Periodista de la USAC. Escribo sobre la política guatemalteca, el gasto público y problemáticas sociales. Me gusta investigar, aprender y explicar temas (casi tanto como la cultura pop). Creo en el conocimiento como la base de los grandes cambios.
La historia de Kevin y Miqueas es la de cientos de niñas, niños y adolescentes del municipio fronterizo de Malacatán, en San Marcos, Guatemala. Inevitablemente parecen decididos a seguir el camino de su padre, un hombre que a los 24 años desapareció en Estados Unidos. En la migración ven su futuro lejos de la pandemia, de la falta de empleo, de la vida precaria en que nacieron.
En el caserío 5 de Mayo los días son más cortos que hace dos meses. Un conflicto entre las comunidades y la empresa eléctrica dejó sin suministro de energía a docenas de aldeas de Malacatán y otros municipios en San Marcos.
La migración de Laura y su hermano inició hace 13 años. Querían ir a Estados Unidos para enviar dinero a su familia, como muchas personas en Guatemala. Pero no lo lograron. Como ella, al menos 817 migrantes guatemaltecos desaparecieron entre 2010 y marzo de 2023. La misma Cancillería del país reconoce que hay más, que ese número -que surge de los reportes de desaparecidos ante su oficina- es un subregistro. El problema de los datos también ocurre en México: allí, la única certeza es que no saben cuántos migrantes desaparecidos tienen. Según la Organización Internacional de las Migraciones la ruta hacia Estados Unidos es la tercera ruta más peligrosa del mundo. Sólo en una morgue de un condado de Estados Unidos hay más de 300 personas sin identificar, sus huesos y pertenencias están en cajas de cartón dentro de un trailer anodino en un estacionamiento.
Dos enormes palos de mango hacen sombra en el patio lodoso de la casa de Jasmin Tomás. Esta es, quizá, la mejor temporada porque los frutos recién alcanzaron su punto de madurez y caen por sí solos aunque algunos se funden en el lodo antes de ser devorados por Jasmin y su familia.