Marcos Rodas tiene 34 años y lleva su lugar de origen en su nombre. Nació en San Marcos, un departamento fronterizo con México, ubicado a 250 kilómetros de la ciudad de Guatemala.
Es el menor de tres hermanos y comenta que, según dicen sus hermanos, él es el consentido de su mamá. Al hablar de su historia evita enfocarse en los momentos difíciles, no quiere repetir en su memoria las incontables situaciones en las que se sintió señalado y rechazado por su orientación sexual.
“Estudié en un colegio católico donde ser gay estaba mal, donde hablar del aborto estaba mal y donde no me sentía cómodo pero tenía que estudiar porque era el único colegio que brindaba las posibilidades de salir adelante”, recuerda.
Hay una fotografía de esa época que Marcos nos comparte. Allí está con el uniforme deportivo del colegio. Un pants azul y una chumpa azul con blanco. La sonrisa es la misma que muestra ahora, por eso es difícil pensar que durante su infancia y adolescencia su habitación fue su refugio.
“Fui una persona que vivió una infancia sola, pero me reconfortaba con algunos amigos que me daban muchos abrazos”, dice mientras trata de mantener el ritmo de su respiración.
Cuando pasaba horas encerrado en su cuarto, los programas de televisión mexicana le mostraron que había más mundo más allá de las fronteras de su municipio. Sentía que tenía todas las oportunidades a su alcance.
Pero esto cambiaba cuando le tocaba ponerse el uniforme para ir a estudiar: “En San Marcos no quería verme amanerado porque ser así significaba que me iban a golpear y para evitar ese tipo de cosas trataba de hablar de una forma más masculina”.
Mientras dice esto infla su pecho para simular ser más grande y fuerte de lo que se sentía en su adolescencia.
Al graduarse del colegio no dudó en recorrer los 268 kilómetros que lo llevaban a la ciudad de Guatemala, quería alejarse lo más posible de su pueblo. El pretexto perfecto era estudiar en la universidad.
Su mamá lo trató de convencer para que se quedara en Quetzaltenango, pero no lo logró. Para entonces, Marcos ya había iniciado su plan, ya había conseguido un lugar para vivir y estaba inscrito en la Universidad de San Carlos.
Un voluntariado que le cambió la vida
Aunque en un inicio quería estudiar para ser químico biólogo, decidió cambiarse a una carrera que le permitiera trabajar y que no le exigiera comprar materiales de química.
Se decidió por la carrera de Publicidad. En el tercer nivel del edificio donde se encuentra la Escuela de Ciencias de la Comunicación, se encontró con las oficinas de un grupo de jóvenes que se preparaban para hablar de educación sexual y prevención del VIH.
Allí Marcos aprendió a poner condones y a hacer malabares como parte de las actividades lúdicas que utilizaban en sus campañas de información.
“Cambió mi vida porque descubrí que existen espacios seguros que generalmente no conocemos, esos voluntariados te permiten empoderarte y conocerte más desde el área de la autoestima y los derechos”, comenta.
Sin saberlo, este voluntariado se convirtió en las bases de una carrera de más de diez años en el área de prevención de enfermedades, educación y empoderamiento para personas de la diversidad sexual.
Una reconciliación
Marcos evita el término salir del clóset. No le gusta porque cree que refuerza la creencia de que después de esa salida todo será un mundo de maravilla.
Él prefiere verlo como un momento de aceptación en el que se puede nombrar en voz alta, estar seguro de sí mismo y dialogar con las personas que uno más ama.
A los 15 años encontró ese momento con unos amigos del colegio a los que les contó que le gustaban los hombres. Pero tuvo que pasar 17 años para que pudiera hablar con Gloria, su mamá.
A pesar de ser cercano a su mamá, Marcos explica que no se atrevía a compartir muchos detalles de su vida para evitar dañarla. Sentía que vivir en un pueblo donde todos se conocen, la exponía a ella.
Pero fue el encierro de la pandemia lo que provocó un quiebre en Marcos y la necesidad de hablar.
“En la pandemia nos sentamos a hablar sobre lo que sentía, sobre muchos procesos que me dolieron y en los que ella no estuvo presente. Me di cuenta que fue totalmente diferente, la conversación fue tan madura, me sentí tan feliz, tan cómodo, me sentí libre y ahora mi mamá adora a mi pareja”, comenta.
Marcos logró tachar de su lista de tareas de vida la reconstrucción de la relación con su mamá. Aunque ahora se siente seguro entre su familia, aún tiene el pendiente de reconciliarse con ese San Marcos que lo discriminó cuando era niño y su forma de hacerlo, dice, es crear comunidad entre los jóvenes de la diversidad.
“Hay muchas personas de la diversidad y muchos adolescentes que están mal informados. Son personas aisladas que cuando saben que uno es gay muchas de sus preguntas son sobre cómo decirle a sus mamás o solo quieren hablar y conocer tu experiencia de vida”, señala.
Ahora quiere ayudarles a que estas y estos jóvenes también encuentren su “momento seguro”.