Ilustración: Herbert Woltke

Los “rincones acogedores de socialización”

0 Shares
0
0
0

1.

En el interior de China, el peligro viene de donde menos se le espera. El aire del espacio público urbano chino está ocupado por música, dicen las noticias; y la música nunca es neutra: ni en la calidad, ni en el volumen. 

Y la rareza viene de que los “Bailes en la Plaza Pública”, o los “Guang Chang Wu” sean hechos por pies, troncos, caderas y cuellos de personas mayores; abuelos y abuelas respetables que aprovechan el espacio público -jardines, plazas, todo rinconcito libre – para poner música a altísimos decibeles y bailar, rozando los límites anatómicamente posibles. 

La noticia recuerda que estos bailes “surgieron en los años 1960, en el inicio de la China comunista, época en la que bailar al sonido de música alta en público era común” y habla de “100 millones de practicantes de Guang Chang Wu”. Un ejército de abuelos danzantes capaz de conquistar cualquier otro país por vía de la ocupación de los oídos urbanos con melodías de décadas pasadas. 

2.

La ocupación del espacio público, digamos, siempre ha sido una de las formas en las que cualquier revolución se instala en un país. Todo empieza, claro, con material pesado y muy militar -el peso es, en el fondo, la forma más antigua de ocupar un espacio. Un monumento o un tanque, por ejemplo, difícilmente son empujables por un ciudadano de cabeza libre -pero sólo en el desierto, como siempre, está el ciudadano, de dos pies y dos brazos, cuando se lanza con toda la razón conta el Estado.

Lo sólido desaparece con el tiempo y con las ideologías, ya se sabe -se deshace en el aire y se aloja en los infinitos metros cuadrados de la memoria. Pero no todo lo ligero, por su parte, necesita transformarse en peso puro para ocupar espacio decisivo. Hay mucho más espacio por encima del suelo que espacio para poner pies, monumentos o tanques, eso es obvio. Y es en ese espacio aéreo accesible a la música, y que no interfiere con el vuelo oficial de los aviones, donde ocurre una importante batalla entre lo moderno y lo antiguo, en el territorio chino.

3.

Es que ya lo sabemos, no todos bailan. En los edificios cercanos a esas plazas, invadidas por altavoces, muchos quieren dormir o trabajar.

Y algunos reaccionan. Hay noticias, pues, de perros peligrosos sueltos en dirección a los abuelos danzantes; e insultos varios, claro. Algunos días, empujones. Los jóvenes contra los mayores; y los mayores responden. A veces, con furia.

(No menospreciemos la furia de una abuela: es una furia menos fuerte pero más furiosa.

La fuerza aplicada a lo largo de mucho tiempo no es menos peligrosa que la fuerza bruta empleada en un segundo. Los abuelos no olvidan, contrariamente a lo que se piensa.)

4.

La noticia del The Guardian, y esta es la gran novedad, habla de una nueva tecnología, que está conquistando a los vecinos desafortunados de las plazas de los abuelos danzantes -un “aparato que apaga altavoces hasta una distancia de 50 metros”.

Hay comentarios de utilizadores de este aparato, citados por los periódicos y agencias de noticias:

“Por fin, silencio afuera. Durante dos días, las abuelitas se pensaron que los altavoces estaban averiados.”

“¡Gran invento! Con esta herramienta, ahora vuelvo a ser dueño de mi calle. Esto no es sólo un producto normal, es justicia social.”

5.

Las quejas, sin embargo, siguen. Y en otros periódicos surgen varios testimonios:

Un padre “teme que su hija, aún bebé, cuando empiece a hablar diga las palabras “de una de las canciones sentimentales que toca el grupo”.

Y otro ciudadano chino “teme por la salud de su esposa, que está embarazada, pero no puede descansar por el ruido.”

Se trata de un dilema: los mayores necesitan socializar, dicen las autoridades, y el baile y la música alta en estos espacios comunes, aunque haya sido considerada recientemente ilegal, les trae alegría y salud.

6.

En otro punto del mundo, una cadena de supermercados de los Países Bajos “ha anunciado la apertura de 200 cajas registradoras para clientes que se sientan solitarios y que quieran charlar un poco.”

Las Kletskassas “son cajas registradoras donde los clientes que no tengan prisa o se sientan solitarios pueden ir para hablar un poco”. 

Mientras compran enfrentan la soledad; mientras enfrentan la soledad, compran.

En medio del mundo digital, dicen los promotores de la iniciativa, se abren los “rincones acogedores de socialización”.

—– 

Originalmente publicado no Jornal Expresso

Traducción de Leonor López de Carrión

0 Shares

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *