Foto: Andrea Godínez

Muerte o silencio: Así es Shalom, la colonia más peligrosa de Guatemala

Tres periodistas cuentan la historia de la colonia más peligrosa de Guatemala a la que ni siquiera la policía quiere entrar. Es la historia de las familias que huyeron, del abandono municipal y del fracaso de las estrategias de seguridad. Esta es la primera de cuatro entregas.
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Este reportaje fue realizado gracias a la iniciativa ¡Exprésate! de la International Women’s Media Foundation.

En Tiquisate, Escuintla, el municipio más violento en Guatemala, la idea de ir a la colonia Shalom infunde miedo. No entran cobradores, vendedores ni trabajadores públicos. Shalom tiene al menos cinco años de estar abatida por la violencia, pero cuando comenzó la pandemia en 2020, algo más se rompió. Huyó el primer residente, y siguió una desbandada.

De 300 familias residentes, solo quedan 125. Todas, testigas obligadas y silentes de robos, extorsiones, tortura y asesinatos, en un municipio que hasta junio pasado tuvo la tercera tasa municipal más alta de muertes violentas de mujeres. La violencia abarca todo el municipio, pero las autoridades desconocen por qué la gente sólo huyó de Shalom. Aquí intentamos explicarlo.

Siete semanas después del crimen, la silla turquesa de plástico seguía de pie frente a la casa. Era de noche, pero saltaba a la vista entre las sombras. El monte crecido fuera de control la cubría hasta la mitad, en un espacio donde alguna vez hubo jardín. 

Frente a la baranda que separa la casa de la calle de tierra, E., un policía de la subestación policial de Tiquisate, la señala y dice, “esa es la casa donde vivían la señora y su hijo que mataron”. La señala desde media calle sin acercarse, a unos cinco metros de distancia. “Ella allí se sentaba”, continúa, apuntando a la silla. “La señora era ciega”. E. sacude la cabeza y fija la vista sobre la calle de terracería. 

Foto: Andrea Godínez

La casa está sobre la Calle de las Bordas de Barriles, la última al fondo de la colonia, flanqueada por otras casas abandonadas. Alguna vez fueron tiendas de barrio, o panaderías, como anuncian los rótulos pintados sobre los marcos de las puertas, que desde hace meses están encerradas detrás de persianas de metal, o que fueron arrancadas con todo y marco, y acabaron rodeadas de más monte. Todas tragadas por la oscuridad. 

La única luz sale del alumbrado público en las esquinas. Es la misma luz que permite divisar la silla turquesa, dónde murió María Castro, de 67 años. Su hijo, “Calín”, Carlos España Castro de 27 años, fue baleado a pocos metros. Estaba sentado en otra silla, a la par de la madre. Una silla que ya no está. 

En septiembre, la temperatura en Tiquisate, aun de noche, puede alcanzar los 31 grados Celsius. Por eso, sentarse en el jardín era de rigor, un gusto que no tenía cualquiera. La casa de María Castro era una de las pocas casas con jardín. El resto, debía arrastrar su silla de plástico a la calle de terracería, donde era probable que corriera algún desagüe a flor de tierra. Ella no podía saberlo. Estar ciega por la diabetes desde hacía algunos años le impedía ver en qué se había convertido Shalom. Aunque podía escucharlo.

Una fotografía del doble crimen, en la prensa local, muestra el cuerpo de Castro totalmente inclinado hacia atrás. Su cabeza, oculta tras el torso arqueado por el impacto del balazo. Fue el último sonido que escuchó antes de morir. La silla, desvencijada, bajo el peso del cadáver. Después que los bomberos se llevaron el cuerpo, alguien incorporó la silla en el mismo sitio. Para entonces, le faltaba una pata, y tenía el respaldo rajado.

Los balazos se escucharon cerca de las nueve de la noche, el 4 de septiembre de 2021. Era sábado. Alguien avisó a los bomberos. Una vecina observó, desde la ventana de su casa, el resplandor de las luces de la ambulancia, cuando se desplazaba en silencio, sin sirena abierta, una costumbre que se reserva para Shalom. 

Los bomberos todavía encontraron vivo a Calín, y lo llevaron al Hospital Nacional de Tiquisate, donde murió. Las balas habían hecho estragos. Siete semanas después, la Fiscalía Municipal no sabía más que cuanto encontró en la escena del crimen: nada que permitiera identificar a los victimarios. Ningún vecino habló con la fiscalía ni la policía. 

Pero una semana después del crimen, una vecina, sí habló con tres periodistas. Tenía miedo. Sólo aceptó hablar afuera de la colonia, en una cafetería a cinco cuadras de distancia. No dice cómo, pero sabía que Calín había filmado con su celular cuando un grupo de sujetos mató a un hombre cuyo cadáver fue hallado en el pozo de una casa abandonada en Shalom. 

La vecina está convencida de que a Calín y a su mamá los mataron por ese vídeo, para callarlos. Dos días después, las autoridades y los bomberos encontraron el cadáver en el pozo, en una vivienda sobre la 1ª. Calle, a una cuadra de la entrada de la colonia y a seis cuadras de la Calle de las Bordas, donde ocurrió el doble asesinato. 

Foto: Andrea Godínez

Una fiscal en Tiquisate asegura que revisan todo celular hallado en una escena del crimen, pero no confirma si encontraron el celular de Calín. Habla asustada, quizá tanto como los testigos que no hablan con la fiscalía. “Por favor no me vaya a citar, porque nosotros no tenemos seguridad que nos ande cuidando”, dice. 

“El problema que tenemos en Shalom es que nadie quiere hablar, entonces sólo nos toca procesar la escena del crimen y recabar la evidencia, y es muy difícil resolver un caso así”. Para septiembre, no recordaba que algún caso relacionado con Shalom llegara a juicio.

A finales de octubre, la casa de María Castro está como la dejaron la policía y los bomberos después de sacar los cuerpos, salvo por el monte crecido. Nadie la reclamó. Nadie más habló.

El mensaje de los asesinatos

Los vecinos que hablan parecen saber quiénes mataron a María Castro, a Calín y al hombre del pozo. Hablan de un grupo que es de Shalom y que todos se conocen. Por eso el asesinato de la madre y el hijo fue un mensaje que todos entendieron: el que habla, muere. De hecho, lo entendieron desde mucho antes. Por eso, desde el 2020, han huido 175 familias de las 300 que vivían en la colonia desde hace 21 años.

En Tiquisate, en general, de Shalom se habla calladito, bajito, esquivando el nombre. Nadie en la Fiscalía Municipal, ni en la Policía Nacional Civil (PNC) quiere ser mencionado en este reportaje. En la fiscalía, ante la sola mención de Shalom, una secretaria da un paso hacia atrás. En la subestación policial, el agente en la entrada arquea las cejas, e intercambia miradas de susto con otra agente recepcionista. 

Foto: Andrea Godínez

El 6 de septiembre de 2021, un noticiero local publicó un vídeo del hallazgo en el pozo. El vídeo muestra que la periodista se acercó hasta el cadáver. La escena del crimen, sin acordonar. Entrevistó a una bombera, que confirmó que se trataba de una víctima de sexo masculino, que no pudieron identificar. Alguien en la colonia avisó acerca del cadáver a la policía, que de inmediato llamó a los bomberos. El pozo, aunque está atrás de una columna y junto a una habitación todavía cubierta por elaborados azulejos, está apenas a unos seis metros de la calle, desde donde cualquier transeúnte podría haber observado a los asesinos ocultando el cadáver. Pero la casa en ruinas, ya sin puertas ni ventanas, está rodeada por otras casas abandonadas y en un vecindario donde nadie quiere ser testigo de nada.

Siete semanas después, al buscar a la bombera en la estación de Bomberos Voluntarios de Tiquisate, no fue más elocuente. Estaba de pie en la entrada de un edificio grisáceo terroso, que se asemeja más a una bodega. Esperando. Sabía que en cualquier momento le tocaría salir. El teléfono no dejaba de sonar. Se le pregunta qué tipo de casos atienden más en Shalom, y parece que el color se le va de la cara. Cuando finalmente habla, es sólo para decir que prefiere no hablar. 

Otro bombero habla, pero bajo condición de no ser identificado. Relata que el día del hallazgo del cadáver en el pozo, un bombero novato se ofreció de voluntario para sacar el cadáver y comenzar a perder el miedo y el asco. Todos sabían que no era el primer caso ni sería el último así. 

Encontrar cadáveres en los pozos de casas abandonadas, en esa colonia, es algo común, según la PNC. “Lo que hacen es que le sacan el agua al pozo, meten el cuerpo, y después lo llenan otra vez de agua y nadie se entera que hay alguien allí adentro”, dice un policía. En el caso del 6 de septiembre pasado, no había agua en el pozo. En cambio, el cadáver estaba expuesto al calor y la humedad, y en tal estado de descomposición, que el bombero debió cubrirlo de cal antes de sacarlo. 

“Aquí estamos solos, a veces”, añade otro bombero, refiriéndose a la estación. “No podemos arriesgarnos a hablar de ese lugar. Hay gente mala en esa colonia”.

Este viernes 21 de enero la siguiente entrega: "Los criminales que impusieron su ley".
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