En Guatemala, el fin de la guerra no fue la paz sino la continuación de la represión por otros medios. Si antes la anulación de quienes ejercían sus derechos políticos era a través de la desaparición forzada, hoy el mecanismo es, mayoritariamente, la difamación y la muerte civil a través del uso indebido de la ley.
El asesinato político no es cosa del pasado. Para ejemplo CODECA, que tiene más mártires que años de existencia. En este intento de país, ejercer ciudadanía implica convertirse en un enemigo interno. Esta patria y sus símbolos son funcionales solamente para aquellos dispuestos a ser trabajadores y consumidores –a lo sumo votantes– pero jamás ciudadanos.
Los ingenios pueden desviar ríos y destruir bosques con ceibas centenarias, las constructoras pueden construir parqueos sobre sitios arqueológicos, la cementera puede arrasar con cuantos paisajes floridos desee, las mineras pueden contaminar lagos enteros y las hidroeléctricas pueden disponer sobre la vida en los ríos. Sin embargo, es a líderes jóvenes como Nanci Sinto a quienes persiguen por atentar contra el Patrimonio Nacional. Nanci hizo una pinta en la fachada del Congreso, en el calor del 21N, y aunque la pinta fue fácilmente borrada, el MP, el Congreso y la PGN, la persiguen penalmente bajo la amenaza de enfrentar una sentencia inconmutable de seis años de prisión.
¡Seis años por una pinta! ¡Seis años por ejercer el derecho de expresión y manifestación!
El área que rodea el archivo de Centro América y la abandonada Biblioteca Nacional es la zona predilecta de los desposeídos del Centro Histórico para defecar y orinar, ¿cómo creerles ahora que diligentemente se preocupan por el “Patrimonio Nacional”?
A Nanci la persiguen por atentar contra la “identidad nacional” como afirmó el fiscal en una audiencia. Aunque sea amarga, la virulencia del Estado contra algo tan nimio devela un temor que a la vez es nuestra esperanza. Si en el 2015 la protesta esgrimía banderas azul y blanco, en los últimos años la protesta es cada vez más transgresora y crítica de los símbolos patrios.
Las banderas azules conviven ahora con las banderas quemadas o ultrajadas con tinta roja. Se gesta poco a poco, desde el arte o los memes, una creciente impugnación a la idea unitaria de nación y el racismo estructural sobre el que está fundada. Perseguir a Nanci es entonces un intento vano por detener este brote incipiente pero rudo de jóvenes críticos y reacios al nacionalismo corporativo.
El espectro de la violencia política –otrora reservada a los cuerpos racializados como indígenas– se amplía y alcanza a sujetos ladinos y urbanos. Esto debe obligarnos a reconocer, desde el dolor compartido, la afinidad con luchas aparentemente desvinculadas. La lucha contra la corrupción debe descubrir en la criminalización, la solidaridad que le debe a quienes luchan por la defensa del territorio. Esta nueva era significa encarar grandes dolores y miedos, pero a su vez nos permite de una forma cruda –y en principio innecesaria– articular con mayor decisión las luchas de activistas, fiscales y jueces con la de campesinos y líderes indígenas que nos mostraron el camino, y en cuya memoria reposa la experiencia que habremos de escuchar para sobrevenir los dolores que vienen.
En los laberintos del sistema judicial cooptado nos podemos reconocer cómplices potenciales de un país distinto, del sueño del pueblo donde caben todos los pueblos. Un país donde la identidad colectiva no es ya violentamente unitaria y nacional, sino democrática y plural. Como lo supimos por sus desafortunadas e ignorantes declaraciones, este es el gran miedo del Presidente y los oligarcas detrás de él: la articulación democrática rumbo al horizonte plurinacional.
Para andar este camino habremos de encontrar nuevos símbolos, historias, mitos e imágenes para moldear otros sentidos de pertenencia que aún no existen, pero que descubriremos en la medida que vayamos quitando uno a uno los ladrillos de este podrido Estado bicentenario. En este sentido, nos representa más un edificio público intervenido por la gente que un sepulcro blanqueado, ajeno al pueblo. Nuestro patrimonio no serán las paredes de los edificios públicos, sino el reconocimiento y convivencia que logremos convocar entre los seres (humanos y no humanos) que habitamos este territorio sagrado, este lugar de muchos árboles.
Nanci no es ninguna víctima. Ella conoce bien la violencia del Estado racista y lo que ha significado nombrarlo con entereza y sin moderaciones. Desde su captura se ha dirigido con dignidad a los medios de comunicación para denunciar la violencia en su contra. Como política destaca por su sensibilidad y capacidad de generar encuentros. En los espacios de organización es reconocida como una voz que interpela e incómoda, que desafía sin temor a los sistemas de opresión racistas y coloniales. A un año del “bicentenario de mierda”, no sorprende que persigan a las voces que con mayor pasión y claridad enuncian las contradicciones del nacionalismo con el que se visten los responsables de nuestras miserias y dificultades, esos que hablan de soberanía para decir impunidad.
En esta patria del criollo se escucha eso de que “rayar pared y mesa es demostrar bajeza”; quienes cultivamos con amor el sueño plurinacional sabemos que las contradicciones de tal patria serán expuestas en las paredes, que hablarán cuando se intente infundir con miedo nuestro silencio. Se escucha la pregunta, ¿por qué nadie sale a protestar? Y una parte de la respuesta la encontramos al pensar en la gente que lo ha hecho y está siendo criminalizada. ¿Para qué meterme, si a la hora de una posible venganza nadie caminará conmigo?
Abandonar a los criminalizados es abandonarnos a nosotros mismos, es minar la esperanza del estallido social que podría salvarnos. La rabia del 21N fue compartida, no podemos ahora echarnos para atrás. Cuando la intención del opresor es que seamos menos es cuando debemos ser más y, aun con miedo, alzar la voz. Nanci, Dulce, Juan, Virginia, Flor, Nahomy, Cristopher, Samuel, Kenya, Bernardo, Rigoberto, María, Erika, Pablo, Juan Francisco, Anastasia, Petrona, Marvin, Juan Luis, Ligia, disculpándome con todas las personas que faltan en esta lista, sepan que no están solas.
Posdata: ¿Qué pasa con los criminalizados que ya están en prisión por lo que pasó el 21N? ¿Quién por ellos? ¿Qué pasa con los líderes comunitarios presos que no hablan español? ¿Qué pasa con los que no se hacen virales? ¿Acaso sólo algunos merecen nuestra solidaridad? ¡Libertad para todas y todos los presos políticos, para los que con su palabra nos iluminan el camino y para los que en su silencio guardan nuestra indolencia y miedo!