Es tarde en un café de la Ciudad de Guatemala. En medio del caos urbano está Garbo. Es sarcasmo y ternura, seriedad y autenticidad. Tiene 23 años y se identifica como persona no binaria.
Viste pantalones cortos y una playera, ambos negros. Arriba trae una camisa oversize de color beige y blanco que combina perfectamente con su pelo crespo, teñido de dorado, y con sus lentes. Sus manos están adornadas con varios juegos de anillos que combinan entre sí y complementan las uñas largas, pintadas de corinto.
Cada una de sus prendas y accesorios se complementan en Garbo. Ni masculino, ni femenino, tal vez ambos o algo entremedio. Las personas no binarias están más allá de los moldes tradicionales de la identidad.
“La identidad es algo tan pesado en uno que yo puedo estar vestido con ropa socialmente reconocida como hombre sin una gota de maquillaje, sin uñas, sin accesorios y sigo siendo una persona no binaria, tenga o no lenguaje para nombrarme así en ese momento”, dice Garbo.
Sus reflexiones tienen un aire de poesía. Es el resultado de sus estudios universitarios de literatura y de una constante reflexión sobre su persona.
“Yo creo que el existir en Guatemala es muy complejo y desgastante. El hecho de ser una persona no binaria invita mucho a la autorreflexión porque uno recibe muchos cuestionamientos, incluso propios, de por qué me identifico así y me presentó así. Uno es más allá de sus gónadas reproductoras”, dice.
Garbo no se detiene a hablar de cada experiencia vivida. Han sido tantas. El camino a identificarse como una persona no binaria en un país conservador ha sido un proceso que le ha dejado marcas y más que alguna cicatriz emocional.
Little Petshop y el beso frente a papá
Garbo hace un esfuerzo por recordar a una persona adulta que no le haya hecho a un lado en su infancia. No recuerda a nadie, ni entre las y los maestros del colegio donde estudiaba. Nadie parecía entenderle o por lo menos intentarlo. Mientras tanto Garbo luchaba por sobreponerse al bullying.
Para Garbo, su infancia fue como una especie de performance. Se vestía y actuaba para cumplir las expectativas de las personas adultas y para protegerse de la discriminación entre clases.
Un día en tercero primaria, cuando tenía 9 años, encontró a un grupo de niñas que jugaban con My Little Petshop. Recuerda que fueron estos animalitos de cabeza grande los que le llevaron a conocer a las primeras personas que le quisieron tal cual era.
“Las amigas salvan vidas. Había una niña que llevaba su colección o granja de My Little Petshop y me invitaba a jugar. Ya no sentía esa misma tensión en el pecho de que a cualquier ratito tenía que tener un pie más afuera que adentro porque tenía que salir corriendo”, dice.
Aunque el acoso no desapareció por completo (como una vez que alguien le tiró un grasoso hueso de pollo por estar jugando con las niñas), aquel fue su primer círculo seguro en el que pudo crecer. Poco a poco pudo alejarse del performance que no le permitía pintarse las uñas o maquillarse, como hacían sus amigas.
Se nota cierta sorpresa en la voz de Garbo mientras comenta cómo sus papás nunca le dieron la espalda.
El día de su graduación, a sus 18 años y con el efecto del alcohol en su sangre, besó a quien era su novio sin percatarse que su papá estaba unos metros atrás.
Aquel momento hizo que la familia tuviera una conversación. No hubo rechazo ni regaño. A pesar de sus fuertes creencias religiosas, la mamá y el papá de Garbo le aceptan cómo es.
“Siento que al final de cuentas a mis papás el quererme significó, inherentemente, rearticular su relación con Dios porque venían de un contexto en el que no solo se condenaba sino que proactivamente se violentaba a las personas”, dice.
En aquel momento Garbo se reconocía como gay pero aún estaba en proceso de definirse y aún no había descubierto el no binarismo.
Una banderita de la identidad
“Un chirmol de ideas”, así describe Garbo lo que surgió cuando encontró las palabras que atinaron a describir cómo sentía su identidad.
Ocurrió en el club de Género, Equidad y Diversidad en la Universidad del Valle. “Leyendo los textos me topé con el término, me llamó muchísimo la atención porque nunca lo había escuchado y me puse a investigar. Fue bien asombroso lo que encontré”, explica.
A través de la literatura, la poesía y el arte comenzó a entender en qué consiste el no binarismo. Definirlo no es fácil, cada persona expresa de forma diferente su sentir.
Al saber qué no tenía que encajar con un concepto específico, Garbo empezó a vivir plenamente su identidad. A vestirse de la forma que quería y a desafiar las expectativas sociales sobre lo masculino o femenino.
“Mi existencia también merece la pena ser contada o por lo menos registrada, aunque solo sea para mi. Tu caminito en el mundo también es una historia y también te merecés darte el chance de explorar quién sos y desde dónde te construís”, detalla.
Por eso Garbo escribe poesía. Es una manera de contarse en segunda persona, de documentar la vida propia a través del arte. Este crecimiento personal también le inspiró a basar su tesis de licenciatura en una revisión crítica de obras literarias y analizar personajes desde una mirada diversa.
“Soy una persona alegre disfrazada de persona triste. Por mucho tiempo me obligué a creer que la tragedia era la única forma de poder existir, pero me estoy dando cuenta que tengo un chorro de amor que darle al mundo”, reflexiona con una sonrisa.
Garbo es mucho más que los términos que restringen y limitan a las identidades. Aprendió a vivir su identidad, a fluir con ella y ser fiel a su propio sentir.