Pedro Pablo, un gay sordo que brilla como drag

Ser una persona con discapacidad auditiva y parte de la comunidad LGBTIQ+ en Guatemala es una doble barrera que Pedro Pablo Aguilar atraviesa cada día. Pese a los retos no se detiene. Esta es la historia de un camino recorrido con orgullo y alegría.
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“Hola”. Pedro Pablo sonríe mientras se acerca y aleja su mano en un sólo movimiento. Es la seña para saludar. En el próximo instante dirige sus dedos gordo e índice a su cuello, a la altura del cartílago que es conocido como la manzana de Adán. El gesto significa “mucho gusto”.

Con cada gesto, el hombre de 33 años, mantiene el contacto visual. A su lado está Pablo Vásquez de la Asociación de Sordos de Guatemala (Asorgua). Es intérprete y facilita la entrevista para superar una barrera que Pedro Pablo encuentra a menudo: que la mayoría de personas oyentes no están familiarizadas con la lengua de señas.

En muchos casos siente que prefieren evadirlo por no saber cómo comunicarse con él por ser una persona sorda. Ser gay y sordo, dice, es como el paquete completo para el rechazo y la discriminación.

“A veces muchas personas no comprenden qué es ser parte de la diversidad sexual y por otro lado ser una persona sorda es difícil porque la sociedad desconoce de esta discapacidad”, explica.

En Guatemala viven 240 mil personas sordas, según datos del Consejo Nacional para la Atención de Personas con Discapacidad (Conadi). Esos datos son de 2018 y Asorgua señala que actualmente son muchas más.

Pedro Pablo vive con sordera profunda desde los nueve meses de edad, cuando una enfermedad hizo que perdiera la audición por completo. Pero eso no impidió que encontrara los espacios para desarrollarse plenamente y vivir su sexualidad e identidad con libertad. 

Quien le ha ayudado en este camino es María Antonieta, la mujer que personifica en drag.

La fuerza de María Antonieta

La primera vez que Pedro Pablo presentó a María Antonieta al público fue en 2021, en la discoteca Genetic, en la ciudad capital. Fue su estreno como dragqueen.

No le caben los adjetivos para explicar lo que siente cada vez que se pone la peluca y se maquilla. Para él es como un sueño hecho realidad.

“Me siento más libre, más coqueta, más hermosa. Como una flor en un campo. Es más que orgullo, es un sentimiento de mucha alegría”, comparte.

Cuando se ve al espejo, se recuerda de aquel niño que veía con emoción a su mamá y hermana maquillarse.

Tenía alrededor de nueve años cuando a escondidas comenzó a ponerse los vestidos y zapatos de su mamá cuando jugaba solo en su casa.

Su bisabuela lo descubrió en varias ocasiones. Nunca lo regañó. Dejaba que jugara y luego le ayudaba a limpiarse la cara.

Pedro Pablo recuerda con mucha ternura que ella le decía que sería un secreto de los dos, como una forma de protegerlo ante los posibles regaños. Una complicidad de cariño que se estrechaba cada noche cuando compartían la hora de la novela.

“Una vez me dijo que no me preocupara por nada, lo único que debe preocuparme es ser feliz y encontrar al amor de mi vida”, dice con una sonrisa.

Pedro Pablo cree que ella fue la primera persona en darse cuenta de quién era en realidad. Piensa que su mamá también intuía su orientación sexual, pero ella nunca le comentó nada.

Liberarse a pesar de todo

Su crianza siempre fue bastante estricta. Su mamá y su papá eran pastores y fundaron una iglesia en Quetzaltenango. Casi solo le hablaban de la Biblia y solo le permitían que se relacionara con otras personas sordas.

Aún sabiendo que sería difícil hablar de su orientación sexual, Pedro Pablo siempre sintió la necesidad de contarle a su familia. 

“No me alcanzó el tiempo para contarle. Yo iba a decirle a mi familia pero mi papá enfermó de cáncer. Estuve en ese proceso de estudiar y regresar a casa para cuidarlo hasta que él murió”, agrega.

Pedro Pablo tenía 15 años. Entre la tristeza y el duelo familiar, tuvo que esperar ocho años más para hablarlo con su mamá. El enamoramiento que vivía en ese entonces le dio el valor para decirle que era feliz con el amor de un hombre.

Generó muchas discusiones en torno a la religión, a la Biblia y a su sexualidad. Su mamá lo aceptó, dice, pero le puso la condición de no volver a hablarlo en casa.

“En casa soy una persona y afuera soy quien tengo que ser. Lo decidí así por amor a mi familia y a mi mamá porque comprendo que se sacrificaron para tenerme donde estoy”, agrega.

Las restricciones en su hogar, no le quitaron la emoción que sintió Pedro Pablo por salir del clóset y poder interactuar y sentirse parte de una comunidad diversa. “Es una experiencia muy bonita, pero también difícil porque dentro de la comunidad de sordos hay muchos tabús”, menciona.

Hacer del mundo un lugar mejor

La educación integral en sexualidad y la diversidad sexual son temas que no se abordan dentro de la comunidad de sordos, dice, y el hablar de ello con libertad y presentarse como una persona abiertamente gay lo ha expuesto a insultos. Sin embargo, también hay personas que lo apoyan y le celebran su valentía de subirse a los escenarios.

Mientras los vestidos de María Antonieta están guardados, Pedro Pablo pasa sus horas laborales en el Hospital de Ojos y Oídos “Rodolfo Robles”. En las mañanas trabaja en el archivo médico y por las tardes ayuda a los niños y niñas sordas que acuden ahí con sus padres. Les enseña lengua de señas, como lo hicieron con él cuando era niño.

También estudia psicología y diseño gráfico. Desde su vida y trabajo aporta a que no exista discriminación hacia las personas con discapacidad auditiva y hacer un puente entre ellas y la comunidad de la diversidad sexual.

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