año llovió torrencialmente y, en vez de lucir gallardos ese elegante atuendo, terminamos el cortejo empapados y desalineados.

También formamos parte del primer staff del programa que aún tiene la hermandad en Radio Estrella. En ese ambiente, Ronaldo se estrenó como locutor. Recuerdo que leía algunos textos que yo escribía. Cucuruchos dominicos como César Hernández -El Pato-, nos tuvo confianza y nos permitió ir aprendiendo con la práctica.

Cuando llegamos a la universidad, nuestros caminos en cuanto a la participación en actividades de religiosidad popular tomaron rumbos distintos. Ronaldo abrazó el ateísmo mientras cursaba Derecho en la Universidad de San Carlos, en tanto yo me aferré a la tradición. En ese entonces aún era católico practicante y, aunque rebelde, la doctrina de la Iglesia había calado profundo. Ronaldo dejó de cargar.

Unos años después, ambos estábamos embarcados en el oficio de la comunicación. Yo empezaba mis tanes en comunicación institucional, mientras aquél empezaba su carrera como periodista, escribiendo para Crónica.

Dicha revista se convirtió en pionera del periodismo de investigación en Guatemala, sobre todo en la década de los 90. Tenía una calidad periodística indiscutible y estaba abierta a abordar los temas desde otros enfoques, lo cual en ese entonces era impensable en el seno del abanico de medios tradicionales de la época.

Pues bien, aunque Ronaldo ateo y yo cucurucho, el vínculo con la Semana Santa se mantuvo. Solía agarrar camino rumbo a La Antigua Guatemala, junto con otro cómplice entrañable -Sergio Reyes-, para irme a ver cargar en la procesión de San Bartolo del Quinto Domingo. Después de la tanda, me sacaban de la fila para ir por un par de cervezas. Quizás por eso hoy aún disfruto escuchar marchas fúnebres al tenor de los tragos.

Estábamos patojos.

A mediados de 1997, sale a luz una investigación de la Escuela de Historia de la USAC, firmada por Federico Prahl Redondo sobre la imagen del Señor Sepultado de Santo Domingo, que contenía descubrimientos intrigantes. En ese entonces, ese tipo de información científica circulaba únicamente entre historiadores, antropólogos culturales o folkloristas.

Hay que reconocer que las tradiciones tienen mucho de leyenda. Algunas sirven para sustentar los mitos; otras para perpetuar la aspiración de clase.

En el caso de la Hermandad del Señor Sepultado de Santo Domingo, la historia institucionalizada de los orígenes de la imagen del Cristo del Amor dice que vino del mar. Era propiedad de la reina Catalina de Aragón quien, tras su divorcio con Enrique VIII, embarcó sus pertenencias más preciadas, entre ellas el Señor Sepultado, las cuales aparecieron encalladas en el puerto de Trujillo, Honduras. El hallazgo fue considerado un regalo divino, razón por la que fue trasladado a la Capitanía General, donde inició su veneración hasta nuestros días.

Pero la investigación de Prahl Redondo aportaba otros datos, que ponían en entredicho esa romántica versión. De acuerdo con sus hallazgos, en realidad es una imagen de corte neoclásico, atribuida al escultor Pedro Gallardo entre 1852 y 1860, que muy probablemente sustituyó a un Cristo Crucificado con características renacentistas que se procesionaba durante la época colonial y que, por el deterioro sufrido por paso del tiempo y los gustos más sobrios de la época, fue suplantado por una imagen de un Señor Sepultado de gran belleza y sobriedad, que es la que conocemos en la actualidad.

Para bien o para mal, el pequeño libro de pasta roja llegó a mis manos. Entendí el valor de su contenido y lo platiqué con Ronaldo. Discutimos sobre la posibilidad de publicar sobre el tema y, sin dudarlo, se lanzó al agua.

Obviamente no fue un tema de portada. De hecho, le designaron una pequeña columna en la última página de la revista, que estaba dedicada a temas culturales.

No obstante, la discreta publicación causó cisma en el círculo procesional. Habíamos tocado una de las fibras más sensibles de la asociación de pasión más antigua del continente. A la semana siguiente, Juan Gavarrete Soberón, presidente de la Hermandad, enviaba una carta aclaratoria desmintiendo la noticia.

Han pasado varios años ya de esa travesura. Muchas cosas han cambiado, otras no tanto.

A la fecha, en Santo Domingo siguen sin aceptar los hallazgos de Prahl Redondo. De hecho, durante su participación en el Congreso Internacional de Hermandades y Piedad Popular, realizado en Sevilla en diciembre del año pasado, fueron a exponer la misma historia, pese a que nuevos hallazgos ratifican lo afirmado por el historiador.

Resulta que la narrativa sobre imágenes de veneración popular halladas a la orilla del mar, se repite a lo largo de varios países de Latinoamérica. De manera más o menos similar apareció la Virgen de la Caridad del Cobre, patrona de Cuba. De acuerdo a la leyenda, el origen de su devoción se remonta a 1,628, cuando dos indígenas que estaban en el mar en busca de sal encontraron una imagen de la Virgen María sobre una tabla, en la que decía “yo soy la Virgen de la Caridad”.

De igual manera el Señor de la Vera Cruz, impresionante crucificado que se resguarda en el templo de los franciscanos de Potosí, a los pies del Cerro Rico en Bolivia, “vino del mar y apareció en algún puerto de las Indias Españolas.”

Hoy, con el avance de la tecnología, es mucho más fácil obtener información sobre investigaciones que documentan historias similares a la del Sepultado dominico. Mas fue satisfactorio haberlo hecho en aquellos tiempos, cuando los riesgos eran mínimos. Honestamente nos motivaba la búsqueda de la verdad, pero también nos empujaba la rebeldía de tener veintitantos.

Ya vengo. Voy por un Flor de Caña, mientras suena Flor Espiritual.

Salud.

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