Cada 15 de noviembre, Guatemala conmemora el Día Nacional del Adulto Mayor, una fecha que nos invita a reconocer las contribuciones de las personas mayores a la sociedad, pensar en nuestro futuro y la forma de vida de las personas mayores de la ciudad nos conmovió en el I25A y nos confrontó con preguntas incómodas: ¿Qué tipo de ciudad estamos construyendo para quienes envejecen? ¿Qué dice sobre nosotros como sociedad la forma en que tratamos a las personas mayores? Y, sobre todo, ¿cómo queremos vivir cuando seamos nosotras las que seamos mayores, cómo vamos a movernos, dónde vamos a vivir, en qué condiciones?
Cuando pensamos en nuestro futuro, solemos preocuparnos por cómo nos mantendremos sin seguro social, sin propiedades, o cómo vamos a sostener la vida si ya no vamos a seguir perteneciendo a la fuerza laboral. ¿Y si nos vamos a lo más cotidiano? Por ejemplo, cómo vamos a salir a la calle, hacer un trámite, visitar a una amistad, existir en el espacio público en el que hay que caminar o transitar la ciudad en el transporte público.
Existe una tendencia a tratar el envejecimiento como un asunto privado, individual y familiar, esta despolitización nos impide reconocer que las condiciones en las que las personas mayores viven su cotidianidad son producto de decisiones colectivas sobre cómo organizamos nuestro territorio urbano y nuestra vida en común. Basta con caminar por las calles de la ciudad de Guatemala para constatar esta realidad: Las aceras invadidas por el comercio informal, destruidas o simplemente inexistentes; la ausencia de espacios públicos accesibles; el transporte público precario que convierte cada desplazamiento en una odisea; las largas filas bajo el sol en hospitales y oficinas gubernamentales; la escasez de espacios verdes donde poder simplemente sentarse a descansar. Todos estos obstáculos nos afectan a todas, pero se vuelven especialmente violentos para las personas mayores.
Esta violencia cotidiana no es visible de la misma manera que otras formas de violencia, pero está en cada persona mayor que renuncia a salir de su casa porque el transporte es inaccesible, en cada abuelo que no puede visitar un parque porque no hay dónde sentarse, en cada abuela que evita hacer trámites porque sabe que implicarán horas de pie bajo el sol, expuesta, vulnerable.
Tal vez por eso nuestros mayores insisten en que “antes era mejor”, porque recuerdan una ciudad que todavía no los había expulsado de sus espacios, reconocer que lo cotidiano es político significa entender que estos “pequeños” inconvenientes son el resultado de prioridades en las decisiones políticas que han consentido el automóvil privado sobre el peatón, la invasión inmobiliaria sobre los espacios públicos y el consumo económico sobre la dignidad humana.
Según datos del Instituto Nacional de Estadística, más del 40% de la población adulta mayor no cuenta con ningún tipo de pensión o jubilación, muchos deben seguir trabajando en la economía informal y/o en condiciones precarias. Una ciudad verdaderamente habitable para las personas mayores sería también más habitable para todas: Aceras amplias y en buen estado, transporte público accesible y digno, espacios de encuentro intergeneracional: todo esto nos beneficia a todas. Para lograr estas transformaciones necesitamos cambiar nuestra comprensión del envejecimiento, las personas mayores merecen ser vistas como ciudadanas con derecho a participar activamente en las decisiones sobre la ciudad que habitan. Su experiencia acumulada, su memoria de lo que hemos perdido y sus necesidades específicas son vitales para construir territorios más justos.
Cuando nuestras abuelas nos dicen “pórtese bien, mijita”, no solo nos están transmitiendo normas de comportamiento del pasado, también nos están recordando que somos parte de una cadena de cuidado mutuo, que la forma en que nos tratamos entre generaciones dice mucho sobre qué tipo de sociedad queremos ser. Y tal vez deberíamos devolverles ese cuidado exigiendo una ciudad que las trate con la misma dignidad que ellas nos ofrecen a nosotras.
El Día Nacional del Adulto Mayor es una oportunidad para cuestionar el modelo de ciudad que hemos normalizado, una oportunidad para preguntarnos por qué hemos aceptado como inevitable que envejecer en la ciudad de Guatemala signifique progresivamente perder la autonomía, el acceso al espacio público y la capacidad de movimiento. Una oportunidad para reconocer que el bienestar físico, mental y moral de nuestros mayores no puede garantizarse sin transformaciones profundas en cómo organizamos la vida urbana.
Una sociedad que relega a sus personas mayores a la invisibilidad y la marginalidad espacial es una sociedad que ha renunciado a su propia memoria y a la posibilidad de un futuro más humano. Tú ¿ya pensaste cómo querés que sea tu vejez?