Entre ese trailer, la montaña de Guatemala, la desesperación y la tristeza de la búsqueda de hijos e hijas desaparecidos transcurre este texto.
15 de enero de 2009
Laura Coc tiene 18 años y se postula para ser reina de belleza de su aldea, en Xesuj, San Martín Jilotepeque, Guatemala. Lleva el pelo negro, peinado con simpleza: raya al medio y recogido en una cola baja. Viste, como sus contrincantes, un traje tradicional: el huipil, la cintura bien marcada con una faja de flores y la falda larga. Se para un poco de costado para la foto que va a inmortalizar su participación en el concurso de belleza 2008-2009. Con una sonrisa tímida mira a la cámara y espera.
4 de octubre de 2010
Amanece en el desierto de Arizona. Del borde del cielo brota la luz del sol proyectando una gama de naranjas sobre el paisaje uniforme. Las siluetas de los cactus parecen soldados a la espera. El cuerpo sin vida de Laura Coc yace debajo de un arbusto lleno de espinas. Su hermano la dejó ahí cuando se dio cuenta de que si no buscaba ayuda moriría él también.
27 de marzo de 2023
Un forense del Condado de Pima, en Arizona, Estados Unidos, saca una caja de una pila que llega hasta el techo de un trailer de camión. Al costado, debajo del hueco que sirve de manija, la caja tiene una hoja pegada con un número de caso. El forense levanta la tapa y saca un cráneo que forma parte de restos humanos sin identificar.
Cada día, durante los últimos 13 años de su vida, cuando escucha a los perros ladrar en su casa arriba de la montaña en Guatemala, Román Coc piensa que es Laura, su hija. ¿Sabrá encontrar la casa?, se pregunta, porque hace un tiempo cambiaron la entrada.
El cuerpo de Laura, los huesos de Laura, la ropa de Laura. Nada de eso se encontró.
¿Cuántas como Laura?
Sólo entre 2010 y marzo de 2023 se reportaron ante el Ministerio de Relaciones Exteriores de Guatemala 817 personas desaparecidas en otros países. Más de la mitad tenía entre 18 y 30 años, y salieron de sus casas en los departamentos de Guatemala, Quetzaltenango, Huehuetenango y San Marcos. Los últimos dos están en la frontera con México.
De ellas, 52 eran mujeres. Pero estos datos no son públicos ni accesibles para las familias: se consiguieron a través de pedidos de acceso a la información pública realizados para esta investigación ante la Cancillería de ese país.
Cuando Román Coc fue a hacer la denuncia al Ministerio de Relaciones Exteriores de Guatemala le dijeron que se quedara tranquilo, que la iban a buscar. Andrés se llamaba el hombre que lo atendió y le dio un número de teléfono. Pero cuando llamó, le dijeron que había `cambio de licenciados´. Andrés ya no estaba para atenderlo. “Mi caso no sé si le dieron seguimiento. Porque ellos se comprometieron a que me llamaban. En 13 años recibimos cuatro llamadas al inicio y después ya no más”.
En ese mismo ministerio existe un subregistro de los migrantes guatemaltecos desaparecidos, reconocido por el vicecónsul de la Cancillería, Geovani René Castillo Polanco, en una entrevista realizada para esta investigación:
- ¿Le parece un número real o puede haber más?
- Puede haber más. Es lamentable decirlo pero en el desierto se encuentran muchos cuerpos apilados. A veces los mismos compañeros migrantes los sepultan, a veces los coyotes [traficantes de personas] los desaparecen. Pero esa cifra no es real, hay cifras más abultadas.
Sin embargo, el subregistro no es potestad sólo de Guatemala. Los migrantes reportados como desaparecidos en México entre 2017 y 2022 varían de acuerdo a quién se le pregunte. Pueden ser 1270 según fiscalías estatales, o 124, como lo reporta en su base pública la Comisión Nacional de Búsqueda (CNB).
Luego de 6 meses de pedidos de entrevistas para consultar sobre la discrepancia de estos números, Sonja Perkič, Directora General de Acciones de Búsqueda de la CNB, respondió: “La cifra que nosotros manejamos en nuestra dirección de búsqueda de migrantes son alrededor de 1.300 personas, justamente caracterizando los casos de los que tenemos conocimiento y damos seguimiento y que luego se está haciendo su búsqueda”.
La funcionaria, entonces, reconoció que tienen muchos más casos de los que están en su base pública. Sin embargo, al pedirle esos datos se negó a compartirlos, aduciendo que la base se encontraba en una “fase de homologación”.
La única certeza es que México no sabe cuántos migrantes desaparecidos tiene, ni cuántos de ellos fueron hallados muertos. Y Guatemala reconoce no tener información sobre cuántos de sus ciudadanos que migraron desaparecieron en otros países.
El vicecónsul Castillo Polanco explicó que la mayoría de los guatemaltecos desaparecidos se reportan en la frontera entre México y Estados Unidos: “Ese tramo del desierto es uno de los tramos más peligrosos, inclusive a nivel mundial. Se lo llama el paso de la muerte, es donde hay más pérdidas de vidas humanas”. Datos de la Organización Internacional de las Migraciones concuerdan: la ruta hacia Estados Unidos es la tercera ruta más peligrosa del mundo.
En tres años (2019, 2020 y 2021) la cantidad de migrantes muertos en la frontera se triplicó: pasó de 255 a 900, según datos otorgados por CBP (Customs and Border Protection), ante un pedido de acceso a la información pública. El impacto de las políticas públicas migratorias de Estados Unidos: militarizar toda la frontera y dejar abiertas las zonas más peligrosas e inhóspitas no logra un efecto de disuasión y además aumenta el número de muertes.
En los últimos 22 años, según información otorgada por la Secretaría de Relaciones Exteriores de México, la frontera de Tucson, por el desierto de Arizona (EEUU), ha sido donde más reportes de inmigrantes muertos se tienen con 3.053 del total de 7.773. Es decir, casi el 50% de los migrantes que fallecieron en la frontera de Estados Unidos murieron en el mismo desierto que Laura Coc.
En la montaña de Guatemala
Para llegar a la casa de Roman Coc hay que recorrer un camino de montaña con paisaje de pinos y volcanes. Curvas y contracurvas que cambian el punto de vista demasiado rápido. Son casi dos horas manejando desde Ciudad de Guatemala, pero en auto sólo se puede llegar hasta una proveeduría solitaria, el resto del trayecto toca hacerlo caminando por un sendero empinado. Son un poco más de quinientos metros donde sólo se escucha el crujido de las pisadas sobre las hojas caídas, el canto de los pájaros y el sonido de unas sierras lejanas.
Román tiene 69 años,10 hijos, 21 nietos y una expresión de hombre afable. Vive en esa aldea hace 40 años, se mudó allí al poco tiempo de casarse para escapar de la violencia que había en las tierras en las que creció. La casa la construyó él mismo, al principio algo más humilde, pero con los años la fue agrandando. Tanto que allí viven varios de sus hijos y nietos.
Toda su vida trabajó como agricultor, sembrando maíz, frijol, café, naranjas, duraznos, bananas. Pero para sus hijos fue difícil. En Xesuj no hay trabajo y si hay está mal pago. “Ellos quieren cositas bonitas, o hacer sus cosas que ellos desean”, dice Román.
Esa fue una de las razones por las que a los 21 años Laura, su hija, decidió irse a Estados Unidos.
- ¿A qué vas? -le preguntó él.
- Yo voy para ayudarlos, sacarles adelante.
“Pero no fue así”, dice hoy sentado en una silla de madera en el patio que separa la cocina comedor de las habitaciones. En una de esas habitaciones el piso está lleno de hojas de pino. En un rincón, una cama, y en el otro un altar con la foto de Laura en el concurso de belleza. Afuera, apoyado sobre la pared, hay un calendario que dice: envíos de Guatemala a Estados Unidos. El patio de Román está lleno de colores: paredes pintadas de amarillo, cortinas rojas, macetas de flores, y una soga con ropa colgada secándose al sol. Parecida a la ropa que vestía Laura el día que se fue.
Laura en el desierto
Román sabe sólo una parte de lo que pasó ese día en el desierto.
“Empezó a desmayarse, entre dos la llevaron jalando y una vez se desplomó ya no pudo caminar. Y el guía dijo ´dejenlo eso ahí, dejá a tu hermana, si no nosotros vamos a caer´”. Cuando llega a este punto del relato la voz del padre se va apagando. “Pero no dejó a su hermana. Aproximadamente a medianoche falleció su hermana en los brazos de él”.
El hermano de Laura intentó pedir ayuda. “Pero quién le puede oír a uno en el desierto”, dice Román.
El chico acomodó el cuerpo debajo de un arbusto, rompió una playera, que llevaba en su mochila, y dejó marcas en el camino para poder regresar. Caminó en dirección a la frontera mexicana. Recuerda que se topó con una carretera: los autos como una marea atravesaban el desierto, nadie le prestó atención. Logró encontrar un puesto de migración y ahí dice que suplicó que fueran a buscar a su hermana, pero no le hicieron caso.
La cronología que hace el padre sobre lo que le explicó el hijo se vuelve difusa, pero cuenta que en algún punto el chico pudo volver donde había dejado a su hermana y ella ya no estaba, sólo quedaba uno de sus tenis.
Luego lo deportaron.
“El desierto le quitó a su hermana y él sentía que tenía que ir de nuevo al desierto”, dice Román sobre su hijo que ha intentado irse a Estados Unidos varias veces más pero nunca ha logrado cruzar.
A tres mil ochocientos kilómetros de distancia del patio de Román, atravesando Guatemala, México y el desierto de Arizona, en Estados Unidos, hay otro patio de cemento. Es un estacionamiento. Ahí está el trailer plateado que de tan impecable -por fuera- refracta los rayos del sol, encandilando a las personas que pasan caminando. Es el patio de la oficina del sheriff del condado de Pima, donde guardan cajas de huesos de personas migrantes que aún no fueron identificadas.
Sentado en su escritorio, Gene entra a su computadora, abre un mapa, presiona el botón buscar y el estado de Arizona se inunda de tantos puntos rojos uno sobre otro que parecen un derrame de pintura. Cada punto marca el lugar en el que encontraron restos de personas.
El mapa interactivo fue desarrollado en conjunto por la oficina del Forense de Pima y Humane Borders, Inc, que está alimentado por una base de datos que muestra todos los casos de migrantes fallecidos que recibió la oficina de Gene. Hasta junio del 2023 había 4005, el caso más antiguo es del 25 de noviembre 1981 y aún sigue sin identificar.
- ¿Cómo es posible identificar a alguien que llegó hace tanto tiempo?
- Necesitamos la ayuda de las familias. Las familias nos tienen que hablar para decirnos que están buscando sus parientes, y que nos manden una muestra de ADN para compararlos con los que tenemos aquí.
Las cajas marrones con su respectiva etiqueta están en un trailer de la morgue por falta de espacio. En 2024 abrirán una nueva oficina y entonces los trasladarán. “Todas estas personas están esperando para ser identificadas”, explica Hernández.
Migrantes que, aún desaparecidos para sus familias y muertos en una caja, siguen esperando.
Este reportaje forma parte de la investigación periodística “Migrar y desaparecer”, realizada gracias al apoyo del Consorcio para Apoyar el Periodismo Regional en América Latina (CAPIR), liderado por el Institute for War and Peace Reporting (IWPR), y que Quorum difunde en exclusiva en Guatemala.