Me gustaría despejar aquello que conocemos como lo “menos peor”, lo cual puede considerarse una práctica política irreflexiva. Ya hemos visto lo que ha representado votar por lo “menos peor” durante dos periodos electorales seguidos. Sin embargo, es necesario fisurar esta narrativa y hacer públicas las trampas que se esconden detrás de esta. La idea de votar “por lo menos peor” presupone que las opciones presentadas son específicamente malas.
Esto nos advierte de algo que debemos enfrentar tarde o temprano, preguntarnos sobre la calidad del sistema político vigente y el proceso de selección de las y los candidatos, sobre todo si hablamos de la capacidad y el trabajo ético político del Tribunal Supremo Electoral. Así como las condiciones de participación, tanto en términos de pluralidad de participación como en el financiamiento de los partidos políticos.
Si la sociedad guatemalteca se ve obligada a elegir entre opciones inadecuadas, se plantea la cuestión de si el sistema político realmente representa y sirve a los intereses de todas las poblaciones en el país. Por otro lado, podemos encontrar que, al votar por el “menos peor”, estaríamos perpetuando el statu quo y manteniendo al sistema político “disfuncional”. Entrecomillo lo anterior porque es claro que el sistema político actual y el Estado sí que funcionan para el mercado y para el conjunto de empresarios, narcotraficantes y grupos de poder que han visto en las elecciones una actualización del software político que les permite seguir robando y acumulando dinero a costa del trabajo y vida de millones de personas.
Además, si las personas votantes se conforman con opciones mediocres e insatisfactorias, se envía inmediatamente el mensaje de que no se requiere un cambio real o significativo. Esto puede desalentar la aparición de nuevas alternativas políticas y continuar con el declive político que la derecha ha organizado para estas y futuras elecciones.
Es también necesario denunciar el menosprecio a otras alternativas políticas, ya que al centrarse en elegir lo menos peor, se corre el riesgo de pasar por alto candidatos y candidatas que, a pesar de continuar con el reformismo estatal, podrían ofrecer soluciones o medidas más innovadoras y efectivas para los problemas que atravesamos como sociedad.
Al votar por la candidata o el candidato menos peor, se pueden estar descartando opciones que podrían significar un cambio real o, en última instancia, posibles mejoras para el sistema político vigente.
Antes de finalizar, es importante hacer una denuncia pública de la falta de responsabilidad política que se fragua a lo interno del voto popular, ya que, si las personas votantes se resignan a elegir lo menos peor, puede disminuir su capacidad para responsabilizar a las y los políticos por sus acciones. Al no exigir opciones de calidad, se envía el mensaje de que los políticos no tienen que esforzarse por ganar el apoyo de las y los votantes con propuestas sólidas, radicales y profundas.
Por último, es necesario hablar sobre el electoralismo, entendido como la búsqueda de votos y del poder a través de procesos electorales sin prestar atención en la construcción de movimientos sociales y políticas públicas coherentes con un proyecto político de largo alcance. Es una estrategia utilitarista con las personas, que nos ha arrojado hacia la cínica trampa de constituirnos como sujetos y sujetas pasivas en la política.
Es claro que la forma electoralista con la cual nos venden la idea de política es una que nos insinúa que esta es “demasiado compleja” como para que la hagamos nosotros y nosotras mismas. Sin embargo, la política la encontramos en lo cotidiano, en todas aquellas prácticas en las que depositamos el sentido de nuestras vidas. El llamado a la acción es ejercer el poder desde todas aquellas formas en las que lo podamos ejercer, teniendo una ética política que nos vincule entre todas y todos y que nos augure un futuro múltiple digno, pero sobre todo en donde la política sea de nosotras y para nosotras.