“Me gustaría que mis estudiantes no se sientan solos, que tengan a una persona que no les vaya a juzgar y que les acepte tal cual son. Ser esa figura de confianza que creo que es lo que necesitan todas las adolescencias”, dice Tony.
Al escucharlo hablar dan ganas de regresar a las aulas de básicos y recibir clases con él. Habla con propiedad y seriedad, sin perder la sencillez y la gran sonrisa que hace que sus ojos se entrecierren. Habla con la madurez y las experiencias que habitan el cuerpo de un joven diverso de 22 años.
Tony es maestro de Historia y Ciencias Sociales. Desde hace dos años trabaja en un colegio en la colonia Paraíso I, en la zona 18 capitalina. De su propia historia nace un compromiso que sobresale de las aulas al decidir acompañar a sus estudiantes en una sociedad que aún juzga y limita a las juventudes.
“Como personas queer a veces tenemos una adolescencia tardía porque no se nos permitió expresarnos y ser nosotros en la adolescencia”, afirma.
Eso es lo que quiere cambiar y lo que le convierte en un maestro atípico.
El hijo único
Tony se identifica como una persona queer y pansexual, es decir que se siente atraído sexual y emocionalmente por las personas independientemente de su género.
Creció con su mamá y sus abuelos en un hogar conservador, devoto a los Testigos de Jehová.
Como hijo y nieto único, las miradas siempre estuvieron sobre él para que cumpliera con el paradigma de ser buen niño. Desde antes de llegar a la adolescencia, su familia sabía que no era como los demás. Tenía 13 años cuando su abuelo, un zapatero religioso, lo comenzó a interrogar.
“Mi familia, durante toda mi adolescencia vio mi identidad como mi debilidad, como el pecado interno que cargaba conmigo y que debía aprender a controlar”, recuerda Tony.
No lo dejaron estudiar costura cuando llegó al diversificado y se graduó de Perito Contador. Uno de sus primeros trabajos fue ser auxiliar contable en una tienda de vinos de la zona 10 y luego empezó a vender perfumes.
Pero ser alguien que no era y hacer lo que no le gustaba pronto empezó a caer por su propio peso. Un día, a sus 19 años, redactó una carta a su mamá.
El pokemón azul
Para hablar de ese día, Tony saca de su mochila un muñeco de peluche de color azul y ojos amarillos. Es un pokemón y su nombre es Croagunk. Parece inofensivo, pero el poder de este pokemón no es el veneno que guarda en sus cachetes sino el haber mantenido con vida a Tony cuando decidió huir de su casa.
“En el 2020, toda la situación religiosa de mi familia y de no saber qué hacer con mi vida, me llevó a un proceso de depresión muy profundo y redacté una carta de suicidio, se la dejé a mi mamá y antes de decidir hacerlo me fui de casa”, cuenta.
En la carta describió por primera vez a su mamá cómo se sentía, quién era y que si no lo aceptaba él no quería vivir.
Tenía las pastillas listas. Se fue a Jutiapa donde lo recibió su mejor amigo que también es fanático de Pokemón..
“Todas las noches dormía con él, lo abrazaba. Siempre lo cargo como una insignia que me recuerda que soy sobreviviente por no haberme suicidado. Representa mucho”, afirma.
Durante una semana y media, fue su cómplice mientras agarró el valor de regresar a su casa.
En su camino ha conocido a más juventudes diversas y en el intercambio pudo forjar su identidad. Un proceso de construcción y deconstrucción que se traspola con su identificación como mestizo k’iche’.
Sus abuelos migraron de Quetzaltenango después del terremoto de 1976, cuando su mamá era bebé. Abandonaron su territorio para sobrevivir y para adaptarse al espacio capitalino, y reducir la discriminación, dejaron atrás su idioma, el k’iche’.
“Siento que tuvieron que despojarse de sus identidades para poder existir tranquilamente”, reflexiona.
Como forma de resistencia a un sistema que orilla a las periferias a las personas indígenas y diversas, Tony asumió el nombrarse en voz alta como persona queer mestiza k’iche’.
Un hada
Tony escribió otra carta tiempo después para renunciar a la iglesia de los Testigos de Jehová. Decidió también renunciar a la carrera de contaduría pública para convertirse en profesor. Ahora, en la universidad, estudia un Profesorado en Historia.
Ser maestro es su pasión y lleva siempre consigo el recuerdo de su maestra de Sociales cuando estudiaba en el instituto; “la seño” Ada Palacios Soto.
Era una señora que rondaba los 50 años, siempre llegaba con vestidos y collares coloridos. Su forma de explicar la historia del país dejó marcado a Tony.
“Me sentí muy inspirado por ella y me dije que si voy a dar clases lo voy hacer como ella me daba clases a mi”, dice.
De la misma forma, las enseñanzas de Tony van más allá del aula. Crean conexiones de confianza con las y los estudiantes y un espacio seguro para comprender y vivir su identidad.
“Un chico en primero básico me dijo que a partir de ese momento podía dejar de usar los pronombres de ella y tratarlo de él y yo me sentí muy contento, lo abracé y le dije que era un gusto conocerlo de nuevo”, recuerda con una sonrisa.
Construir su propio proyecto educativo o dar clases en la universidad es una de las metas que tiene, pero su sueño es jubilarse de maestro, como lo hizo seño Ada que dio su última clase a la promoción de Tony.