Carmen Molina enseña la foto de su hijo desaparecido. Foto: Gabriel Woltke

Diario Militar: Carmen perdió el miedo a hablar del hijo que los militares le arrebataron

Mientras en la Torre de Tribunales avanza el caso por las ejecuciones registradas en el Diario Militar, una mujer rescata recuerdos de su hijo y pierde el miedo a hablar sobre el futuro que el Estado les robó.
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Carmen Molina tiene 83 años y desde hace 38 lleva el dolor de haber perdido a un hijo. Vive en el segundo nivel de una casa grande de Antigua Guatemala en la que también funciona uno de los tantos hoteles de la ciudad.

Su nieto, Joaquín Baiza, se disculpa por el retraso para comenzar la entrevista. Carmen se está tomando el tiempo para arreglarse, para respirar y enfrentar el miedo.

Desde que era pequeño, Joaquín escuchó a su abuela contar historias sobre un tío al que solo conoció en fotos. Relatos dispersos que siempre terminaban de forma abrupta porque era mejor “no hablar mucho sobre eso”.

Los recuerdos volvieron en la tarde del 27 de mayo de 2021, cuando Carmen escuchó la noticia de que 11 militares y policías retirados habían sido detenidos por su vinculación con el caso del “Diario Militar”. 

Joaquín le dijo que quizás era momento de hablar para honrar la memoria del tío desaparecido. Carmen aceptó.

Camina despacio mientras aún se toca el pelo para asegurarse de verse bien. Saluda e invita a pasar a la sala familiar. Se sienta, entrelaza sus manos y las coloca entre sus piernas. 

“Yo le puedo hablar de mi hijo, de cómo era, pero yo no sé ni qué hacía ni qué pasó después de que desapareció. No sé nada”, me dice. 

Sí lo sabe, pero hablar no es fácil después de haber vívido décadas con miedo a que la represión militar viniera a vengarse de la familia por denunciar y buscar justicia.

El hijo que dejó el hogar

Manuel Alfredo era el más grande de sus hijos. Lo recuerda estudioso pero inquieto y siempre regalando sus cosas a otros compañeros. Lo inscribió en La Salle, un colegio religioso y de prestigio en Antigua Guatemala. Sin embargo su hijo tenía otros planes.

Carmen recuerda que el pequeño Manuel llegó con la noticia de que había sido expulsado. Más bien se hizo expulsar al desafiar a uno de los sacerdotes del colegio. Él siempre había querido estudiar en el instituto público del departamento y lo logró.

“Nunca le gustó estar con la gente de dinero, toda la vida ayudó y toda la vida le pegaron mal. Ya cuando se graduó, rápido se fue para la universidad a estudiar Agronomía y rápido se metió en la AEU (Asociación de Estudiantes Universitarios)”, me dice con la mirada en el piso como quien busca más recuerdos.

Manuel Alfredo Baiza Molina fue parte de FRENTE, una organización estudiantil que lo llevó a integrar la directiva de la AEU en 1978 junto con Oliverio Castañeda, Héctor Interiano, Iduvina Hernández, Alfonso Bravo y Hugo Morán.

Estando en la universidad la distancia se hizo mayor entre madre e hijo. Los tiempos no eran fáciles y Manuel lo sabía: “Un día decidió que se iba a ir de la casa. Me dijo -mire mamá, fíjese que no somos muy bien vistos. Estos militares son unos infelices, entran a las casas y matan a cualquier familiar de quien les cae bien y yo no quiero penas con ustedes. Mejor me voy a ir-. Y se fue”.

El 78 fue el año de transición entre Kjell Laugerud y Romeo Lucas García. A partir de allí la represión militar se haría mucho más violenta. 

Carmen guarda recuerdos de aquellos años. Me dice, por ejemplo, que su hijo se fue poco después que “el río se volvió rojo porque mataron a mucha gente que no quería que construyeran la Franja Transversal”. Hace referencia a la Masacre de Panzós, ocurrida en mayo de 1978, cuando decenas de cuerpos fueron encontrados a lo largo del río Polochic, en Alta Verapaz.

Pese a irse de la casa, Manuel mantenía contacto con su familia. Carmen está segura de que dejó de estudiar para integrarse por completo al activismo: “es una vocación que traen, involucrarse en lo social. Me decía: -mamá, consígame aquí, pídale a la gente que usted conoce, vamos a ir a Quiché y hay mucha necesidad-. Yo colaboraba en lo que podía”.

Por un momento mueve sus brazos y extiende uno para señalar el fondo de la casa. “Algunas veces ya solo venía los domingos y se encerraba allí con sus amigos, este (Héctor) Interiano y Oliverio (Castañeda de León). Yo no sé qué pasaba allí adentro. Otras veces venía todo sucio y enlodado porque venía de México y había cruzado el río”.

Previo a su desaparición Manuel Alfredo estuvo preso tras haber sido detenido en una manifestación. Lograron que saliera de prisión pero ya entonces el peligro era inminente. Tanto Carmen como sus hermanos intentaron disuadirlo pero no lo lograron. “En la lucha siempre”, recuerda que le respondió alguna vez.

Manuel Alfredo Baiza y otros miembros de la AEU. Foto: Mauro Calanchina.

Postales de sobrevivencia

No fueron años fáciles y el solo hecho de que Manuel Alfredo estuviera vivo después de 1978 era un mínimo triunfo. Ese año, su compañero en la dirección de la AEU, Oliverio Castañeda de León, fue asesinado en el centro de la ciudad tras dar un discurso con motivo del aniversario de la Revolución del 20 de Octubre.

Carmen perdió mucho más contacto con su hijo después de aquel año. Solo recuerda que él se mantenía de cafetería en cafetería atendiendo reuniones y que había logrado salir varias veces de Guatemala. 

Prueba de ello son algunas de las postales que recibía. Estuvo en Nicaragua y en algún momento viajó a Europa. Mueve la cabeza y por un momento sonríe: “eran bien inteligentes para los estudios y aparte tenían su pegue porque no eran feos, eran guapos los patojos”. 

Carmen se levanta y pide que le de un momento. Es entonces que saca un viejo álbum de fotos para mostrarme como era el pequeño Manuel. Se pide disculpas a si misma: “Yo lo siento, nunca me preocupé tanto como otras mamás que tienen colección de todo lo que hacían los hijos de chiquitos. Ahora no sé por qué no guardé más recuerdos”. Me muestra las fotos en blanco y negro y sonríe, sonríe.

Una de esas postales la recibió un 10 de mayo: “Me mandó una postal junto con esta muchacha, Magdalena. Decía: Mi futura suegra, no pude llegar con Manuel pero pronto vamos a visitarla”. No hubo tiempo para la visita.

El terror en la puerta

La casa donde vive Carmen es tan grande que siempre la utilizaron para arrendar cuartos y con el tiempo la fueron convirtiendo en hotel. En los últimos años han hecho lo posible para que el negocio sobreviviera a la baja de turismo por la pandemia y a la competencia de las reservaciones en línea.

La casa grande no ha sufrido mayores cambios en su estructura. Por eso, cuando Carmen recuerda, señala las diferentes partes de la casa como si todo estuviera volviendo a suceder a lo largo de los mismos pasillos.

“Esa mañana yo estaba aquí y uno de los inquilinos vino a gritarme que sacara a Manuel, que los militares estaban buscándolo. Yo al principio no le creí pero después entraron y empezaron a revisar todo para ver si estaba o cuándo era la última vez que había estado aquí. Yo sentí que algo peor había pasado”. 

Y sí, ese mismo día en que los militares allanaron su casa, ese 14 de mayo de 1984, Manuel Alfredo Baiza fue detenido y desaparecido.

Era el gobierno de Oscar Mejía Víctores y la estrategia de terror se había enfocado mucho más en las zonas urbanas. Parte de esa campaña de terror era el uso de una panel blanca en la que secuestraban a políticos, escritores, estudiantes o cualquier persona, sin importar la edad, por el simple hecho de considerarlos enemigos del Estado.

“Lo fui a buscar a todos lados. Iba allí a la (Policía) Judicial y preguntaba pero no me decían nada. Había otras mamás a las que les daban a sus hijos todos golpeados, quizás sin un ojo. Y yo esperaba que aunque fuera así me dieran a Manuel. No sé cuánto tiempo lo buscamos. yo creo que por eso me quedaron mal mis córneas de tanto llorar”.

A partir de allí y durante 15 años, Carmen no tuvo ningúna certeza de lo que le pasó a su hijo. Solo el miedo de hablar y de que vinieran a vengarse y llevarse a otro de sus hijos.

No fue sino hasta 1999 que supo lo que pasó. Ese año se publicó el Diario Militar, un documento donde estaba registrada la vigilancia, detención, tortura y ejecución de 183 personas (adultos y niños), entre 1982 y 1983. 

Allí, entre todas las fichas estaba el nombre y la foto de su hijo.

Entre su detención el 14 de mayo y su ejecución el 1 de agosto de 1984, pasaron tres meses de torturas.

Le pregunto cómo fue para ella, después de tantos años, enterarse del destino de su hijo. Con seguridad, levanta el rostro y me dice: “Triste pero yo dije: por lo menos ahora ya sé que mi hijo está en el cielo porque dicen que todos los mártires, todos los que entregan su vida, se van al cielo”.

Carmen está segura que a su hijo lo delataron algunos compañeros que fueron detenidos días antes. No los culpa. “No quiero imaginar el tipo de tortura que les hacen para que hablen y ya en ese momento cualquiera dice lo que sea con tal de salvar su vida o la de algún hermano o sus papás”, comenta.

Después de 38 años, me cuenta que no le causó mayor impresión la noticia de la detención de 11 militares y policías retirados involucrados en las ejecuciones registradas en el Diario Militar. Lo único que esperaría, me dice, es que “sí saben dónde quedó mi hijo que me lo digan”.

Más allá de la sentencia final el caso del Diario Militar ha tenido un primer efecto en Carmen Molina. A sus 83 años, después de 38 años de haber perdido a su hijo, superó el miedo a hablar de él y honrar su memoria.

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  1. La historia se repitió en miles de hogares. Mi mamá, ahora de 87 años, no se quiere irse de su casa porque dice que si mi papá “aparece”, ahí es donde nos va a ir a buscar. Han pasado 51 años de su desaparición.

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