Hay dos momentos que cambiaron al caserío La Lima: cuando el agua comenzó a desvanecerse y cuando el agua regresó. Ambos momentos tienen que ver con la Mina Cerro Blanco. Si se le pregunta a Elda Hernández, de ahí nace su resistencia.
Es una mujer sonriente y platicadora que siempre encuentra un tema para conversar. Se dedica a las labores de la casa, a cuidar a sus animales de patio, y a producir quesos con la leche de un par de vacas que tiene.
Tiene más de 30 años de vivir en el caserío, ubicado a diez minutos de Asunción Mita, Jutiapa. A los alrededores se observan grandes extensiones de tierra con cultivos de melón y también el caudal del río Ostúa, que las empresas areneras del lugar aprovechan para extraer tierra.
A 3 kilómetros de su comunidad también está la mina Cerro Blanco.
Es un paisaje de colores grises, amarrillos y verdes. Es árido, una característica típica del oriente guatemalteco. Pero un día, Elda empezó a notar cambios. Todo lucía aún más seco, como que la vida se estaba acabando.
El nivel del agua en el pozo fue bajando y cada vez era más difícil alcanzarla porque había que escarbar más y más profundo. También notó que se estaban secando los nacimientos que rodean su caserío. Los árboles ya no dieron frutos porque se secaron por completo. Elda asegura que todo esto ocurrió por la mina Cerro Blanco.
“Cuando la mina está trabajando jala toda el agua y se queda seco todo”, explica.
La empresa minera en una ocasión invitó a la comunidad a conocer sus instalaciones y las formas en las que trabajaban. Querían ganarse el apoyo de las y los vecinos cercanos al proyecto.
El esposo y los hijos de Elda fueron, pero ella se negó a ir porque se sentía molesta con la mina. El pozo de su casa ya no tenía agua y lo poco que lograba extraer era salada o tenía arena.
“El pozo tiene bastante agua (ahora). En otros años en estos tiempos (de verano) por poquitos encendemos la bomba porque saca lodo”, detalla Elda. Ese no era el único problema que la tenía molesta con la empresa:
“Yo tenía una perrita linda que conmigo comía, conmigo dormía y me la pasaron llevando con el carro”, dice aún con enojo. Asegura que los carros de la minera también atropellaron a 5 de sus gallinas y nunca se hicieron responsables por el daño.
Los efectos de la mina han sido notorios para Elda, ella tiene más de 30 años de vivir en La Lima y sabe cómo funcionan las fuentes de agua. Afirma que a pesar que el lugar es seco, no se había rajado tanto la tierra como cuando la mina extraía el agua a través de túneles subterráneos.
“Nosotros estábamos acá cuando ni había venido esa mina. Hemos tenido muchos cambios por esa mina”, dice molesta.
Recordar los árboles de mango, naranja y jocotes llenos de hojas y frutos, motivó a Elda a oponerse abiertamente al proyecto extractivo.
Expresa su rechazo cuando habla con sus vecinos o en la iglesia. De vez en cuando apoya las actividades de la iglesia avisando a sus vecinos sobre alguna reunión informativa sobre la mina, aunque muchas veces ella no puede participar por sus labores diarias.
El renacer del verde
En 2021 las sospechas de Elda se confirmaron. Ese año, la mina presentó una solicitud para extraer oro y plata a través del método de cielo abierto. Por el trámite las actividades mineras quedaron suspendidas.
La mina dejó de sacar el agua que inundaba los túneles subterráneos que se construyeron para extraer minerales y poco a poco la naturaleza revivió en La Lima.
“Hoy tenemos agua, mire los palos, hoy están verdes”, dice feliz y señala a los árboles de su patio. El pozo de su casa que antes se estaba secando ahora tiene agua a dos metros de profundidad.
Como años atrás, la comunidad vio con sorpresa al agua brotar del suelo. Y con ella, nuevamente había peces en un nacimiento de agua que está a unos cinco metros de su casa.
“Fuimos a agarrar jutes, fuimos a traer pescado, fuimos a traer cangrejo con el agua en la cintura”, dice conmovida.
A pesar de la felicidad, vivir al lado de la mina causa incertidumbre en Elda. No quiere que vuelva a operar, pero le preocupa lo que pueda pasar.
Resiste desde su cotidianidad. Colgó un cartel en su portón de malla y se pronuncia para defender a La Lima contra los impactos de la mina.
Elda asegura que en La Lima han sido testigos todos de cómo la falta de agua puede afectarles, por eso están en contra de la minería:
“Aquí en el caserío hay como 100 personas, y apoyamos el —no a la mina—. Aquí todos están en contra”.