¿Cómo lidiar con el dictador más popular del mundo?

Año 2013. El entonces recién reelecto presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, visita a su homólogo chino, Xi Jinping. Este último también recientemente electo Secretario del partido comunista hacía apenas un par de meses. La posición del mandatario Chino no estaba ni mucho menos consolidada. Para tragedia de la imagen personal y política de Xi lo más recordado de esa visita fue un meme.
Bukele durante una publientrevista con el influencer, Luisito Comunica.

En él se contraponía una foto del popular personaje infantil de caricaturas Winnie the Pooh y su amigo Tiger con una instantánea de ambos mandatarios resaltando sus parecidos. Desde entonces, la figura de Winnie the Pooh, prohibida terminantemente en China, ha sido usada por los activistas críticos del partido comunista como herramienta para ridiculizar al mandatario. El título original de esta columna (“¿Saludamos a Cepillín?), pretende cumplir el mismo propósito. Es pues una crítica a la aparente seriedad y pantomima democrática en la que se ha convertido la más reciente dictadura en América Latina, El Salvador de Nayib Bukele y una pregunta: ¿cómo respondemos a ella?

A pesar de la avalancha de irregularidades electorales, la victoria de Bukele parece dar el contundente espaldarazo de un 80% a una candidatura claramente fuera de la ley. El régimen deplorado por sus formas pero aplaudido por sus aparentes resultados. Esto presenta un dilema para todos los gobiernos centroamericanos. 

Enarbolar la bandera de la democracia suena mucho a eslogan vacío en una región aún fuertemente aquejada por el subdesarrollo, la violencia, la corrupción y la pobreza. Incluso demócratas de hueso colorado han tenido que hacer de tripas corazón con tal de no despertar la ira de un bukelismo que los podría desbancar y con el que inevitablemente tendrán que convivir. Ello deja a la patria centroamericana, pues todos somos hijos de una misma madre, en una situación similar a la de la Unión Europea con Hungría. Somos vecinos de  una pequeña satrapía con poder de veto y cercana a un país enemigo.

Denunciar la ilegitimidad del régimen salvadoreño es correcto pero no conveniente. Como ya he dicho otras veces en este espacio, en política se puede traicionar cualquier cosa menos la propia conveniencia. Es responsabilidad de los gobiernos centroamericanos ofrecer un modelo alternativo y funcional que pueda restituir la dignidad al título de ciudadano centroamericano. 

Para que un modelo alternativo ofrezca resultado debe saber establecer prioridades. El éxito de la dictadura salvadoreña fue haber prometido una cosa y por cualquier medio haberla cumplido. Del éxito de Bukele, las democracias de nuestras latitudes pueden extraer una importante lección de un ya difunto gran diplomático norteamericano: sus medios obligan a los estadistas de sociedades menos favorecidas a buscar metas menos ambiciosas que sus esperanzas.

La máxima anterior dicta a los gobiernos centroamericanos un imperativo categórico: buscar resultados lo más rápido posible manteniendo las formas lo más que se pueda. Un equilibrio dificil pues esto implica negociaciones y concesiones. Esto a grupos parlamentarios, de comunidad internacional y de sociedad civil con tal de conservar la gobernabilidad de los distintos espacios institucionales. Ello conlleva por supuesto un costo moral y político. Se cambia purismo por pragmatismo y utopía por realidad. No obstante, este costo no es mayor, tanto en términos de propia conveniencia como de responsabilidad histórica, que el de no hacer nada.

Un logro que costó sangre, sudor y lágrimas se desvanece entre los cantos de sirena del patológico “hombre fuerte” latinoamericano. Hacer lo que sea necesario para que el electorado constate resultados en democracia, es la única manera de salvaguardar el modelo democrático, aun teniendo que taparse la nariz. De lo contrario, nos enfrentaremos al implacable juicio de una diosa de la historia cuyas consecuencias pagaremos, una vez más, en carne propia. 

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  1. Tú sí eres ignorante y eso que decís ser periodista, no puede haber inconstitucionalidad si la ley fue aprobada, ojalá tuviésemos esa clase de dictadura en Guatemala, que vela por el bienestar de los ciudadanos y no sólo un presidente que se preocupa por hacer bien a su familia o amigos, o favores políticos. Dictadura? Yo diría hombría y hu…para poner a los Yankees en su lugar quiénes junto con los ricos tienen sumergida a Latinoamérica en la miseria, corrupción con sus “derechos humanos”.

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