Magadalena o Danny. Su nombre es igual de fluido que su expresión de género. Responde a cualquiera de los dos nombres y no tiene problema si lo identifican como hombre o como mujer, aunque reconoce que es Magdalena quien domina sus días.
Viene de una familia de maestros y se crió con sus dos abuelas. Si fuera por experiencias, cree que quizás ha vivido más que los años transcurridos en su vida. Le gusta el baile, la enseñanza, el teatro y las matemáticas.
Para hablar de matemáticas saca una lonchera de Burger King que adornó con brillantinas. Tal vez no sea un objeto que le representa, pero sí es algo que le ha acompañado por casi la mitad de su vida.
Le gustaba tanto esta materia de números y lógica que participó en varios concursos interescolares en donde ganó los primeros lugares. Esa lonchera fue uno de los primeros premios que ganó cuando era niño y después se convirtió en una cosmetiquera cuando, contrario a los deseos de su padre que quería que estudiara ingeniería, empezó a estudiar teatro en la Universidad Popular.
No fue fácil. Salió del closet como una persona bisexual a los 15 años pero repasando su pasado, cree que sus padres siempre lo supieron:
“Cuando tenía cinco años mis papás me llevaron al psicólogo porque tenían miedo que fuera gay. Yo no me recuerdo mucho pero sí tengo presente que alguien cercano a la familia siempre me llegaba a ver. Resulta que era mi psicóloga”. Hoy recuerda el episodio con empatía hacia sus padres. Creció en un hogar amoroso y sabe que aquella intervención no fue malintencionada aunque estaba guiada por los prejuicios que su familia debió romper.
Al escenario
“Me decían flor, florecita o rabiosa porque me gustaba bailar mucho. Me hicieron bullying porque bailaba y ahora me conocen por eso”, comenta Magdalena al recordar su paso por el colegio.
Aunque por un tiempo se reprimió por temor a las burlas, con el paso del tiempo encontró en el baile una forma de reafirmarse. En 2018 hizo drag por primera vez en sus clases de teatro. Un año después decidió bautizarse como Magdalena y adoptarlo como nombre artístico y como su segundo nombre.
Lo eligió, tanto por la mujer bíblica que era atacada por ser prostituta como por ser el nombre de uno de los pasteles que más le encantan.
El baile y el drag son su plataforma para demostrar que no necesita caber en los cajones que la sociedad impone.
Es por eso que ahora se presenta como una persona de género fluido y aunque las etiquetas son importantes para nombrarse en un mundo de diversidad, para Magdalena su sueño es no tener que explicar quién es o qué le gusta.
Hay muchas cosas que Magdalena quiere hacer en su vida, escribir es una de ellas también quisiera ser una persona mucho más espiritual aunque sabe que en las iglesias por ahora dominan los prejuicios.
Salir del closet fue uno de los primeros miedos que enfrentó y aún tiene otro pendiente: caminar con tranquilidad por la calle, con la ropa que le gusta usar, sin temer a la violencia que nace de los prejuicios.