La casa de Marlen González es grande, con muchas plantas y varios cuartos. El lugar lo es todo para ella porque sus tres hijos y dos hijas ya tienen sus propios hogares. Cuidar la casa por sí sola no es una tarea fácil, pero ella está acostumbrada a hacerlo, sin cobrar un sueldo, desde que tenía 20 años.
Era 1982, en el centro de Chiquimula —a 180 kilómetros del departamento de Guatemala—, cuando decidió ser madre. Ese año tuvo a su primer hijo, a quien cuidaba mientras su esposo trabajaba arreglando electrodomésticos.
Su trabajo no solo implicaba cuidar al bebé, sino limpiar la casa, lavar y planchar la ropa y cocinar los tres tiempos de comida. Todos los días. “Tenía que dividirme para atender al bebé. Es un trabajo donde no hay horario, no hay hora de salida y sobre todo, no hay un sueldo. Es muy agotador, pero es muy bonito”, dice.
Cuatro años y medio después —y con un segundo hijo— Marlen y su esposo se mudaron a Villa Canales, Guatemala. Allí tuvieron otro hijo y dos hijas.
Las rutinas diarias eran parecidas. Despertaba a las 5 de la mañana, preparaba el desayuno y revisaba que todos estuvieran listos para ir a la escuela. Estudiaban en distintos lugares y a todos los iba a dejar a pie.
De camino a casa pasaba al mercado, para luego cocinar el almuerzo, recoger a los niños y encontrar espacios en el día y la noche para el aseo y a veces coser.
Lo que recuerda con certeza es que se iba a dormir casi todos los días entre las 11:30 de la noche y las 12. Eran jornadas de al menos 18 horas de trabajo diarias. Es decir, casi dos turnos laborales en un mismo día.
El multiempleo sin sueldo y seguridad social
En Guatemala, muchas personas dedican años de trabajo para aspirar a tener una jubilación al cumplir los 60 años. Es un beneficio del Instituto Guatemalteco de Seguridad Social (IGSS) que le permite a las personas recibir una pensión mensual al retirarse del trabajo.
Marlen no tiene esa posibilidad.
En el IGSS existe un programa para las trabajadoras de casa particular, pero para aplicar es necesario demostrar que existe un pago por el trabajo. Marlen nunca ha cobrado por ser ama de casa y por eso tampoco puede optar por esa alternativa.
“Deberíamos de tener algún tipo de beneficio, por ejemplo el IGSS. En las casas de repente puede haber un accidente y no podemos decir ‘ay tengo este dinero para ir al doctor’”, dice.
Esa es solo la punta del Iceberg. Natalia Marsicovetere, gerente de Justicia de Género en Oxfam Centroamérica, explica que en muchos casos no percibir un ingreso económico puede posicionar a las amas de casa en una situación vulnerable con sus parejas.
“Las amas de casa se vuelven dependientes de las personas que son proveedoras económicas del hogar. Usualmente son sus parejas. Eso suele ser un factor fuerte en la violencia de género y violencia intrafamiliar”, detalla.
Por otro lado, las largas horas invertidas en el cuidado del hogar y la familia dificultan que las amas de casa puedan ejercer derechos tan básicos como el ocio y la educación, así como dedicar tiempo para cuidarse a ellas mismas.
“Bajo estos roles se pierde bastante el derecho del cuidado personal, pues se prioriza el cuidado colectivo. Las metas profesionales e individuales muchas veces son sacrificadas por hacer cuidados. Además, si estas mujeres están cuidando a los demás, ¿quiénes las van a cuidar a ellas?”, resalta.
Ser ama de casa como decisión, no como limitante
A sus 61 años Marlen ve en retrospectiva a sus días como ama de casa y asegura que, a pesar de nunca haber recibido un salario, todo valió la pena.
Eso lo dice porque sus hijas fueron las primeras en la familia en tener un título universitario y trabajar fuera del hogar, y también porque ser ama de casa no le impidió profesionalizarse en su pasión, la costura.
Una máquina de coser ha acompañado a Marlen durante cada etapa de su vida. Cuando era una niña en Chiquimula y ayudaba a su madre; cuando viajó en con sus primeros dos hijos y su esposo hacia Villa Canales, y ahora que vive sola en una casa más céntrica.
“De niña, yo quería ser confeccionadora de trajes. Cuando tuve a mi quinta hija y mis otros hijos ya estaban más grandes, entré a una academia de costura y me gradué de modista. A nuestra edad todavía tenemos el deseo de cumplir con nuestros sueños de juventud, que por dedicarnos a nuestro hogar y familia, los dejamos en suspenso. Podemos cumplirlos todavía. No por ser amas de casa hay que sentirnos opacadas”, afirma Marlen.
El motor oculto de la economía
“Nosotras estamos llevando a los niños que serán el futuro del país y por eso necesitamos el apoyo moral, económico y físico”, considera Marlen. Sin embargo, la contribución de las amas de casa en la sociedad va mucho más allá.
Tanto Oxfam como otras instancias internacionales describen al cuidado del hogar y la familia como el motor oculto de la economía de un país. “Al final no existirían los trabajadores que sostienen la economía, si detrás de ellos no hubiera personas ejerciendo el cuidado”, agrega Natalia Marsicovetere.
Las horas invertidas en el cuidado del hogar y la familia son tantas que, según estimaciones de la Comisión Económica para América Latina (Cepal), si fuera un trabajo remunerado equivaldría al 19% del Producto Interno Bruto de Guatemala.
Desde la perspectiva de Natalia Marsicovetere, no se trata de percibir el trabajo de ama de casa como una tarea indeseable asignada a las mujeres, sino como una actividad digna que pueden escoger tanto los hombres como las mujeres.
La experta resalta que, a pesar de que es un asunto muchas veces considerado como privado, responde a la manera en que como sociedad creemos que debería ser asignado el cuidado del hogar. En ese sentido, dignificar el trabajo del cuidado debe ser abordado en políticas públicas y fiscales. La clave para ello es la voluntad política.
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