La Kami lo olfateó, perdió el interés y lo dejó en paz. Incluso yo me acerqué para observarlo de cerca, y pude notar que estaba haciéndose el muerto. Nunca había visto uno. “Ve, qué cabrón”, dije yo.
Las zarigüeyas o “tacuacines” son conocidas por su capacidad instintiva de hacerse las muertas cuando se sienten amenazadas. Esta reacción tiene un nombre científico: tanatosis. Es un comportamiento de defensa natural, eficaz para ahuyentar a los depredadores cuando la amenaza es grande y fallan los gruñidos.
Aunque no rocía como los zorrillos, el tacuazín suele oler mal cuando se hace el muerto. A veces saca la lengua y babea; otras, se defeca para acentuar su condición catatónica. Sus funciones corporales se ralentizan hasta alcanzar un estado casi paralizante que puede durar horas. Cuando siente que desapareció el peligro, vuelve a la normalidad.
Mientras aprendía sobre la conducta de este simpático marsupial propio de nuestra región, inevitablemente me vino a la mente la imagen de Bernardo Arévalo. Lo pude ver sentado en su despacho presidencial: con su cara de buena gente, sí, pero paralizado, inerte, tenso, ante las constantes amenazas y desafíos que le toca enfrentar.
A muchos nos sigue interesando que al gobierno de la primavera le vaya bien. Queremos que logre emerger de sus problemas, cenizas e inseguridades, y sea capaz de construir un legado suficiente para darle continuidad a un proyecto con gente decente, capaz y dispuesta a transformar el país.
Sin embargo, con el tipo de liderazgo que ha mostrado el presidente hasta hoy, lo más probable es que nos condene a que vuelvan los tiempos de “mano dura, cabeza y corazón”.
Arévalo no ha gruñido nunca en año y medio de gestión. Bueno, solo sucedió cuando los periodistas le cuestionaron su inacción. No sabemos siquiera si tiene dientes. A lo sumo ha emitido chillidos de miedo. Y, de inmediato, ha sido consolado y reorientado por su séquito de intelectuales aguambados, que defienden su decisión de mantenerse pasivos. Su manera de enfrentar las crisis ha sido hacer lo mínimo, con tal de no caer en un error que, a sus ojos, tenga un “alto costo” a nivel político o democrático.
Y no es que queramos ver a un presidente enojado, malencarado y actuando hepáticamente. No. Lo que esperamos es que sea capaz de ejercer el poder con la contundencia, firmeza, carácter y valentía que requiere el puesto. Lamentablemente, poco o nada de eso ha reflejado Bernardo a lo largo de su insufrible gestión.
Es un gobierno sin estrategias e incapaz de abrirse a las críticas, mismas que han venido incluso de sus propios aliados. Además, ha reaccionado con cierta soberbia y bastante indiferencia ante la persecución, criminalización, encarcelamiento y exilio de muchos que pusieron el pecho para que lograra tomar posesión. A su criterio, es más importante apegarse a “las formas y el debido proceso”, que hacer algo por quienes alzaron la voz y pelearon por él, su partido y la democracia que dice preservar.
Y si eso le ha pasado a sus cercanos, ¿qué podemos esperar nosotros? La ciudadanía común quedó a merced de los golpistas, delincuentes y confabuladores del pacto de corruptos.
Los maestros de Joviel Acevedo, bajo la vista gorda del Ministerio Público, llevan atrincherados dos meses en la Plaza Mayor. Han bloqueado con malicia carreteras principales por días seguidos, aun estando el país en alerta naranja. A pesar de ello, las represalias que han recibido no pasan de ser acciones débiles, que mandan un mensaje de sumisión y miedo.
Me disculpan, pero armar un basto operativo para liberar las banquetas alrededor de Palacio Nacional, y actuar aplicando “protocolos” que le facilitan al magisterio obstruir por horas las calles en días consecutivos, hasta que desalojan cuando a ellos se les da la gana e intimidando periodistas frente a las propias fuerzas de seguridad, es propio de alguien que, pareciera, no tiene idea de cómo ejercer poder.
El pacto de corruptos y sus aliados tienen medido a Bernardo Arévalo. Saben que no les va a pasar nada, que no sufrirán consecuencias por sus actos. Ganan ellos, pierde el gobierno y, sobre todo, la ciudadanía.
Más temprano que tarde, la gente le va a perder la paciencia al tacuazín, y la van a pagar desde su vicepresidenta -que anda más preocupada por lo que tuitean sobre ella y lo que le gritan a las afueras de Palacio-, hasta sus diputados que la hacen de incondicionales porristas.
De nada sirve que tengan en su haber algunos resultados positivos al frente del ejecutivo y unos cuantos buenos ministros, si las acciones que ayudarían a generar confianza están mal o mediocremente hechas, por la utópica idea de aferrarse a respetar un debido proceso, que claramente tiene hundido al país en la corrupción y el compadrazgo.
Con el paso de los meses, la fichita que aún se juega a su favor, en el sentido de que “hubiera sido peor con Sandra, Pineda o Conde” irá perdiendo valor. Con pocos resultados y un Bernardo paralizado hasta que pase el peligro -a decir, hasta que Consuelo entregue el MP-, su gestión no tendrá mucho de diferente a las pasadas. Corre el riesgo de ser recordada como ineficiente, incapaz y cobarde.
A la gente, el concepto de democracia le importa poco si no hay resultados en su gobierno. Está el ejemplo vivo a la par de nosotros y no lo quieren ver.
Arévalo no tendrá más que hacer a un lado su tanatosis y asumir el rol de adulto responsable, como bien lo dijo don Mario Quan (@marioquan). Es lo que implica, inevitablemente, cuando te metés a jugar en el terreno de los grandes.