Manu Chao y el arte comprometido

El concierto que llevábamos años esperando: miles de personas reunidas bajo la luna con notas y ritmos queridos celebrando los sagrados derechos a la libertad, a la alegría, al necesario sueño por un mundo más humano y más justo.

La noche del pasado martes 12 Manu Chao nos regaló una fiesta épica y trascendental en Sacatepéquez.

Manu Chao el crítico del sistema consumista. El que canta que nadie es ilegal, el que le ha dado la espalda a la fama y a la industria musical, generosamente nos ofrendó un festín repleto de personajes surrealistas con los que desde una enorme fiesta evocamos ritmos del final de los años noventa y principio del 2000. Ritmos cargados de mensajes humanistas que nos hicieron recordar el momento de la Firma de la Paz en Guatemala, el fin de las dictaduras militares y el inicio de una Guatemala que se empezaba a buscar a sí misma. 

Cuenta el bajista francés Sambeat, sobre Manu Chao, que durante una gira en América del Sur, la organización del festival les colocó en un hotel cinco estrellas y Manu pidió que les cambiaran de alojamiento: “Era muy tarde y todos estábamos agotados del viaje y del concierto, pero preferimos algo más básico para pasar la noche. Después del cambio de hotel, Manu improvisó un pequeño recital en plena calle en un barrio popular”.

“Tocar en los bares, relacionarse con músicos callejeros, mezclarse con la gente que se levanta temprano para trabajar, informarse de los problemas de la ciudadanía que sufre, ayudar económica y emocionalmente es su manera de ser”, dice un artículo de El País. 

Con sus letras e irreverencia al sistema, Manu nos marcó a toda una generación que siempre hemos mantenido serias sospechas sobre ese mismo sistema. Sobre la Matrix, dirían algunos. 

Para quienes pasamos de ser niños a la edad adulta escuchando a Manu Chao, Mercedes Sosa, Fabulosos Cadillacs,  Bob Marley… leyendo a Cortázar, Aldous Huxley o Sábato, estos artistas comprometidos nos moldearon hacia una forma libre de ver y estar en el mundo. 

Esa noche fuimos un público inmenso en comunión, entregado y emocionado aplaudiendo el llamado a la paz y a la libertad, al fin de la guerra en Palestina, al talento y mensaje ancestral de la cantante maya kaqchikel Sara Curruchich, a la posibilidad de otro mundo. Nos regalaron latidos y lágrimas de esperanza, nos recordaron que este tipo de música es una contundente revolución contra la violencia y la falta de sensatez. 

En cualquier rincón de la tierra, la música y el arte son necesarios. Pero para un país como el nuestro; el de las violencias múltiples, el de las heridas abiertas, el que se desangra  de balas de hambre y de injusticia, la música es un bálsamo imprescindible. 

La lucha contra la resignación sólo puede ser desde lo colectivo, desde la esperanza con y desde el arte y sobretodo desde la música. Gracias Manu, Sara y DJ Jonas por ponernos a bailar, por regalarnos música libre, por recordarnos que a pesar de que Guatemala se cae a pedazos, no todo está perdido. Infinitas gracias por ponerle notas alegres y de esperanza a nuestros latidos.

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Era mi tercer empleo. A los 20 años, con un par de semestres de la universidad encima, me aceptaron como monitor de medios en una institución del Estado. Un mundo nuevo se me presentaba. Pasaba de hacer periodismo a incursionar en el campo de lo público, algo totalmente desconocido para mí.