Fotografía: Melissa Miranda
En el caserío 5 de Mayo los días son más cortos que hace dos meses. Un conflicto entre las comunidades y la empresa eléctrica dejó sin suministro de energía a docenas de aldeas de Malacatán y otros municipios en San Marcos, sin suministro de energía. El día y los pasatiempos ahora se acaban con la caída del sol así que para Rudly López, y el resto de niños y adultos de la comunidad, no hay más remedio que acostarse y esperar el sueño.
Rudly sueña con dejar el caserío y la casa en la que vive con sus tíos, su abuela y su bisabuelo de casi 100 años para vivir junto a su mamá y sus hermanos, en Cancún. Desde hace cinco años su mamá se fue a México, a trabajar, a vivir, a formar otra familia.
Así fue como nació Emanuel, el hermano más pequeño de Rudly. Tiene 3 años y vive allá, en México, con su mamá. También está Christopher, de 7 años, quien tampoco vive con él pero que se quedó a vivir, bajo el resguardo de una tía, en San Juan, una aldea del municipio de Malacatán. Como muchas familias en la localidad, la de Rudly fue separada por la falta de oportunidades que motiva a migrar a las personas hacia los estados fronterizos de México para buscar trabajo y sostener a su familia.
“Cuando ella viene jugamos y hacemos la tarea”, dice Rudly que una vez al mes recibe en casa a su mamá. Aún no cumple los 10 años pero, con determinación, ya tiene esbozado un proyecto de vida. Cuando crezca le gustaría ser soldado, como su abuelo. También quiere dejar Guatemala y asentarse en México, junto a su mamá.
Mientras conversa, a su lado está Helio Chun, un niño de 11 años que también vive en la casa. Se le sale una carcajada, cuando explica que ese niño apenas dos años mayor que él, es su tío. Rudly y su pequeño tío se entretienen con pelotas o juego de pistolas, en el campo que está a unos pasos de su casa. “No son pistolas de verdad —aclara Helio— son de balines”. Sin celular, televisión, ni internet, así es como transcurren los días para ambos, pegando disparos falsos en un lugar donde la noche llega antes de lo usual. Antes dormían a las 10 de la noche, ahora a las 8.
Ante la crisis, la comunidad ha encontrado métodos ingeniosos para resolver el problema. Algunos vecinos, por ejemplo, cargan baterías de celular con paneles solares o motores de vehículos. Así es como Rudly y su abuela pueden, algunas veces y cuando el bolsillo se los permite, hacer videollamadas a Cancún.
Él jamás ha conocido el lugar donde vive su mamá pero tiene algunas ideas de cómo es. “Allá nadie está afuera, todo son sólo casas y carreteras”, dice. Helio también cree que, a diferencia del caserío, en México los niños no salen a la calle con tanta libertad porque parece más una ciudad que un pueblo tranquilo como el caserío 5 de Mayo. Es lo que han escuchado decir a los adultos.
Hace tres años su hermano emigró a un lugar más lejano que su mamá. Se fue a Estados Unidos, un país que Rudly imagina “más bonito” que México. Los hermanos no hablan mucho pero de vez en cuando Rudly llega una que otra remesa desde Miami, Florida. Es mucho más dinero que el que su hermano podía aportar en Guatemala gracias a su trabajo como agricultor.
A pesar de las limitaciones económicas y aunque haya que pagar Q5 a cambio de un par de horas de carga en los celulares, a los niños les gusta la vida en el caserío. La abuela, Lilian, también dice gustarle aquella vida tan limitada en Malacatán.
“Tuve la oportunidad de irme con un cuñado, con coyote, pero no quise”, recuerda. Solo un par de veces se fue del pueblo. La primera rumbo a la ciudad de Guatemala en donde no encontró trabajo porque le pedían documentos que ella no tenía. En otra etapa de su vida, como lo hacen muchos hombres y mujeres, cruzó a Tapachula para trabajar. Vivía y trabajaba en México, y regresaba a Guatemala cada mes.
En Malacatán, migrar es una forma de sobrevivir porque en San Marcos, dice ella, hay de todo pero falta el dinero. Después de la experiencia del hermano mayor, ni Rudly ni su tío Helio piensan buscar trabajo en el campo. Rudly está en sexto grado de educación primaria y Helio, en tercero. Los dos cuentan que quieren ser soldados aunque —explican riendo— los pueden matar los narcos.