…esa patria ficticia también tiene paredes
las de este manicomio
de violencia repetida
de balas y pedernales
la blancura de los civilizadores…
Luis Morales/Niebla Púrpura,
power bottom o marica, nosotras también somos historia
Cuando pensamos en “Guatemala” como nación y estado, desde un “nacionalismo oficial” se acompaña de características a las cuales la población debe aspirar para hacer valer su nacionalidad, cualidades fundamentadas en el colonialismo y la heterosexualidad como régimen político. Ese afán se escolta de ideas concretas: la bandera, el himno, la “cultura guatemalteca”, la “comida típica” o abstracciones sentimentales como la valentía, virilidad, orgullo, etc., estableciendo en su conjunto la identidad guatemalteca.
Septiembre es una excusa para desempolvar el recalcitrante orgullo nacional, es ese propulsor que insite en que la población guatemalteca sea parte del acto apoteosico nacionalista. Toda la simbología alrededor de la independencia, difunde la sensación de un “alguien” majestuoso que merece ser celebrado y exaltado de una manera militarizada y sacra.
El tiempo y los lugares son fundamentales para debatir esta fecha, pues estos sitios también evocan dichas particularidades nacionalistas y desde lo simbólico, la ciudad de Guatemala es un ejemplo palpable de todas esas expresiones que glorifican la independencia y la nación misma como una extensión del pensamiento finquero: “nuestra comida”, “nuestros trajes” y “nuestra cultura”. Septiembre es ese momento en el año en donde la ciudad se ensalza vistiendo a los hijos legítimos de concreto de esa patria con satín y dacrón azul y blanco para protagonizar el delirio de nación. Mientras tanto, lxs indixs, trans, maricas, etc., de la ciudad, se nos somete a una constante vigilancia moral y cristiana, con tal de atarnos a su ideal no solo de nación, sino de ciudad.
Para los pueblos originarios y todas aquellas maricas, huecos, locas y demás colectividades hijxs de una misma historia del dolor y del desarraigo, los nacionalismos hegemónicos han significado un despojo identitario. Un despojo que basa su escencia en la heterosexualidad y el colonialismo, que se han institucionalizado desde el genocidio, etnocidio y el exterminio de los “enemigos internos” por medio de la inoculación obligatoria de una identidad nacional, la concepción de las corporalidades como patologías-sacrílegas o la necesidad eugenésica de la patria.
Es decir, el nacionalismo guatemalteco surge como mecanismo para civilizar cuerpos para ser dignos de una nacionalidad y una ciudadanía desde la racialidad y la sexualidad. Existe, para el estado guatemalteco, una necesidad urgente de mantener discursivamente la idea de que hay a cuerpos para explotar: sea como servidumbre, como rostro mercantilizado para el turismo, como reducto del desprecio y sentencia moral o cuerpos a poner a disposición del debate moral-social-religioso para “entenderlos y asimilarlos” al ideal de una ciudadanía blanqueada y cisheterosexualizada.
Al nombrar estos “roles” asignados a ciertas corporalidades, es clara la necesidad bajo la cual el estado-nación guatemalteco necesita mantener, a través de la imposición, una idea heterosexual y colonial para seguirse legitimando, por ejemplo, a través de la institución del matrimonio heterosexual-ladinizado, puesto que a través del casamiento de un hombre y una mujer, permite el acceso a una serie de derechos por medio de la aspiración eugenésica, necesaria para la nación.
Dicho esto, finalizo este texto con una invitación a preguntarse, ¿qué cuerpos son dignos de habitar la ciudad y para la nación? Para su respuesta, propongo voltear la mirada a todas esas locas, maricas e indixs que han habitado todos los territorios y que han sido despojados de la vida misma. Partir de esa memoria permitiría conspirar el común y abrazar el goce y placer como parte constitutiva de las naciones y pueblos, disfrute que debió ser, debe ser y deberá ser para permitirnos visualizar un horizonte donde el nosotrxs se desligue y se constituya sin la patria guatemala.