Desde marzo de 2020, he querido encontrarme a propósito con textos, películas o contenidos que me hagan meditar acerca de la pandemia y cómo la hemos afrontado colectivamente. En medio de esta búsqueda, no tardé en encontrar listados en Google recomendando La peste, de Albert Camus. Emprendí entonces un viaje largo hacia una ciudad atrapada llamada Orán, que se encuentra atravesando una epidemia de peste bubónica.
La peste fue escrita en 1947, y es la segunda novela de este autor. Aunque Camus describe un paisaje sociológico y geográfico completamente único, las características que vemos en los conciudadanos de Orán trascienden hasta derribar la temporalidad: lo cierto es que leer La peste es reconocer nuestras formas de confinamiento y miedos en medio del covid-19.
Justo como los habitantes de Orán, empezamos esta nueva etapa desde la incredulidad o, al menos, con poca conciencia al respecto de lo que una pandemia significa para nuestras vidas. Al empezar a leer el libro, pude analizar con lentitud cómo fue que, en la vida real, el pánico siempre viene a apoderarse de nosotros después. El primer paso es el escepticismo. En el momento en el cual nos confinaron, quedamos de frente con nuestra intimidad.
La reflexión que entra a raíz del confinamiento es la del tiempo y la soledad, activos inherentes en un espacio tan cerrado como nuestro hogar. Creo que la mayoría de nosotras y nosotros no estábamos acostumbrados a pasar tanto tiempo a solas. Esto dio pauta a repensar nuestras decisiones y entornos. En mi caso, me cuestioné mucho acerca del por qué de muchas de mis acciones, el por qué de mis luchas y el por qué continuaba día a día con una rutina que a duras penas soportaba muchas veces.
Estar en soledad, cuando antes estuvimos acostumbrados a llenarnos de ruido y entretenimiento social cada viernes o sábado, era insoportable. A muchas otras personas, el hecho de aprender a convivir con familiares era algo completamente nuevo. El sentimiento de hartazgo y desesperación nos unía como una hermandad aforística. A su vez, Camus retrata el bombardeo de la peste en los medios como el único hecho noticioso que consumían los oranenses. ¿Suena familiar, no? En la novedad de la pandemia y a través del cansancio, había momentos en los cuales nuestra necesidad de leer acerca de otra cosa afloraba en nosotros, pero las noticias eran las mismas con el paso de los días.
Se puede decir que esta invasión brutal de la enfermedad tuvo como primer efecto el obligar a nuestros conciudadanos a obrar como si no tuvieran sentimientos individuales. (…) En realidad, fueron necesarios muchos días para que nos diésemos cuenta de que nos encontrábamos en una situación sin compromisos posibles y que las palabras ‹‹transigir››, ‹‹favor››, ‹‹excepción›› ya no tenían sentido.
Albert Camus, La Peste
Por otro lado, la discusión del tiempo es inevitable en un texto como el de Camus, así como en nuestro contexto. El tiempo, en nuestra realidad, parecía devorarnos sin prisa, acorralándonos con el famoso paradojismo de Ahora tengo tiempo, pero no tengo ánimo de hacer las cosas. Y es que era así. ¿Hace cuánto teníamos el deseo de tener tiempo para leer, ver películas, aprender un pasatiempo nuevo? Y ahora, frente a una sensación de tiempo detenido, ¿por qué muchos y muchas no lo hicimos?
Aunque hay muchas formas en las cuales La Peste nos cuenta nuestra propia historia, debo decir que el único acto de fe que no logro encontrar entre nuestras vivencias es la esperanza. En el libro, la peste termina y, con ella, el sufrimiento. Los oranenses celebran, se abrazan, y pareciera que despiertan después de varios meses. En contraparte, las y los guatemaltecos no tenemos de dónde esperar.