Tímida pero sonriente. El color negro predomina en su vestuario con un contraste sutil de un pañuelo floreado. Botas altas, lápiz labial rojo y unos lentes grandes complementan su estilo. Ella es Madame Bite o María Alejandra Mollinedo para quienes la conocen fuera de las tornamesas.
La música siempre la acompañó. Cuando tenía 13 años era Selena o Luis Miguel y aún recuerda que, aprovechando la soledad, ponía su ropa de cierta manera para que se viera un poco más femenina y así cantar a todo pulmón las canciones que escuchaba su mamá.
Sus padres eran bastante estrictos, al punto que su madre constantemente revisaba sus cosas esperando encontrar cigarros o drogas. Pero lo que terminaba hallando era delineadores o aretes de flores que rápidamente eran confiscados.
La niñez no suele ser una etapa fácil cuando no se encuentra comprensión en la familia. Por eso para María Alejandra es importante nombrar a Diego, su dead name (nombre civil que recibieron las personas trans al nacer), como parte de su historia.
“Diego era la persona que protegió a María Alejandra porque para su familia, María Alejandra, era una persona que no existía o que si existía creían que era una etapa o una fase”.
La transición no fue sencilla. Con el tiempo ella y su familia se fueron distanciando y después de una estancia de varios meses en Estados Unidos, sus padres por fin conocieron quién era su hija. En la organización “Otrans Reinas de la Noche”, encontró el apoyo que necesitaba.
“Fue un proceso en el que me puse a meditar, yo sé que no nací en el cuerpo de una mujer pero eventualmente me sentía así y no quiero que sea solo a veces”, recuerda.
María Alejandra se ha ido construyendo como una mujer artista, hizo grafiti un tiempo y de vez en cuando aún hace skate. Ahora, se mueve sobre el drum and bass y el house, y quiere profesionalizarse aún más en la música y ser productora y promotora de la escena electrónica en Guatemala.
Al día de hoy, solo a sus padres les perdona por no usar sus pronombres como son. A las demás personas les aborda de frente porque los prejuicios deben enfrentarse en el momento y en todos los espacios.
Reconocerse públicamente como mujer trans en Guatemala es desafiar la violencia transfóbica que existe en el país y que se manifiesta no solo en la violencia física sino en la estigmatización o la negación de servicios de salud.
En 1997, el asesinato de María Conchita Alonso, una activista de 23 años, impactó a la comunidad LGTBIQ y provocó la primera marcha gay en el país. La memoria de María Conchita existe en mujeres como Madame Bite que entre el negro de su vestimenta muestra también con orgullo los colores de la bandera del orgullo trans: el celeste rosado y blanco.
“Si me hubiera tocado morirme ya me hubiese muerto en un montón de circunstancias. Qué mejor que quedarse aquí en un mundo que es medio feo y medio raro, pero haciendo algo que te gusta y algo que te llena”, concluye.