Fue un martes de marzo de 2024. Estábamos sentados, rodilla a rodilla, en un pequeño cubículo frente al escritorio de una fiscal del Ministerio Público (MP). Él estaba nervioso. Yo también. Ninguno de los dos había participado antes en un proceso de conciliación. No sabíamos qué esperar del proceso, ni de la otra persona. Y ni él ni yo hubiéramos querido pasar por la situación que nos llevó hasta allí.
Todo ocurrió un par de semanas antes. Nuestros caminos se cruzaron en un fuerte accidente de tránsito. Donovan iba en moto, yo en bicicleta. Momentos después, una ambulancia me llevó inconsciente al hospital público más grande de la Ciudad de Guatemala. A él, la Policía lo esposó y trasladó en una patrulla hacia la torre de tribunales.
La citación en el MP era incómoda y giraba en torno a procedimientos legales, audiencias, resarcimiento, fechas y cifras. Cosas que en ese momento se sentían muy ajenas al accidente que interrumpió la cotidianidad de cada uno.
Por mi parte, todavía no había comenzado a entender el impacto emocional y psicológico de lo que había pasado. En mi cuerpo aún eran notorias las marcas negras y moradas provocadas por los golpes, apenas me habían quitado los puntos de la cara y no me imaginaba cuántas citas médicas me tocarían en los siguientes meses para revisar las fracturas que sufrí.
Pero yo no sabía nada de él, ni quién era, ni cómo le había impactado toda esta situación. Así que le pregunté. Me sorprendió saber que apenas tiene 19 años. Y recuerdo que sentí alivio al enterarme de que tras el accidente no se fue del lugar, sino que se quedó y llamó a los bomberos. Quise conocerlo más porque no, no es un delincuente.
En muchos sentidos, la historia de Donovan se parece a la de muchos jóvenes de Guatemala que luchan para conseguir la comida del día, tener un techo y mantenerse en pie en el espacio urbano.
Creció en la zona 5 de la Ciudad de Guatemala, después de que su familia huyera de las extorsiones en la colonia donde vivía antes. Cuando tenía 11 años, su papá abandonó a la familia y dejó a su mamá, originaria de Tamahú, Alta Verapaz, sola con Donovan y sus dos hermanos pequeños. Ella, con los ingresos de ventas ambulantes de comida, logró sacar adelante a sus hijos, hasta que llegó la pandemia de Covid en 2020.
Cuando el país cerró y las ventas ambulantes desaparecieron, en la casa ya no había dinero para pagar las recargas de internet que Donovan necesitaba para atender las clases en línea de su instituto. Por eso, apenas comenzado segundo básico, tuvo que abandonar sus estudios y con 15 años comenzó a trabajar para ganarse la vida.
Donovan no tenía más opción que trabajar en el sector informal, como ayudante en la instalación de tabla-yeso o de albañil. Trabajos físicamente exigentes, especialmente para un adolescente, a cambio de pagos insuficientes y sin derechos laborales.
Por eso estaba contento cuando, a finales de 2023, se le presentó una nueva oportunidad de trabajo en una empresa subcontratada por una compañía que produce bebidas. Trabajaría como aprendiz de mecánico industrial. Eso significó no solo una oportunidad para capacitarse, sino también un salto a un sueldo fijo de Q150 diarios. Fue entonces cuando decidió conseguir una moto. Antes usaba transporte colectivo y le sobraban razones para querer dejarlo.
Era mucho más cómodo ir en moto que subirse a los buses saturados. Llegaba más rápido a su trabajo por las mañanas y a su casa por las noches. Para esa época ya tenía pareja y una hija pequeña, y eso le permitía pasar más tiempo con ellas. Además, era más económico. De bus en bus, a veces pagaba hasta Q20 por día, además de lo que tenía que pagar en los taxis o taxis colectivos, cuando le tocaba trabajar hasta tarde en la noche y ya no encontraba buses. Incluso, pese a los riesgos de ir en moto, percibía que el transporte colectivo era más inseguro por el riesgo de sufrir asaltos.
El accidente, el empleo y la moto que se fue
El nuevo trabajo y la moto representaban un alivio y un cambio significativo en la vida de Donovan. Pero el día del accidente perdió ambos.
Sus jefes en la empresa vieron las publicaciones sobre el accidente en las redes sociales y decidieron despedir a Donovan. Dijeron que era porque iba a perder horas de trabajo por tener que asistir al proceso de conciliación, a las audiencias e ir a firmar el libro una vez al mes en el MP, como parte de las medidas impuestas por el juez.
A la empresa no le importó el difícil momento que atravesaban Donovan y su familia. Si hubiera tenido que incurrir en gastos médicos después del accidente o si se hubiese enfrentado a una demanda de indemnización económica, la decisión de sus jefes de despedirlo habría complicado aún más las cosas para evitar ir a juicio.
Aunque le rogó a sus jefes que no lo despidieran, no cambiaron de opinión y a Donovan le dio la impresión de que la decisión tenía más que ver con el estigma de tener un proceso penal abierto en su contra, que con su desempeño como trabajador. Y como en esa empresa no tenía un contrato, lo pudieron sacar de un día para otro.
La abogada de Donovan, designada de oficio por el Instituto de la Defensa Público Penal, señaló que este estigma se reforzó por las publicaciones ―incluso de altos funcionarios del gobierno― que señalaron que su cliente había sido “aprehendido” o “capturado” cuando no fue así. Donovan se puso a disposición de las autoridades. Nunca se fue del lugar del accidente, sino que esperó a que llegara la Policía y colaboró en todo momento.
La moto quedó confiscada por la Policía y, hasta hoy, le cobran Q15 por cada día que está en el predio de vehículos consignados. Por eso no la ha ido a recoger. No tiene con qué pagar. Igual, muchas personas le han dicho que tal vez ni haya razón para recuperarla porque será poco lo que queda de la moto. Es que es un secreto a voces que muchos vehículos confiscados son desmantelados poco a poco.
Además, Donovan tiene que ver cómo pagar la deuda de Q1,500 de la caución económica que tuvo que pagar en tribunales cuando fue ligado a proceso para no ser enviado al centro de detención preventiva en la zona 18 y quedarse ahí por lo menos durante los cuatro meses que fueron fijados para el proceso de investigación y conciliación.
Aunque el sistema de justicia, sus jefes y mucha gente lo tratan como tal, Donovan no es un delincuente. Fue un accidente. Su única imprudencia fue manejar la moto sin tener licencia de conducir. Una falta demasiado normalizada en Guatemala.
Aun así lo juzgarán más a él por no tener licencia que a la empresa que lo explota y lo contrata para manejar maquinaria industrial sin la formación o licencia necesaria, ni seguridad social en caso de un accidente.
La vía de la conciliación
Si no hubiésemos llegado a un acuerdo, Donovan podría enfrentar hasta dos años de cárcel, separado de su pareja y de su hija de tres años. Sin opciones de cuidado para la niña, el hogar dependía del ingreso de Donovan. En este caso, la madre se quedaría sola con el cuidado y la carga económica.
Pero en nuestro caso no fue difícil llegar a un acuerdo para conciliar. La desigualdad de potencia y capacidad de hacer daño de una moto, en comparación con una bici, es muy notoria, y además existe una diferencia de responsabilidad ante la ley. Pero existe también una enorme desigualdad de condiciones de vida entre las dos personas que estuvimos involucradas en este accidente y que no se podía ignorar.
Al final lo que queríamos tanto él, como yo, era muy simple: regresar lo más cerca posible a cómo eran nuestras vidas antes, o por lo menos no salir más dañados. Un conflicto, una sentencia, incluso el dinero, no iban a resolver eso.
Optamos por una solución diferente: Donovan se comprometió a tomar un curso de manejo y a sacar su licencia, y juntos publicaríamos este texto con la expectativa de que compartir nuestra experiencia sirva para generar una reflexión sobre el contexto en el que ocurren los accidentes, los impactos y la poca seguridad vial en Guatemala.
A casi cuatro meses del accidente seguimos recuperándonos. Yo he mejorado física y emocionalmente. Gracias al acompañamiento de Udefegua conseguí sortear el laberinto judicial que siguió al accidente. Retomé la bici y con el apoyo de mi familia y amistades, estoy cerca de mi vida de antes.
Donovan ya tiene su licencia. No la compró, como lo hacen muchas personas, sino que hizo todas las pruebas de la ley. Su situación económica sigue complicada. Encontró trabajo, pero después de dos días también optaron por no contratarlo porque tendría que faltar para asistir a las audiencias. Pero le emociona tener la licencia, espera pueda ser una ventaja en su búsqueda de empleo.
La semana pasada fuimos a la última citación en el MP para ratificar y documentar el acuerdo que hicimos. Con esto, se solicitará al juez el sobreseimiento del caso a favor de Donovan. A él, todavía le tocan dos audiencias en el juzgado para cerrar el caso.
“De todo esto, aprendí que no hay que creerse dueño de las carreteras, porque una moto no es igual que una bici. Y un carro no es igual que una moto. Ahora lo pienso más”, fue una de las reflexiones que me compartió cuando nos reunimos para hablar del contenido de este texto.
Donovan espera que más personas cumplan con sacar su licencia, no solo para evitarse trámites en caso de un accidente, sino por la educación vial. Poco a poco va tratando de llevar su vida de vuelta a la normalidad, pero necesita conseguir un trabajo para ganarse la vida y sostener a su familia.
Al final de todo, él y yo tuvimos suerte, pero no se puede depender de la suerte. Demasiadas personas mueren en el tráfico en Guatemala.
Que magnifico texto, gracias por compartirlo, espero ambos regresen a su “normalidad” pronto. Animo!!!
Abrazo a ambos y admiración a Pía. Que vuelvan pronto a estar mejor
Hola. Podría tener un trabajo para Donovan.
Pueden contactarme por éste medio o por mi email si es que les aparece.
Saludos.
Pía, eres un gran ejemplo, no sólo de resiliencia, sino además de empatía y solidaridad. Te felicito porque muy pocas personas deciden el camino de la reflexión en lugar del de la venganza y el egoísmo. Esta experiencia deja muchas lecciones de vida a Donovan y seguramente también a ti, pero si los guatemaltecos pusiéramos más atención, podríamos aprender todos y todas.
Saludos y que te recuperes. Esperamos noticias de Donovan.
Qué experiencia. Celebro la buena fe y la sensibilidad para entender las condiciones sistémicas que hay detrás de cada persona y, por ende, en el accidente.
Confío en que ambos restablecerán sus vidas , fortalecidos.
Ea un alivio saber que aun existen personas empáticas, personas que pueden ponerse en el lugar de otros para comprender y sobre todo, saber escuchar.
Realmente me da alegría saber que los buenos, son muchos mas de los que yo pensaba.
Gracias por relatar lo acontecido. Ojalá y Donovan pueda ser contratado pronto.