El día en que la Bethania resistió a la intimidación de Giammattei

Los despliegues de antimotines ni los camiones llenos de militares no pudieron contra el ánimo de una ciudadanía indignada por el actuar del Ministerio Público.

Tras 9 días de protestas pacíficas, el gobierno de Giammattei escogió a la Bethania, en la zona 7 de la ciudad de Guatemala, como el primer blanco de su esfuerzo por reprimir e intimidar los plantones ciudadanos.

Para la mañana del martes 10 de octubre las expectativas no eran alentadoras. Una noche antes, en un anuncio pregrabado y con bastante nerviosismo, el presidente Giammattei advirtió que no tolerarían más plantones y que incluso habrían capturas contra las y los organizadores porque las manifestaciones se habían tornado violentas.

Hasta ese momento, tras ocho días de paro, los únicos escenarios de violencia habían sido los provocados por conductores que lanzaron sus carros a manifestantes en diferentes puntos del país. Incidentes que se intensificaron cuando el reclamo popular llegó a las zonas de poder económico, como Cayalá, zona 16 de la capital. Sin embargo el presidente se justificaba en las agresiones provocadas por un grupo de infiltrados en la Plaza de la Constitución, y por el supuesto sabotaje a una planta de agua en la ciudad.

Miles de videos en redes sociales contradicen la narrativa del presidente y muestran que si algo ha caracterizado al Paro Nacional de 2023 ha sido el liderazgo de las autoridades indígenas, la solidaridad de los barrios, y las intervenciones lúdicas y artísticas en el espacio público. Algo que rara vez sucede en una ciudad que cada vez es más hostil contra sus habitantes.

A pesar de ello, la orden estaba dada. El primer punto que las autoridades se propusieron despejar en la ciudad de Guatemala, fue el Anillo Periférico, una de las arterias principales para el tránsito. A las 12 del medio día, un comisario de la Policía Nacional Civil empezó a advertir a las y los manifestantes sobre la orden de desalojarlos, les daba una hora como plazo y sino, aseguraba que tendrían que usar la fuerza.

Algunos manifestantes descontentos igual aceptaron, sobre todo quienes se encontraban frente a la colonia Kaminal Juyú. Sin embargo, más abajo, en la entrada a la Bethania, la policía no encontró la misma disposición.

La Bethania fue fundada el 20 de octubre de 1949, curiosamente, bajo el gobierno de Juan José Arévalo. El barrio tenía como objetivo acoger a las familias que aquel año resultaron damnificadas por un temporal. En un principio estaba planificada con grandes áreas verdes pero una nueva catástrofe, el terremoto de 1976, provocó que la finca se convirtiera en el refugio de miles de familias que habían perdido todo.

Desde entonces la Bethania ha crecido sin control urbanístico. Empujando hacia los límites de la necesidad. Actualmente abarca más de 21 colonias y 39 asentamientos. A pesar de estar a la orilla de una vía principal, el área está olvidada por el Estado. La pobreza,  la falta de acceso a servicios básicos, como el agua, y la delincuencia golpean fuerte a las familias que habitan la zona. 

A la Bethania también se le conoce como “La Península” porque apenas sí está conectada a la ciudad de Guatemala. Casi toda la finca es una extensión larga de tierra rodeada por barrancos. Esos barrancos la separan, al norte, de los condominios de Condado Naranjo, y al sur, de la zona industrial de la Cervecería Centroamericana.

Y fue en esa área olvidada a dónde el Estado —cuando por fin llegó—  llegó para intimidar. Desplegó un gran número de agentes antimotines armados con garrotes, escudos, cascos y lacrimógenos. Desde las puertas, ventanas y terrazas las familias veían pasar a esos agentes que, cuando se trata de extorsiones, robos o asesinatos, brillan por su ausencia.

El despliegue policial no intimidó a las y los manifestantes. Al contrario, encendió los ánimos. Si al inicio del operativo eran cientos, de repente eran miles y miles. Personas de otros barrios se sumaron a apoyar. Los locales apoyaron a las barricadas con llantas y láminas. Y por si aquello no fuera suficiente, se organizaron cuadrillas de motociclistas para circular el área y rodear a los agentes de la policía. Las fotografías atestiguan que la cantidad de vecinos superaba a la cantidad de antimotines.

Históricamente la PNC ha tenido un déficit de agentes pero el Estado ha hecho poco por fortalecerla para indirectamente favorecer a las empresas de seguridad privada.

En medio de las tensiones por la presencia de los agentes, algunas personas armadas con palos y con los rostros cubiertos intimidaban. Eran pocos dentro de la multitud. Es imposible saber si eran infiltrados o solo vecinas y vecinos llevados por la ira y la desconfianza a las autoridades. Lo que sí es cierto es que no fue la policía sino otras personas quienes se encargaron de arrebatarles los palos y evitar la violencia.

Si la policía llegó esperando una reacción violenta para poder responder con violencia, no lo encontró. Después de casi dos horas de tensión y contrario a su mandato constitucional, también fueron desplegados agentes del Ejército. Se resguardaron dentro del Parque Erick Barrondo pero su presencia incendió aún más la resistencia de las y los vecinos.

Sin éxito, tanto policías como militares fueron retirados. Estaba claro que la Bethania no estaba dispuesta a ceder en su protesta y su exigencia de la renuncia de la fiscal general, Consuelo Porras. Pasadas las tensiones, el barrio fue inundado como pocas veces, por un sentimiento de victoria y festejo. 

La cumbia sonaba en las calles mientras en las paredes de los pasos a desnivel y sobre el pavimento se escribía con letras enormes: Viva la resistencia popular de la Bethania.

El barrio que, según el gobierno, debía servir de ejemplo para que todo el país desistiera de las protestas, se convirtió en otro símbolo de resistencia.

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