Ya votamos, ¿qué sigue?

Tuvimos novedades electorales. Se contaron los votos, se hizo la “fiesta democrática” de cada cuatro años, y sabemos quiénes van a segunda vuelta. Cuando empecé a escribir esta columna no tenía claridad sobre las noticias con las que íbamos a amanecer. Lo que sí tenía claro es que en el ambiente se iba a respirar un “¿y ahora?”.
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Creo importante mencionar que, a pesar que en nuestra vida cotidiana lo político puede verse como algo lejano, reservado para aquellos encargados de formular leyes y ser elegidos mediante votos, debemos reconocer que votar es sólo una de las varias formas que existen de hacer política o ejercer nuestra democracia.

La realidad es que todas las personas hacemos política todos los días, porque va más allá de buscar un cargo público de manera electoral; es también hablar de nuestros intereses y problemas, escuchar al vecino mientras cuenta cómo los resolvió o lo que le apasiona. Cada elección que hacemos, las conversaciones que tenemos, los valores que defendemos y las causas que apoyamos tienen implicaciones políticas que dan forma a nuestra sociedad.

Cuando decimos que lo cotidiano es político, nos referimos a que la política ―al igual que la esperanza― es una relación social, porque no podemos hacerla en soledad; la política y la esperanza surgen en el encuentro, en lo común. Muchas veces, el neoliberalismo y nuestra cultura de consumo nos lleva a pensar desde lo individual. El famoso “sálvese quien pueda” está instalado en nuestro imaginario como la norma, cuando la realidad es que solo podremos hacer transformaciones si nos atrevemos a abrazar el poder de la organización.

Y organizarnos no requiere maquinarias y estructuras enormes, tampoco requiere tenerlo todo claro. Lo que requiere es voluntad, cariño y paciencia para encontrarnos, escucharnos, conocernos y reconocernos. Es aquí donde la trillada frase de “la unión hace la fuerza” tiene sentido, porque organizarnos amplifica nuestras voces y le da fuerza a nuestra capacidad de buscar una vida mejor.

Parecen tiempos oscuros, pero nos tenemos, y en la tempestad en la que estamos no podemos darnos el lujo de ser solamente observadores con la esperanza de que alguien más solucione los problemas que enfrentamos. Organizarnos no siempre tiene que ser escandaloso, puede ser platicando con los vecinos y vecinas, llevando las conversaciones incómodas a la mesa, hablar de lo que nos duele con las personas que queremos, abrirnos a la posibilidad de encontrarnos para atender nuestras heridas en colectividad.

Queda, por ahora, usar nuestra terquedad para formarnos, porque es un acto profundamente político usar nuestro tiempo libre para instruirnos y cuestionar si el sistema en el que vivimos tiene sentido. Se vale divagar, se vale llorar y se vale pedir ayuda. Lo que no se vale es quedarnos de brazos cruzados pensando que “quede quien quede” lo que nos toca es seguir trabajando para salir adelante, porque eso es lo que los de siempre esperan de nosotros, una masa de consumidores que no critica, no cuestiona y todo aguanta.

Con las noticias tan inesperadas de la segunda vuelta, me veo obligada a hablar desde la esperanza, porque todos los sueños empiezan en la imaginación y en la palabra, esta es una invitación a atrevernos a pensar en maneras más dignas de vivir, habitar y transitar este país y esta ciudad, porque lo que nos da la organización política (electoral y no electoral) es la esperanza de un posible mañana mejor, hoy también nos invitó a abrazar esa pequeña grieta que se cuela entre tanta oscuridad y a usar la fuerza que tenemos para unir nuestras voces y hacer resonancia. Porque mientras estemos resignificando la política, ahí no nos pueden quitar nuestra esperanza.

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