Según García Laguardia en Guatemala, los partidos políticos funcionan como efectivos órganos auxiliares del Estado. Dicho modelo aspira a la representación de diversas componentes sociales en un sistema mixto a nivel nacional y a que los partidos actúen como intérpretes de acuerdos de Estado.
Desde 1985, cuatro familias ideológicas han intentado ocupar este rol a través de distintas expresiones partidarias: un centro izquierda democristiano, un centro derecha liberal y los remanentes de las izquierdas y derechas laicas de 1944.
Hoy vamos a analizar la situación de uno de los herederos de las derechas políticas del país. Ello, a la luz de lo que las últimas maniobras legislativas del heredero designado de casa de Arzú podrían significar para su propio futuro político y el de nuestra maltratada República.
Luego de los caóticos años 90, el sistema de partidos en Guatemala se reconfiguró en dos expresiones nacionales. Volvía la dicotomía decimonónica entre liberales y conservadores:
- El PAN, liderado por Álvaro Arzú, ex monaguillo del PNR de Alejandro Maldonado, aglutinó a los sectores medios y acomodados liberal-cosmopolitas. Además, incorporó elementos de tradición más “social” en sus filas que escapaban de una UCN huérfana de Jorge Carpio.
- En contraste, el FRG, dirigido por Efraín Ríos Montt, exdemocristiano y general golpista, representó una especie de “derecha social”, basando su proyecto en “la Biblia y la civilización cristiana para garantizar bienestar y seguridad” desde un conservadurismo militante.
Esta configuración política se presentó en oposición al PAN. El eferregismo representando a sectores populares y clases medias en ascenso en la periferia protestante y el interior del país. Ambos liderazgos, amargamente enfrentados desde el principio por profundas diferencias de extracción y proyecto.
Desde entonces, una derecha cada vez más refractaria lucha por recuperar la hegemonía sobre las dos categorías de sociología política que acabamos de describir. Esto, reflejando además un centro y una periferia profundamente enfrentados. Las elecciones del propio Arzú padre y Berger, ambas contra la familia Ríos y apadrinados, evidenciando la profunda grieta existente en las familias de la derecha.
Es aquí donde las maniobras políticas recientes del tercero de los Arzú, podrían haberle costado el sillón presidencial. En política se puede traicionar a cualquiera, menos a tu conveniencia.
Ningún proyecto político en un panorama tan fragmentado como el guatemalteco debería darse el lujo de defraudar a su “núcleo sociológico”. La coalición de Valor-Unionista era un “chirmol” incongruente que intentaba unificar a ambas familias bajo un programa nada claro. Eso, dejando tras de sí un enfrentamiento de 20 años entre ambas familias sin otro objetivo aparente que la continuidad en un mullido sillón. Craso error.
Los segmentos urbanos cosmopolitas, históricamente hostiles a proyectos “eferregistas” por su carácter “popular” y autoritario (aun recuerda el citadino el Jueves Negro), migrarían en masa hacia proyectos “más afines” en todas las papeletas. Príncipe y princesa de ambas dinastías conservando solo votos de lealtad personalísima, con pobres resultados de nueve diputados y un sexto lugar en las presidenciales. Esto, con la victoria “asegurada” hace no tanto tiempo.
La última estocada al génesis de su carrera por la guayaba la daría el príncipe heredero hace tan solo unos días en el Congreso de la República. Carente de coherencia ideológica del proyecto de su padre (quien incluso se negó a asumir la alcaldía bajo el gobierno de facto de Efraín Ríos Montt), le quedaba solo clavarle la última puñalada a su arrastre político y personal.
Con un opaco e intempestivo voto apoyó la iniciativa del oficialismo golpista de retirar la inmunidad a los magistrados del Tribunal Supremo Electoral. El atractivo que su bien hilado discurso y trayectoria podrían haber ejercido sobre el segmento electoral que necesita sí o sí para ser presidente terminaría de perder toda credibilidad. Lo último, aliándose con un oficialismo de ademanes crecientemente autoritarios.
Dichas actitudes, como vimos, jamás han caído en gracia a los segmentos urbanos de una ciudad que abandonó parcialmente a su partido en las elecciones de 2023.
El panorama en una derecha cada vez más fragmentada se complica para el heredero de la sociología panista. Es altamente improbable que un segmento urbano en ascenso, y en bono demográfico que llevó a la presidencia a Bernardo Arévalo, perdone fácilmente al príncipe. Ello, luego de manchar el legado de la dinámica “Paloma de La Paz” con la mano dura de un desvarío mesiánico. Todo bajo un lema tan mezquino como antiguo en el oficio del político:
“Pecunia non olet”
El dinero no apesta