Fotos robadas, una vida falsa y una muerte ficticia: la oscura verdad del robo de identidad

Todo comenzó con un mensaje inesperado en Instagram, un día de julio de 2024. Iris, una jóven modelo de la Ciudad de Guatemala, no conocía el perfil que se lo mandó, de hecho le parecía falso. No tenía fotos ni publicaciones pero Iris no podía ignorar lo que decía: “esta cuenta está subiendo fotos de ti”

Iris abrió el link en el mensaje. Entre las publicaciones de la vida cotidiana de un hombre completamente desconocido, en un país a miles de kilómetros de distancia, aparecía ella. Su cara, sus fotos junto con pantallazos de conversaciones en WhatsApp e Instagram que ella nunca tuvo. 

Cada publicación tenía un texto de duelo, de despedida trás la muerte de un ser querido: “Te encontraré en la próxima, María de mi alma para siempre”.

Muerta en vida

Iris se ríe. No por diversión, sino por nervios. Meses después de aquel descubrimiento intenta narrar con sentido un relato que parece ficción y que aún no termina de asimilar. Durante más de dos años, sus fotos y videos fueron usados para darle vida a “María Elizabeth Valenzuela García” y engañar a un hombre extranjero, un artista canadiense de 55 años a quien llamaremos Alan.

Si no fuera por el mensaje, Iris nunca se hubiera enterado. 

Esa misma cuenta anónima también avisó a Alan y así fue como ellos dos entraron en contacto y comenzaron a desenredar una historia cada vez más absurda.

Alan le explicó, que él y “María” comenzaron a hablar en Instagram a finales de 2019. Con el tiempo cambiaron a WhatsApp y a través de miles de mensajes e incluso llamadas, se desarrolló una amistad cada vez más cercana. Tanto que, según las publicaciones de Alan, él se enamoró. 

Nunca sospechó que todo era falso. Que “María” no existía y que detrás de sus palabras se escondían personas desconocidas que usaban la imágen de Iris para engañarlo, hasta el extremo de inventarse la muerte de “María”. 

Desde el inicio de la relación, “María” le contó que tenía cáncer terminal. Cuando su condición empeoró, Alan averiguó opciones de tratamiento con especialistas fuera de Guatemala para ayudarla. Los días que “María” se sentía demasiado debilitada por su enfermedad, alguien que fingía ser su hermano “Ismael” atendía las llamadas con Alan. Fue él quien le informó que “María” falleció. Tanto “María” como “Ismael” hablaban inglés sin dificultad.

Como si esto no fuera suficiente, “Ismael” siguió llamando a Alan ocasionalmente para hablar de “María”. Le decía que había ayudado mucho a hacer más soportable el tiempo de su hermana antes de fallecer y que se preocupaba por cómo estaba lidiando con su muerte.

Mil preguntas

“Es demasiado incómodo pensar que mi cara y mi vida de alguna manera están asociadas con una mentira”, dice.

La sensación nauseante no se alivió con el tiempo que ha pasado desde que supo. Tampoco silenciaron las dudas. ¿Quién haría algo así? Y, ¿por qué?

“Tengo miles de preguntas y teorías en mi cabeza”, dice Iris. 

La cercanía emocional, las necesidades económicas para pagar el tratamiento de una enfermedad, podrían haber sido elementos clave para una estafa económica. Pero Alan asegura a Iris que “María” e “Ismael” nunca le pidieron dinero, tampoco intercambiaron mensajes ni fotos de carácter sexual que podrían servir para extorsionar. 

Eso no deja más tranquila a Iris. En el archivo que le compartió Alan con pantallazos de las conversaciones que tuvo con “María”, la jóven encontró algunas cosas que le perturbaron.

Había imágenes de dos niñas que supuestamente eran “María” y su hermana de pequeñas y de una pareja de ancianos que habrían sido sus abuelos. Iris no los conoce. Encontró también fotos de personas que sí conoce. La imágen de todas estas personas fue usada sin su consentimiento.

Las pistas y un sospechoso 

A Iris le llamó la atención encontrar unas fotos que sí son de su infancia pero que nunca se publicaron en redes sociales. Están guardadas en un álbum en la casa de su familia. Esas fotos fueron la primera pista de que quien hizo todo esto fue alguien conocido que se aprovechó de la cercanía y el acceso a Iris en su vida privada.

Sus sospechas crecieron cuando Iris reconoció uno de los números de WhatsApp que “María” usaba para comunicarse con Alan. Es el mismo que usaba su ex-novio, J, con quien salía entre 2019 y 2020, y que trabajaba dando clases inglés. Entre los archivos también aparece una foto de cuando eran pareja y material que fue tomado con el celular de J, incluso en la casa de él.

En una ocasión J le propuso que Iris estuviera en un cortometraje que él iba a producir. Fue durante la pandemia, así que le dio un guión para que Iris grabara su parte en video y se lo enviara. ¿El papel? Una jóven con cáncer terminal.

“Te quiero Alan”, dijo Iris en el video cumpliendo con el guión.

Ese video es uno de los que Alan recibió de “María”.

Después de hablar con Iris, Alan confrontó a “Ismael” por mensaje y por llamada. Su respuesta fue poca clara. Sostuvo su nombre y que “su hermana” murió, pero pidió disculpas porque, según él, “María” junto con otras de sus hermanas usaron las fotos de Iris. 

Los nombres de ellas coinciden con los nombres reales de dos jóvenes que fueron acogidas por la familia del ex-novio de Iris durante la misma época. Iris escuchó una llamada entre Alan e “Ismael”, y asegura que la voz es igual que la de J.

Para este reportaje llamé al número de teléfono que Iris reconoció. 

Aún pertenece a J y negó que él ni alguien en su familia estuviera involucrado en el caso. Reconoció que es extraño que tanto la enfermedad como el nombre en el video que le pidió a Iris coincidan con el engaño, pero lo dejó en eso, una coincidencia sin mayor explicación. Tampoco pudo explicar cómo fotos y videos grabados en su celular y en su casa fueron enviados a Alan. 

Admitió que publicó el video de Iris en Reddit y que fue un error hacerlo porque no tenía el consentimiento de ella. Señaló que cualquiera lo pudo haber descargado de ahí o falsificado su cuenta de WhatsApp para usar su número. 

Internet abierto, MP cerrado

Casi todas las personas cercanas a Iris que saben lo que pasó, le dijeron que mejor se olvide del caso porque solo le llevará problemas. Pero la joven no lo quiere dejar así.

“Siempre me he quedado callada y esta vez no quiero”, comparte Iris determinada. 

En sus manos sostiene un folder grande con cientos de hojas. Son solamente una pequeña parte de los pantallazos de los mensajes y de las fotos que “María” e “Ismael” enviaban a Alan. 

Los imprimió para entregarlos en el Ministerio Público el día que presentara su denuncia. 

Pero las dos veces que intentó denunciar, nunca pasó más allá de la ventanilla de información, pese a que Iris explicó que sabía quién podría estar involucrado. 

“¿Alguien te amenazó o te agredió? ¿No? Entonces, no hay delito”, le dijeron antes de rechazarla sin que su caso siquiera se analizara en detalle por un equipo fiscal.

La enviaron al juzgado de paz móvil donde lo más que hicieron fue darle una carta de citación para que ella misma se la entregara a J. A la misma persona a quien sospecha de haberla vulnerado. 

“Ya no veo muchas salidas”, lamenta. 

Iris se siente defraudada y preocupada. Si estas personas ya fueron capaces de hacer todo esto, ¿qué más habrán hecho con sus fotos? ¿Qué pasa si a alguien más sí le estafaron y esa persona piensa que Iris es responsable del fraude?

“Lo que más me asusta es que alguien podría buscarme para reclamarme algo que yo no hice, algo que ni siquiera sabía que estaba pasando”, dice Iris.

Iris usa las redes sociales como cualquier otra persona de su edad. Pero como modelo también construye y proyecta su imágen a través de ellas. La misma imágen que fue usurpada sin su autorización.

El caso de Iris es un reflejo de los vacíos legales que existen frente a los delitos digitales. Aunque el robo de identidad se reconoce como delito en algunos contextos, no siempre se aplica al uso indebido de imágenes personales, especialmente en entornos virtuales. 

A Edie Cux, comisionado presidencial de Gobierno Abierto y Electrónico, le recuerda a Black Mirror, la serie de Netflix que relata el lado oscuro de las tecnologías y su impacto social. En Guatemala no es ficción sino realidad.

“Absolutamente todo se puede usar mal. Es como el viejo oeste”, advierte.

Cux señala que hace falta un marco legal que proteja nuestros datos en espacios virtuales. Ese marco debería definir quién es el titular de los datos, cómo se manejan, quien gobierna su uso, su traslado y su aprovechamiento.

Actualmente existen dos iniciativas de ley que proponen tipificar delitos en el espacio digital: 

  • La 6347, Ley de Ciberseguridad, enfocada en delitos económicos, como el hurto de cuentas bancarias, fraude y ciberataques financieros.
  • La 6280, Ley Contra la Violencia Sexual Digital, que aborda delitos como el acoso y el chantaje sexual y ataques a la intimidad e integridad sexual por medios digitales.

Ninguna aborda de forma más general nuestros derechos digitales. 

Pese al escenario poco alentador debido a la carencia de legislación, el comisionado  presidencial considera que vale la pena que Iris insista en el derecho a la denuncia, por ejemplo con asesoría legal privada para evaluar si el caso califica dentro del marco de la Ley Contra el Femicidio y otras Formas Violencia Contra la Mujer o para proceder con una demanda civil. 

“Acá hay varias vulneraciones, por ejemplo a su imágen, que dependiendo de las actividades puede afectar a su reputación, además del uso indebido de sus datos”, explica. 

La oportunidad poco conocida en la PNC

Abogada y directora del Bufete Jurídico de Derechos Humanos con Enfoque Feminista, Liliann Vásquez Pimentel, no esconde su indignación por el trato que recibió Iris de las autoridades. 

“En la ventanilla no pueden determinar si en un caso hubo o no delito. Lo más importante es lo del juzgado. Es ilegal que le hayan pedido ir a dejar la carta”, dice y enfatiza que el caso no debe quedar en la impunidad.

Su recomendación es que Iris, y otras personas que enfrenten situaciones similares, presente su denuncia con toda la documentación directamente a la unidad de Cibercrimen de la Policía Nacional Civil. Aunque la unidad es poco conocida, la abogada asegura que el trabajo de investigación digital que realiza es muy avanzado. 

La ventaja de presentar la denuncia con la unidad es que la PNC además de tener la obligación de recibir la denuncia (igual que el MP) realiza un análisis preliminar y luego remite un informe con los resultados y la denuncia al MP.

En la unidad de Cibercrimen confirmaron a Quorum que atienden denuncias de la población y que pueden recibir la declaración de Iris.

Vásquez también sugiere que en estos casos se acuda al Instituto de la Víctima si no se tienen recursos económicos para contratar a un servicio privado de representación legal.

Un llamado de atención

La experiencia de Iris desnuda no sólo la vulnerabilidad que caracteriza los espacios digitales, sino también la falta de herramientas legales para protegernos en el mundo virtual. 

La poca respuesta de las autoridades guatemaltecas para manejar este tipo de delitos y la falta de iniciativas de leyes integrales que abordan nuestros derechos digitales, es una muestra de la urgencia de actuar.

Para Iris, aún es incierto cómo terminará su caso, pero está decidida a no quedarse callada. 

“Si mi experiencia puede ayudar a prevenir que algo similar le pase a otra persona, entonces al menos algo bueno saldrá de todo esto”, dice.

La recomendación de acudir a la unidad especializada de la PNC fue una luz de esperanza. Después de meses sin avances ya planificó cuándo irá a presentar su denuncia.

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